EL VUELO DEL HALCÓN
Lograste tus alas, Halcón.
Siempre serás mi superhéroe.
Isabel González Yagüe regresa al mundo literario con la primera entrega de la saga El vuelo del halcón. Madrileña de nacimiento, ingeniera geóloga y apasionada de los animales, disfruta con cosas tan sencillas como correr, viajar, perderse en la naturaleza y columpiarse en sonrisas. Si tuviste la suerte de disfrutar de la lectura de su ópera prima La sonrisa de Tango, descubrirás con esta nueva novela la mente privilegiada de esta gran escritora. ¿Estás preparado para la aventura?
Después de veinte años de conflicto, la Alianza de los Estados del Bienestar creó y propagó la Gran Depresión, exterminando a los frentes terroristas esparcidos por todo el planeta. La enfermedad acabó con dos tercios de la población humana y aniquiló al resto de animales y reino vegetal. Los hombres y mujeres que sobrevivieron portarían en sus genes la terrible GD, que borró de su mente los recuerdos que podrían volver a autodestruir a la especie, pero también aquellos que pudieran rememorar tiempos en los que sí se podía soñar.
Dos siglos después del exterminio, dos jóvenes, Belle y Félix, mantienen una relación clandestina a espaldas de la Potencia, sin imaginar que cincuenta años más tarde tendrán que enfrentarse cara a cara con la Autoridad. Todo empezará el día en que Félix, afectado gravemente por la GD y postrado en una silla de ruedas, sueñe que es un animal que puede volar…
Será entonces cuando un rayo de esperanza regrese a Rodinia.
El 24 de enero del año 2050 los líderes de la Alianza de los Estados del Bienestar proclamaron su victoria en la Guerra Final. El conflicto, que se había alargado durante más de veinte años, había sumido a la Tierra en el mayor terror vivido en su historia.
Cuando la lucha global parecía haberse decantado del lado de los Miembros del Terror, la Alianza de los Estados del Bienestar creó y propagó la Gran Depresión. Esta enfermedad logró exterminar a los frentes terroristas que se habían extendido por todo el planeta. Sin embargo, la población global de la humanidad se vio mermada en más de dos tercios. Aquellos que sobrevivieron, y sus consecutivas generaciones, cargaron en su material genético con la terrible afección en un letargo más o menos largo, pero de la que no lograrían escapar.
La precipitación con la que se propagó la Gran Depresión no dejó tiempo para proteger a animales y vegetales de sus consecuencias mortíferas. Su exterminio total fue tal vez el mayor precio a pagar para lograr reestablecer el orden.
La enfermedad había logrado borrar de la mente humana aquellos recuerdos que volverían a llevar a la especie a su autodestrucción. Era la oportunidad de empezar de cero, reconstruyendo una nueva Tierra, a la que se renombró como Rodinia.
Pero una vez más, el ser humano se volvió a equivocar.
MEMORIAS I
Rodinia, año 201
La explosión debió de ser a varios kilómetros del hospital abandonado donde Félix y Belle se escondían. Aun así, el rubor al pensar que podían ser descubiertos por sus familias provocó que la chica saltara sobre Félix, a quien hizo caer de espalda contra el suelo.
Ni mucho menos era el lugar más digno para lo que estaba a punto de suceder. Olía a humedad y a óxido. Para colmo, Belle se acababa de dar un golpe en la sien con una viga, pero prefirió no quejarse para no arruinar el momento. Félix no sentía el dolor de los cascotes de hormigón clavándose en su espalda mientras sostenía a su nueva amiga en brazos. A su alrededor, el esqueleto gris del edificio sonaba como si se fuera a resquebrajar de un instante a otro, aunque ellos no podían oírlo.
Se habían conocido durante aquel éxodo unos días atrás. La caminata de casi cien kilómetros sobre el barro y bajo la lluvia había sido tan dura que ni ella misma había recordado su decimoséptimo cumpleaños. Tiritaban, como lo habían hecho durante cada momento de la última semana. Aunque ahora temblaban con una sonrisa nerviosa. La chica se abalanzó sobre su amigo y le besó, sin darle opción a retirarse, como vio a su padre besar a su madre en público y sin miedo a las miradas unos años atrás. Le acarició con ternura al descubrir la suavidad de su cara, donde apenas le había salido barba aún, y le mordió con fuerza los labios para demostrarle que no le molestaba que fuera dos años menor que ella. La edad poco le importaba. En realidad poco importaban los años en un mundo en el que la muerte acechaba cada mañana.
Belle estaba contemplando ensimismada los ojos de Félix. Eran de un color marrón claro, casi transparente. Sus pestañas eran largas y también lo era su nariz, larga y afilada, que le daba un aspecto audaz. Bajo su nariz, un lunar acariciaba su labio superior. Sus labios eran gruesos y su tez morena. Quizá fuera la cara más perfecta que había visto jamás, pero ese rostro torció el gesto y lanzó un grito que hizo que Belle saliera de su éxtasis.
Desde los brazos de Félix, Belle pudo ver hecho pedazos en el suelo el techo que había resguardado su primer beso unos segundos antes. Ella soltó una carcajada.
—¿De qué te ríes? —le increpó Félix, con ella aún en brazos y esquivando los escombros del suelo para no caer.
—De tu grito, de tu cara, de lo bruto que eres con la cara de niño que tienes ―seguía riendo la chica. Parecía ajena al escenario desolador que les rodeaba: las camas de hierro tiradas en el suelo, los ventanales rotos, la luz que entraba de forma tenebrosa por las grietas de las paredes…—. ¿Sigo?
—¿Te parece gracioso? —le contestó él con el ceño fruncido y dejándola de forma brusca sobre el suelo, no sin antes asegurarse de que no había nada con lo que pudiera hacerse daño.
—Lo es. Al menos habría sido una forma digna de morir. —Puso sus brazos en jarra y contoneó su cintura, como si el peligro de que se les cayera el techo encima no fuera con ellos.
—Para ti sobre todo. —Félix empezó a caminar tirando con fuerza del brazo de la chica para salir al exterior—. No todo el mundo puede decir que murió en los brazos de un hombre fuerte, guapo y alto como yo. En cambio yo habría muerto con una pequeñaja en brazos. —Se giró y le apretó la nariz entre los nudillos de sus dedos índice y corazón.
—Una pequeñaja que te gusta…
—Vamos a dejarlo en una pequeñaja que me cae bien y que tiene un chichón en la frente —sonrió esta vez apretándole el bulto de la sien.
Ya en el exterior, la luz aparecía y desaparecía entre las nubes grises. Félix observó a la chica, que entornaba los ojos cegada por el sol intermitente. Con chichón en la frente incluido, era preciosa. Tenía el pelo ondulado, largo, casi por la cintura, y bastante bien peinado. Durante los días anteriores se había fijado en que ella, al igual que él, también trataba de peinarse y asearse con parte del agua que le correspondía en su racionamiento, a pesar de las penurias que habían pasado todos los huidos hasta aquel barrio abandonado. No sabría decir si era castaña, rubia o pelirroja, porque mechones de varios colores se entrelazaban con la corriente de aire que escapaba del amasijo de hierros y hormigón del que acababan de salir. Alrededor solo había más edificios escabrosos, sin embargo, él se fijaba en el movimiento de su melena y en sus ojos grandes y rasgados en los extremos. Las pestañas se movían con soltura, tal vez sabiendo el poder que tenían sobre quien las miraba. Su nariz era más bien grande, lo que le daba otra pista más sobre su personalidad fuerte, y su boca pequeña se reía con picardía porque sabía que el chico la miraba totalmente enamorado.
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