SE MUERE MENOS EN VERANO
JOSÉ GARZÓN DEL PERAL
SE MUERE MENOS EN VERANO
EXLIBRIC
ANTEQUERA 2018
SE MUERE MENOS EN VERANO
© José Garzón del Peral
© Fotografía de la portada: Arturo Cerdá y Rico (1890)
Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric
Iª edición
© ExLibric, 2018.
Editado por: ExLibric
c/ Cueva de Viera, 2, Local 3
Centro Negocios CADI
29200 Antequera (Málaga)
Teléfono: 952 70 60 04
Fax: 952 84 55 03
Correo electrónico: exlibric@exlibric.com
Internet: www.exlibric.com
Reservados todos los derechos de publicación en cualquier idioma.
Según el Código Penal vigente ninguna parte de este o
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previa y por escrito de EXLIBRIC;
su contenido está protegido por la Ley vigente que establece
penas de prisión y/o multas a quienes intencionadamente
reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria,
artística o científica.
ISBN: 978-84-17334-16-1
Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y Cualificación S. L.
JOSÉ GARZÓN DEL PERAL
SE MUERE MENOS EN VERANO
Índice de contenido
Portada
Título SE MUERE MENOS EN VERANO
Coyright SE MUERE MENOS EN VERANO © José Garzón del Peral © Fotografía de la portada: Arturo Cerdá y Rico (1890) Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric Iª edición © ExLibric, 2018. Editado por: ExLibric c/ Cueva de Viera, 2, Local 3 Centro Negocios CADI 29200 Antequera (Málaga) Teléfono: 952 70 60 04 Fax: 952 84 55 03 Correo electrónico: exlibric@exlibric.com Internet: www.exlibric.com Reservados todos los derechos de publicación en cualquier idioma. Según el Código Penal vigente ninguna parte de este o cualquier otro libro puede ser reproducida, grabada en alguno de los sistemas de almacenamiento existentes o transmitida por cualquier procedimiento, ya sea electrónico, mecánico, reprográfico, magnético o cualquier otro, sin autorización previa y por escrito de EXLIBRIC; su contenido está protegido por la Ley vigente que establece penas de prisión y/o multas a quienes intencionadamente reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica. ISBN: 978-84-17334-16-1 Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y Cualificación S. L.
Índice
PRIMERA PARTE
El tío Pedro
Pensión Reme
Doña Consuelo
Fina
Infancia
Camino al Sacromonte
El Internado
Oposiciones a canónigo
Muerte de don Justo
Don Luís santo y sabio
Adolescencia
Furtivo y alimañero
Un entierro accidentado
SEGUNDA PARTE
Raíces sevillanas
Helena y el papa Clemente
Álvaro y Raúl
Filosofía y Letras
Las infidelidades de Salvador
Extremadura
Brasil
Laponia finlandesa-Rusia
Otros lugares que conocí
Portugal
Holanda
Amores conflictivos
La calle del Burro
Suicidio a la gallega
El químico
Sara
Conflicto erótico-religioso
Lucía y el convento
Nochebuena traumática
La marquesa de Llano Quesada
Natalia y Verónica
Madurez
Epílogo
PRIMERA PARTE
Sobre una vieja silla de enea, adosada a la pared encalada, las arrugas del tío Pedro reposaban en el fresco atardecer del inicio del verano. Su rostro, surcado como un labrantío, sobresalía de una frondosa cabellera blanca; poblados bigotes, también blancos, y unas grandes bolsas bajo los ojos le conferían aspecto de viejo prematuro, «un pastel de bodas arruinado por la lluvia» como diría de sí mismo el poeta W.H. Auden, pero «solo» tenía setenta y un años intensamente vividos y los estragos de un reciente ictus cerebral. Sus modales transmitían algo especial: poder, experiencia, astucia y la pátina que había adquirido alternando una profesión materialista y envidiada con su pasión por las letras puras y la música; en cambio la vestimenta y aspecto exterior, demasiado descuidados, inducían a pensar que pertenecía a esa clase de hombres cultos que no suelen gozar del favor de sus iguales.
Sus ojos, vivarachos y encogidos, barrían la calle de uno a otro lado buscando un alma caritativa, alguien, que lo ayudara a entrar en la vivienda. Se levantaba al oír pasos y volvía a sentarse tras ser ignorado. Permanecí casi una hora camuflado tras la persiana de la ventana de mi casa, a escasos metros de él, observando su repertorio de gestos y palabras encaminados a llamar la atención de algún transeúnte pero su voz débil y gangosa o el golpeo del bastón contra la puerta no surtían el efecto deseado, la gente pasaba de largo con un cariñoso «adiós, tío Pedro» o un «éntrese ya, que está refrescando». Por instantes, su ansiedad y desasosiego aumentaban. Conmovido por el drama decidí aparcar mi curiosidad morbosa, rayana en crueldad, y abandonar el privilegiado observatorio para sentarme a su lado en el frío escalón de la casa:
—Tío Pedro, ¿quiere que lo entre o pido a su hija una rebequita y charlamos un rato?
—Aún es pronto para la cena, niño, anda pídesela y hazme compañía, me vendrá bien charlar un poco… Mi cuerpo ya no es el que era pero no voy a odiarme por ello, envejezco, ¡qué se le va a hacer!
Con una mirada, entre cómplice y pícara, mostraba su agradecimiento dando unas palmaditas en el dorso de mi mano mientras, cadenciosamente, con voz pausada y la musicalidad de un bandoneón, farfullaba palabras que a veces yo no entendía.
Iniciaba el tío Pedro una retrospectiva de su vida partiendo de las raíces hasta adentrarse en los pasajes más íntimos… removía los sedimentos de la memoria, no siempre con éxito porque residuos y gravilla de multitud de conocimientos habían quedado atrapados en el colador de los recuerdos: «Los momentos felices justifican una vida —decía—, en contraposición a los tristes cuya culpabilidad achaco a que la mayor parte de las vidas son una rutina y algunas tan insípidas que solo dejan el rastro de una mosca». Con la capacidad deductiva de un cincuentón y la curiosidad intelectual de un veinteañero, adornaba la narración con grandes dosis de mordacidad que conseguían despertar en mí un interés inusitado.
Disfrutaba el viejo observando mis expresiones de incredulidad, cada anécdota era enmarcada en el escenario original y narrada con el gracejo del vocabulario autóctono, aspectos que unas veces transmitían alegría y vivacidad al discurso y otras, las menos, enmascaraban la tristeza ante situaciones complicadas, esas que nos alejan de la paz interior por el enfrentamiento constante entre la vida y la felicidad. En su desamparo motriz el viejo estaba entero: «Yo ya solo soy joven para morirme y lo acepto con naturalidad porque jamás he olvidado que todo nacimiento lleva implícita una muerte —respondía a mis alabanzas—, como diría Jorge Manrique, “estoy en el arrabal de la senectud”». Los pellejos de sus largos y flácidos brazos bailaban en las bocanas de una impecable camisa de mangas cortas, parecían vulnerables patas de araña a punto de quebrarse; la mortecina luz de una farola iluminaba las pecas marrones de sus manos. Yo comenzaba a sentir, no sé si compasión o fascinación, deseos morbosos de atragantarme con sus recuerdos, cuando con la delicada mirada de un miope y unos extraños movimientos preparatorios de boca, comenzó a lanzar al aire una retahíla de pensamientos convergentes sin demasiada concatenación:
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