Yo me quedé muda, incapaz de moverme, pero Félix logró incorporarse por sí mismo unos pocos centímetros con los ojos totalmente abiertos.
—¿Está usted segura, doctora? —En aquellos días nos habríamos agarrado a la más mínima esperanza, pero si esta era falsa, Félix sabía que podía ser un duro revés del que le costaría más que nunca recuperarse.
—Por favor, Félix. Ya hace mucho tiempo que nos conocemos. Vamos a empezar a tutearnos, aunque sea en privado, por mi parte sería más natural. —Una de las máquinas que registraban los latidos de mi marido sonaba sin control y los susurros de la doctora eran casi inaudibles—. Aunque no lo sepas, para mí ya eres parte de mi familia. Llevo años estudiando con detenimiento tu caso. En realidad, te confieso que se está convirtiendo en una obsesión. —Mordiéndose un lado de su labio inferior, permaneció unos segundos en silencio—. Creo que el motivo de tu ánimo sea tal vez la mutación de algún gen…
Los tres oímos pasos que se acercaban cada vez más a la puerta. Mientras la doctora Khalim se apresuraba a levantarse de la cama, Félix le agarró el brazo y lo apretó sin pensar que no debíamos tocar a los castos sin su permiso expreso.
—Pues prométame, doctora…, prométeme… que si encuentras ese gen mutado, lo llamarás Chispita.
La puerta se abrió sigilosamente, pero para entonces la doctora ya se había puesto en pie y se encontraba frente a uno de los monitores.
—Sus constantes han vuelto a la normalidad, señor Falco. Le diré a la enfermera que le quiten el suero en cuanto se le termine —la voz de la doctora era ahora más grave y temblorosa.
—Gracias, doctora. Ya se puede marchar. Desde hoy me encargaré personalmente del caso del señor Falco —dijo con voz firme el doctor que acababa de entrar. Él no parecía mucho mayor que la doctora Khalim, pero por el gesto altivo de su barbilla y la mano que indicaba la puerta a su colega, parecía tener bastante más autoridad que ella en el hospital.
La doctora buscó mis ojos y con pasos cortos pero apresurados abandonó la habitación.
MEMORIAS III
Rodinia, año 201
Cuando se aseguraron de que las oleadas de atentados habían cesado en sus barrios de origen, las familias de Belle, de Félix y otras tantas regresaron a sus hogares. A nadie le estaba permitido desplazarse de las ubicaciones que la Autoridad les había asignado. Sin embargo, en rachas de terrorismo la Potencia solía hacer la vista gorda ante los desplazamientos. No se trataba de solidaridad. Reducir a los terroristas se convertía en la máxima prioridad, para que la situación de rebeldía no se desbordara.
Félix y Belle vivían a casi veinte kilómetros de distancia el uno de la otra. Lo más normal era que las parejas se formaran entre vecinos cercanos, nada más alcanzar la mayoría de edad, a los dieciocho años. En Rodinia, casi todas las relaciones se establecían con el único fin de garantizar un poco más la supervivencia. Vivir en pareja suponía asegurarse un hogar algo más amplio y una cantidad de racionamiento mayor por persona. Las parejas podían estar formadas por personas de distinto o el mismo sexo, de edad similar o muy dispar, el único requisito legal, y en teoría genético, era que las formaran personas del mismo estrato social. La descendencia estaba premiada con la asignación de un seguro médico con mayores prestaciones para cada uno de los miembros que formaran una familia, por lo que la unidad familiar tradicional estipulada, hombre-mujer, era la que gozaba de mayores beneficios.
Así, el amor en Rodinia no tenía mucho sentido, y más aún cuando este les causara más problemas en sus ya complicadas vidas. Pero Félix y Belle no vieron los veinte kilómetros que los separaban como un impedimento. Era una aventura adicional que daba más sentido si cabía a su relación.
Félix llevaba desde niño ayudando a su familia a conseguir más comida y agua de lo que les correspondía. Recorría desde muy pequeño largas distancias para hacer llegar a los familiares de sus vecinos alguna noticia o medicina. Si era descubierto por la Potencia, el precio a pagar era muy alto, le llevarían a un centro de menores, por eso pedía a cambio una porción de sus racionamientos. Sus padres no le hacían muchas preguntas, se limitaban a coger todo lo que su hijo pequeño les llevaba y lo repartían entre la familia. Tal vez este era el motivo por el que Félix era más corpulento y alto que el resto de los chicos de su barrio. Su alimentación era mejor y además se ejercitaba cada día en vez de estar en la calle sin hacer nada después de su jornada de obligaciones.
Las ruinas y los escombros hacían parecer todas las calles iguales, pero Félix había adquirido la capacidad de localizar en su mente cada lugar. Sabía llegar de un sitio a otro sin desviarse un solo metro. Había recorrido tantos lugares que incluso había podido esconderse en zonas residenciales de la Casta 4. Allí todos los edificios permanecían en pie. En las puertas de cada uno de ellos había una hilera de automóviles, mientras que en la zona de descastados los únicos vehículos que se veían eran ambulancias, furgones que recogían al servicio o a los fallecidos y autos de la Potencia. Podía sentir rabia al observar desde su escondrijo los barrios lujosos de los castizos, pero al mismo tiempo se decía a sí mismo que ellos, los descastados, también vivirían en lugares como aquellos algún día.
Belle, sin embargo, no tenía mucho sentido de la orientación y, cuando ella y su novio quedaban a mitad de camino entre sus casas, ella solía salir media hora antes de lo previsto, y aun así llegaba tarde. Daban igual las indicaciones que Félix le hubiera dado, que ella iba a ser incapaz de seguirlas porque no les prestaba atención. Belle prefería guiarse por sus instintos, solía decir.
—¡Tan puntual como siempre!
Félix salió de la casa de unos ancianos donde acababa de transmitirles el fallecimiento del hermano del marido. Su cuñada había pedido a Félix que les diera la noticia y que les dijera que ofrecía la mitad de su racionamiento si la alojaban en la casa con ellos. La viuda ya era demasiado mayor para encontrar a otra pareja. También iba a ser difícil que sus familiares la alojaran, porque a los ancianos les supondría tener que esconderla de la Potencia. No era legal desplazarse del barrio asignado, a no ser que fuera para contraer matrimonio con alguien de ese otro término.
—¿Qué has conseguido hoy? —dijo Belle risueña, pero con voz entrecortada por la fatiga.
—Nada, no he querido nada a cambio. Además me pillaba al lado.
Félix aún estaba pensando en aquella pobre mujer. Sus cuñados, para ser descastados, poseían una casa más o menos decente. Tenían un salón grande donde podría haber dormido ella. Además era un barrio en el que los terroristas llevaban mucho tiempo sin atacar. Pero no querían problemas con la Potencia y se negaron a acoger a la viuda.
—¿No me vas a dar un beso? —Belle se alzó de puntillas y estiró el cuello con los labios fruncidos hacia el chico.
Félix la abrazó y la besó, sin reparar en la gente que pudiera haber alrededor. Era un lugar demasiado tranquilo, tanto que le hacía desconfiar. La quietud podría ser un síntoma de un acuerdo entre los vecinos y la Potencia. De hecho, los ancianos a los que acababa de visitar no le permitieron permanecer en la casa por mucho tiempo.
—Bueno, Chispita, cuéntame qué señal te ha traído hoy hasta aquí solo media hora más tarde.
—Un bebé —dijo sonriendo, no muy segura de si Félix creería una más de sus locuras—. Fue salir de casa y pensar en un niño pequeñito. Ya he seguido corriendo pensando en él sin mirar mucho a mi alrededor, ya sabes…
—O sea, ¿que la media hora que estuvimos repasando ayer el trayecto no ha servido para nada? Si lo sé lo aprovechamos para otras cosas…
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