GOLD BEACH
Isabel Montes
Primera edición: abril de 2015
© Copyright de la obra: Mª Isabel Montes Ramírez
© Copyright de la edición: Angels Fortune Editions
ISBN: 978-84-943785-0-8
Dipòsit Legal: B-8045-2015
Corrección: puntoyaparte - info@puntoyaparte.net
Diseño e imagen de portada: Duodisseny
Maquetación: Celia Valero
Edición a cargo de Mª Isabel Montes Ramírez
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Printed in Spain - Impreso en España
Impreso por: Tecnoart, S.L.
A Gran Bretaña,
país al que adoro y que tanto me inspira.
A Elwyn y Peggy Elisabeth, mis segundos padres,
cuyas vidas han inspirado esta historia.
Y a Philip, el amor de mi vida.
Aunque nadie puede volver atrás y hacer un nuevo comienzo,
cualquiera puede comenzar a partir de ahora y hacer un nuevo final
El 14 de noviembre de 1940 la Luftwaffe casi destruye Coventry. A partir de aquel día pocas fueron las ciudades que escaparon a los bombardeos alemanes, las más castigadas fueron las más industrializadas: Londres, Southampton, Liverpool, Glasgow, Birmingham… Parecía que la idea de Hitler era conquistar un país en cenizas. Quizá pensó que de esta forma le sería más fácil reconstruirlo a su imagen y semejanza, pero con lo que no contó fue con que este país ya estaba forjado por su historia. Una historia de la que el pueblo británico se sentía tremendamente orgulloso, y por la que lucharía hasta el final con el único objetivo de conservarla y engrandecerla.
En aquellos días de oscuridad, orgullo y esperanza fue cuando empezó esta historia.
Moffat, Escocia, 5 de julio de 1975
Mr. Young me dijo que tenía que estar más al tanto de las señales. Su tono de voz y las palmaditas que me dio en la espalda al despedirnos me hicieron recordar a mi primer padre. Desde que huí a Lichfield con una diminuta maleta, siempre me trató como si yo fuera alguien especial para él, y así era en realidad aunque en ese momento no tuviera conciencia de ello. Le dije que tenía razón y que lo haría, para seguirle la corriente, aunque en mi interior pensaba: “¿qué está diciendo este hombre?” Pero cuando entré en el pub con Isobel y escuché la nueva canción de Pink Floyd Wish you were here empecé a entender a qué se refería.
Mi reciente ruptura con Claire me había hecho replantearme mi vida. Tenía una familia con la que apenas mantenía contacto, a excepción de mi madre y mi hermana pequeña y a mis treinta años parecía que nunca conseguiría sentar la cabeza. Una vez que tomamos la decisión de romper, o mejor dicho una vez que ella la tomó, la convivencia se hizo tan insoportable que necesité alejarme de Lichfield hasta que ella abandonase mi casa definitivamente, pero ¿dónde podía ir para no tener que dar explicaciones a nadie? La solución se me presentó cuando llamé por teléfono a mi madre. Parecía que el destino se había empeñado en devolverme al punto de partida. Desde que mi madre abrió el Bed & Breakfast nunca había hecho vacaciones en verano hasta, casualmente, ese año. Durante todo el mes de julio veranearía con su marido y mis hermanas en Saundersfoot en el país de Gales, así que la casa de mi infancia estaría libre para recibir a un solo inquilino: yo. Aprovechando la oportunidad que se me presentó le hice creer que había decidido finalmente pasar unos días en Moffat. Cuando me escuchó, se quedó sin palabras durante unos segundos como si no diera crédito a lo que le acababa de decir. No me hizo falta verla para saber que estaba llorando. Cuando pudo recomponer su voz, me dijo que aquel era el regalo que llevaba años esperando. Mi escueta y brusca respuesta le dio a entender que no quería hablar sobre el pasado así que no tardó en cambiar de tema. Ni siquiera me preguntó por Claire. Supongo que como no la mencioné, ya se imaginó lo que habría ocurrido. Como mi madre siempre estuvo al corriente del ir y venir de las mujeres que pasaron por mi vida desde que mi relación con Isobel terminó, su discreción en estos temas era absoluta. Después de darme las gracias por querer pasar unos días en casa, me suplicó que la esperase hasta su regreso. Y fue entonces cuando, sin saber porqué, le pregunté por Isobel. Desde que tomó la decisión que me rompió el corazón trece años atrás, no la había vuelto a ver. Aquel día no solamente rompí con ella, también lo hice con mi familia porque los consideré culpables de nuestra ruptura. Al cabo de unos años de aquel fatídico día, retomé la relación con mi madre pero nunca más volví a saber nada de Isobel. Para mi sorpresa descubrí que seguía viviendo en Moffat, que era la profesora más querida del colegio y que inexplicablemente no tenía pareja. ¿Sería una señal?
Tardé cerca de cinco horas en recorrer con mi Mini las doscientas treinta y tres millas que separaban Lichfield de Moffat, pero en ningún momento el viaje se me eternizó. Aquellas horas me sirvieron para intentar poner un poco de orden en mi cabeza. El dolor y la tristeza, fieles compañeros de las rupturas sentimentales, no me acompañaban en esta ocasión. Ahora parecía que las señales de las que me habló Mr. Young las veía con claridad. Tenía que haber dejado a Claire mucho tiempo atrás. Pero lo que en realidad me sorprendió fue volver a sentir esa alegría casi adolescente al no poder sacar de mi mente a Isobel. ¿Por qué había preguntado por ella? Parecía que el orgullo que me impidió regresar entonces hubiese desaparecido por completo. ¿Acaso estaba haciendo ahora el viaje de regreso a mi hogar, que nunca llegué a hacer entonces? Únicamente el tiempo me lo diría.
Cuando las agujas del reloj rozaban las doce del mediodía llegué a Moffat. Nada más cruzar la puerta de entrada de la casa que me vio crecer, los recuerdos y sentimientos que había conseguido encerrar en el olvido los últimos años, se agolparon en mi mente como si me estuviesen exigiendo que les prestara atención. Hacía una semana que la casa estaba cerrada pero todavía seguía oliendo a flores frescas. Me detuve unos minutos para mirar a mi alrededor. Aunque la decoración había cambiado ligeramente, no me sentí en una casa ajena. Dejé la maleta en el suelo y empecé a abrir las cortinas para que entrara la luz de un sol radiante que lucía sorprendentemente en la ciudad. Lo primero que hice fue dirigirme a mi antiguo dormitorio para deshacer la maleta. Al abrir la puerta comprobé que seguía estando tal y como yo lo dejé. Con un movimiento de negación de mi cabeza, cerré los ojos y suspiré apenado. ¿Cómo había sido capaz de hacer sufrir tanto a mi madre? En ese instante hubiese deseado tenerla a mi lado para abrazarla, pero una vez más nos separaban unas cuantas millas. Al abrir los ojos, sacudí mi cabeza con energía como si me estuviese diciendo que había llegado el momento de rectificar, al menos con ella y mis hermanas. En un abrir y cerrar de puertas y cajones coloqué toda la ropa con pulcritud y orden. Después de muchos años de oír la misma frase en boca de todas las mujeres que habían pasado por mi vida, desde mi madre hasta Claire, habían conseguido finalmente pulir mi ordenado desorden. Antes de salir miré a mi alrededor. Sobre la almohada de mi cama me sorprendió encontrar una nota. Me acerqué para leerla con curiosidad. Estaba escrita del puño y letra de mi madre.
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