Dicen nuestros mayores que aproximadamente a finales de 1881, a orillas del río Cautín, ocurrió una matanza de gente nuestra que se opuso al avance de las tropas chilenas. Por eso, se dice, al lugar en el que se ubica hoy la población Santa Rosa, en Temuco, antes le llamaron «La Mortandad». Fue uno de los últimos levantamientos liderados por los Lonko de la región del Llaima. Ellos avanzaron para destruir el fuerte que habían levantado los conquistadores chilenos. En la noche se reunió nuestra gente a orillas del río Cautín. Ahí aguardaron el momento más propicio para atacar, pero fueron «delatados», dicen.
Esta es una historia que nuestros mayores todavía cuentan. Aconteció, según los historiadores chilenos, casi al «fin de la Pacificación». En una Historia de Temuco se hace referencia a ese hecho, claro que el «historiador» señala que «los mapuches fueron felizmente rechazados» y además perseguidos por las tropas al mando del mayor Bonifacio Burgos.
Cien años entre uno y otro hecho. Es la revelación de la realidad para unos y otros hoy en día. Los mapuche y los chilenos «pacificados». De ahí que decimos que han existido, existen y existirán los winka , es decir, los no mapuche invasores, usurpadores, que no serán desde luego nuestros amigos; y los kamollfvñche , la gente de otra sangre, es decir, gente no mapuche –como usted– que puede ser o no amiga nuestra.
Así, cuando el Estado chileno, de la mano de sus «emprendedores» empresarios como José Bunster y otros, imponía «su desarrollo» en Temuco y en todo el territorio «pacificado», hubo quienes no eran proclives a la idea de que tales atropellos continuaran de manera tan feroz, tan sangrienta.
Uno de ellos fue el periodista kamollfvñche Francisco de Paula Frías, quien denunció persistentemente –a través de su diario «La Voz Libre»– los atropellos cometidos por sus compatriotas chilenos en contra de nuestra gente. La crónica «Temuco hoy, 1981», dice: …pistoleros a sueldo que asaltaban las imprentas, mutilaban las páginas de los periódicos, o simplemente descuartizaban al periodista justiciero, identificado con la verdad sin compromisos, como ocurrió con el crimen perpetrado en contra de Francisco de Paula Frías, editor de La Voz Libre, el 7 de octubre de 1887, emboscado luego de una fiesta en Pancul, cerca de Ranquilco, camino hacia la costa.
Al leer sus artículos y sus crónicas, queda clara la razón de su asesinato. Apenas a seis años de la fundación de Temuco (Aguas del árbol temu), cuando la vida de un mapuche no valía ni un centavo y era despectiva y odiosamente considerado un indio y un salvaje, con los peores atributos que la connotación de la palabra indio encierra, y cuando la orden del día era apoderarse de la tierra indígena, ‘legal’ o ilegalmente por cualquier medio, Juan Francisco de Paula Frías, valientemente, denunciaba todos estos hechos e, incluso, denunciaba la inconstitucionalidad de ciertas formas jurídicas que permitían hacerse «legalmente» del patrimonio mapuche. No fue raro entonces que lo descuartizaran en el más horrible crimen que la historia de esta centenaria ciudad recuerda.
Esto demuestra también que tal como, por un lado, había unos pocos que enfatizaban lo que se atiene a humano derecho, había muchos que estaban también dispuestos a acallarlos. Esto parece demasiado conocido y cercano ¿verdad? La historia se repite; porfiadamente, se repite. Siempre, qué duda cabe, unos se encargan de reescribirla de acuerdo a sus intereses; otros, de ocultar su dualidad.
En su Historia del Pueblo Mapuche , dice José Bengoa:
La ideología de la época había cambiado respecto al período de la Independencia en el que dominaba el discurso del «Arauco indómito y patriota». En la segunda mitad de la década predominó el discurso centrado en la «cuestión de Arauco». No se hacían referencias a los araucanos en su lucha contra España, sino a los indígenas que estaban ocupando una parte importante del territorio y cuya incorporación a la nacionalidad parecía necesaria. Había cambiado la visión sobre el problema, y el heroico araucano pasó a ser el bárbaro y sanguinario indio del sur. Este estereotipo permitió que la sociedad chilena tuviera su conciencia tranquila respecto a la guerra de la frontera y viera ahora como héroes a los soldados que mataban a los «antiguos héroes».
Rume weñankvlen
iñche kimlan ñi kvpayal
Ñi piwke weñankvley
feychi kamten feychipiel iñche
ta ñi chokvm karsel
Ay, chumgechi ñi allfvlkagei!
Feychi kimlu iñche
kom ñi rakizwam kutrankawkvley
Tripan ñi ruka mu rume ayvkvlen
ka kvme akun waria mu
Welu rume wñankvlen feychi
kimlu wezazugu
Iñchenu Maria Isafel Nawelkoy
fewla trekayawn re weñankv mu
ka che reke
ka mutrvrkvyawen kompvle.
Estoy muy triste
Yo no sabía lo que iba a suceder
Mi corazón está apenado
desde que me dijeron
que mi sobrino está en la cárcel
Ay, ¡cómo me han lastimado!
Cuando supe esto
todo mis pensamientos fueron
solo ese dolor
Salí de mi casa muy contenta
y llegué al pueblo sin novedad
Pero qué triste estoy desde que
sé la noticia.
Ya no soy la misma María Isabel
Nawelkoy,
pues ahora camino con pena
como una persona diferente,
y tropiezo por todas partes.
(Ñi piwke weñankvley. Mi corazón está apenado, dice –con nosotros– nuestra hermana María Isabel)
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