Recuerdo nuestra primera discusión. Fue después de la ceremonia, en el coche de novios. Supongo que sería por una tontería, pero ahora considero que no fue ni el momento ni el lugar. Eran muchas las cosas que hacían pensar que aquello no funcionaría.
Ahora, pasado el tiempo, me puedo dar cuenta de la venda que tenía en los ojos por lo enamorada que llegué a estar de él. Era evidente que no veía lo que todos percibían: nunca podría imaginarme que aquello sería una esclavitud y mi cárcel.
Dada la precipitación de la boda, no teníamos vivienda donde ir hasta que nos hicieran entrega del piso, el cual se estaba reformando. Se decidió que viviríamos con sus padres. ¡Cuánto llegué a arrepentirme de la decisión tomada!
Iniciamos la luna de miel, realizando un recorrido por parte del país. Recuerdo una fuerte discusión por celos: él se fue de la habitación, dejándome sola y llorando. Siempre recordaré ese momento. En mi mente tenía a Víctor Manuel cantando Ay, amor: «Si fuera posible amarrarte, tenerte siempre cerca, poderte controlar, saber cada paso que das, saber si sales o entras». Era un presagio aquella canción; luego lo supe.
Poco a poco me fui dando cuenta de que no era bien recibida en su familia, dados mis orígenes, pues a ellos les hubiera gustado que su hijo se casara con una catalana de clase bien, pero… no fue así y su nuera era una andaluza, lo que me hicieron pagar durante mucho tiempo. Consideraban a los andaluces como ciudadanos de segunda clase. Al tener que vivir en casa de mis suegros, la convivencia fue difícil. Lo lógico era que les preguntaras cómo debías llamarlos (al menos eso me aconsejó mi madre, quizá por educación) y así lo hice:
—Quería saber cómo he de llamarla: madre, suegra o doña Hortensia. —En mi familia era normal llamar «madre» a la suegra.
—Doña Hortensia. Debe haber un respeto. Además, yo solo he parido dos hijos y, por tanto, «donde no hay sangre no hay morcillas». ¿Lo tienes claro?
—Sí, doña Hortensia. —Me quedé blanca. Por supuesto, ningún intento de acercamiento por parte de ella.
Pasó un año y una mañana, al despertar, Ramón me dijo:
—Feliz aniversario. Espero que te guste —dijo, entregándome un paquetito con una gema en forma de lágrima color ámbar en una cadena.
—¡Qué ilusión! Feliz aniversario. Yo no te he comprado nada.
—No importa. Viendo tu cara ya tengo suficiente. A la noche lo celebraremos.
Yo, feliz por ser el primer aniversario de nuestro matrimonio y la mar de contenta, le dije a doña Hortensia:
—Mire qué colgante más bonito me ha regalado su hijo. —La verdad es que era precioso.
—No sé qué vais a celebrar. Como no sea el mayor error que ha cometido mi hijo… Porque tú a mí no me engañas: te has casado con él por el dinero, ya que no tenías donde caerte muerta. Si lo sabré yo —me respondió con una rabia contenida en sus palabras que daba hasta miedo.
Nuestra relación de pareja tuvo sus altibajos, más bajos que altos. El carácter posesivo y sus celos se fueron acentuando, pero mi creencia de poder cambiarlo con el tiempo fue creciendo. Desde luego, en aquellos tiempos, en los que todos los problemas se solucionaban en la cama, era bastante normal. Alguien me dijo, no recuerdo quién, que una mujer «debía ser para su marido una señora de día y una puta en la cama». Y si le explicaba mis problemas a mi madre siempre me decía:
—Hija, mientras tengas contento a tu marido en la cama siempre podrás hacer de él lo que quieras y, sobre todo, que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha.
—Pero, mamá, es que es un sinvivir.
—Ya, pero recuerda que los trapos sucios se lavan en casa: que nunca diga su familia que vas aireando temas familiares por ahí.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.