¿JUGAMOS A PRINCESAS?
ISA MARTOS
¿JUGAMOS A PRINCESAS?
EXLIBRIC
ANTEQUERA 2021
¿JUGAMOS A PRINCESAS?
© Isa Martos
Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric
Iª edición
© ExLibric, 2021.
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ISBN: 978-84-18230-40-0
ISA MARTOS
¿JUGAMOS A PRINCESAS?
Este libro está dedicado a Araceli, mi madre.
Allá donde esté se sentirá
orgullosa de su hija.
Índice
PRIMERA PARTE
LAURA
EL PRÍNCIPE QUE SE CONVIRTIÓ EN RANA
HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE
AMOR O ESPEJISMO
SEGUNDAS OPORTUNIDADES NUNCA FUERON BUENAS
BIPOLARIDAD
VEINTICINCO AÑOS NO ES NADA
LA CABRA SIEMPRE VUELVE AL MONTE
SEGUNDA PARTE
UNA NUEVA VIDA
ROBERT
AMISTADES
LUIS
CHARLY
MIGUEL
TONTEOS VARIOS
JAVIER
NUEVOS TONTEOS
JAVIER (2ª PARTE)
CENTURIÓN
JAVIER (3ª PARTE)
MIGUEL (2ª PARTE)
TERCERA PARTE
EL CAMINO HACIA
¿AMIGOS NADA MÁS?
¿DE QUÉ COLOR SON LOS PRÍNCIPES?
EPÍLOGO
CRONOGRAFÍA MUSICAL A TRAVÉS DE LA HISTORIA DE LAURA
AGRADECIMIENTOS
PRIMERA PARTE
LAURA
Hola, ¿os acordáis de mí? Soy Laura. Sí, aquella chiquilla tan imaginativa, creativa y despierta. Asistí a un colegio de monjas desde los cinco años. Nuestro colegio era mixto, o sea, niños y niñas; los niños, una vez que cumplían los cinco años, debían irse a otro colegio. La enseñanza era femenina y religiosa. Las monjas nos inculcaban respeto a los padres, ser niñas buenas, saber comportarse ante los mayores, no decir palabras malsonantes y hacer labores propias de una mujer entre rosario y rosario. Eso quería decir que en el vecindario siempre decían: «Qué niña más guapa y educada». Pero en mi cabeza rondaban otras cosas.
Para los que no me conozcáis, os cuento que ya de pequeña era diferente al resto de las niñas: lo normal era jugar a casitas o papás y mamás. Yo lo hacía a príncipes y princesas. En cierta ocasión, imaginando que estaba en mi trono como princesa y encaramada en los hombros de una amiga, tuve tan mala suerte que caí de espaldas, dándome tal golpe que tuvieron que ponerme cuatro puntos de sutura en la nuca, aunque, más que el dolor físico, lo que en realidad me dolió fue sentir mi «orgullo de nobleza» arrastrado por los suelos. A partir de entonces preferí ser princesa sin trono.
Rondaba 1962 y en la tele daban, cada domingo por la tarde, el programa Reina por un día, presentado por José Luis Barcelona, donde hacían realidad el sueño de cualquier mujer: mandaban una carta al programa explicando sus sueños, como viajar, lavadoras o reencontrarse con un familiar, pero a mí lo que me hacía ilusión era sentarme en ese trono y que me pusieran la capa y la corona. Escribí una carta, pero, por mucho que esperé, nunca me contestaron.
Con diez años mi afición a la lectura más de un disgusto me dio, pues mi padre solía decirme: «Menos libros y más meterte en la cocina; si no, el día de mañana no sabrás hacerle ni un huevo frito a tu marido. Tienes que prepararte para ser una mujer de tu casa, pendiente de tu marido». Me hice socia en la biblioteca pública: primero estuve interesada por libros sobre el cuerpo humano y más tarde, sobre historias de adolescentes, como El diario de Daniel o El diario de Ana María, del autor Michel Quoist.
Era la noche del 24 de septiembre de 1962. Una tormenta de agua intensa arrasó con una fuerza bestial todo el Vallès: fábricas inundadas, casas que se llevó el agua… Recuerdo que a nosotros, al vivir en un tercer piso, no nos afectó, pero en la planta baja había agua al nivel de un metro. Los vecinos tuvieron que subir al segundo piso para que no se los llevara el agua. A la mañana siguiente vimos todos los destrozos que había hecho la riada. Incluso nosotros, niños chafarderos como éramos, fuimos cerca del puente de la riera y vimos cuerpos sin vida que salían de él. Luego nos enteramos de que ascendieron aproximadamente a mil los muertos. Fue un recuerdo bastante desagradable.
La visión real en los años 60 era que el verdadero rey en casa era el hombre. Tan solo había que ver los anuncios de la televisión, donde un esposo trajeado llegaba a casa y su mujer corría a recibirlo con una alegría de perro fiel. Entonces él preguntaba por la comida mientras ella le servía algún licor y le acercaba el periódico, colocándole las zapatillas, siendo los hijos los príncipes de la casa. Era frecuente ver al hombre llegar del trabajo y a la mujer traerle las zapatillas, como si de un anuncio se tratara. Las mujeres de la casa debían estar pendientes de los deseos de los hombres de la casa, siendo los mismos incapaces de levantarse a buscar un vaso de agua; para eso estaban ellas. También hicieron mucho daño los consejos de la señorita Francis, cada día a las doce, todas las mañanas. Las mujeres estaban pendientes del consultorio de la radio, que las aleccionaba. Básicamente, el mensaje que se dirigía a la mujer podía resumirse en: calla, sufre y aguanta como puedas, porque ese es el papel que te ha tocado vivir.
Lógicas esas conductas, las cuales venían de una tradición, o más bien de unas normas establecidas para la mujer, las mismas que fueron fundadas por la Sección Femenina años después de que finalizara la Guerra Civil, en el año 1953. Por suerte, vigentes solo hasta 1977. Y para muestra, un botón:
Guía de la buena esposa:
1º Ten lista la cena (prepara su plato favorito).
2º Luce hermosa (descansa cinco minutos antes de que llegue para que te encuentre fresca y reluciente).
3º Sé dulce e interesante (una de tus obligaciones es distraerlo).
4º Arregla tu casa (debe lucir impecable).
5º Hazlo sentir en el paraíso (cuidar de su comodidad te brindará una enorme satisfacción personal).
6º Prepara a los niños (son sus pequeños tesoros y él los querrá relucientes).
7º Minimiza el ruido (a la hora de su llegada apaga lavadora, secadora y aspiradora e intenta que los niños estén callados).
8º Procura verte feliz (regálale una gran sonrisa y muestra sinceridad en tu deseo de complacerlo).
9º Escúchalo (déjalo hablar antes; recuerda que sus temas son más importantes que los tuyos).
10º Ponte en sus zapatos (no te quejes si llega tarde, si va a divertirse sin ti o si no llega en toda la noche. Trata de entender su mundo de compromisos).
11º ¡No te quejes! No lo satures con problemas insignificantes. Cualquier problema tuyo es un pequeño detalle con lo que él tuvo que pasar.
12º Hazlo sentir a sus anchas (deja que se acomode en un sillón y se recueste en la habitación. Ten una bebida caliente para él. Arréglale la almohada y ofrécele quitarle sus zapatos. Habla con voz dulce y placentera).
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