Es decir, la formación no consiste sólo en practicar una colección de recetas supuestamente terapéuticas, aceptadas por una actitud de credulidad basada a veces en el poder seductor del formador. El formando debería lograr un conocimiento inteligente y práctico de ese modelo, de sus fundamentos teóricos, enriquecidos por su experiencia personal.
Este mismo autor, catedrático en Yale, del que ya he mostrado su capacidad de autocrítica respecto a la tradición científica, lamenta, por otra parte, el desinterés de los psicólogos humanistas respecto a lo científico.
Muchos psicólogos humanistas están tan abiertos en pro del modelo humano de hombre que hacen caso omiso del aspecto de la observación sistemática de la ciencia. Al tratar su modelo a la luz de su experiencia cotidiana o de la práctica clínica, pasan por alto que gran parte de los testimonios sistemáticos de la ciencia no desdicen de su materia (Ibidem, p. 23).
Y refiriéndose a Maslow, del que reconoce su preparación y experiencia científica y elogia algunas de las técnicas de observación que ideó para medir la sensibilidad personal para los estilos artísticos, sin embargo se lamenta de que dejase sin concluir algunas de sus interesantes investigaciones, o las concluyera con informes finales insuficientemente convincentes, incluido su interesante estudio sobre las personas autorrealizadas.
3º Eclecticismo tecnológico indiscriminado
La integración metodológica, en el propio modelo terapéutico, de procedimientos de intervención procedentes de otros modelos, se ha señalado como uno de los logros que ha podido incrementar el poder terapéutico de las intervenciones. Ahora bien, en no pocas ocasiones esta intervención tecnológica se ha llevado a cabo de forma indiscriminada y precipitada, sin haberse planteado algunas cuestiones previas como las siguientes: ¿Implica esta técnica unos presupuestos teóricos incompatibles con una psicoterapia humanista? ¿Implica, por ejemplo, unos presupuestos reduccionistas, o atomistas, o mecanicistas, o deterministas? En este caso se deberá comprobar si puede resultar factible practicar determinado procedimiento de intervención desprendiéndolo de tales presupuestos teóricos incompatibles. Por ejemplo, si un psicoterapeuta tiene interés en utilizar procedimientos de las denominadas “Constelaciones Familiares” de Bert Hellinger ¿es consciente del carácter claramente determinista de los presupuestos teóricos de este modelo? ¿se ha planteado si sería factible utilizar sus técnicas desprendidas de esos presupuestos? Prescindir de plantearse estas cuestiones y de comprobar si puede resolverlas constituiría caer en el error de un eclecticismo tecnológico indiscriminado.
Se puede señalar otro ejemplo, respecto a la integración de la Programación Neurolingüística de Bandler y Grinder. Esta metodología ofrece técnicas de indudable poder psicoterapéutico, según han podido comprobar desde hace treinta y cinco años los psicólogos del Instituto Erich Fromm de Psicoterapia Integradora Humanista. Ahora bien, dado el poder que tienen sobre el psiquismo del paciente, pueden ser practicadas de forma muy manipulativa, provocando cambios contrarios a la voluntad del paciente. Hay declaraciones de sus creadores que invitan a este tipo de actuación. Es evidente que ello es incompatible con una psicoterapia humanista. Además, el tipo de relación que ejercían los fundadores ya colocaba al paciente en una posición de clara inferioridad, pasividad y dependencia respecto al terapeuta. Estas actitudes son claramente incompatibles para una relación terapéutica de orientación humanista-existencial, en la que el paciente tiende a ser el auténtico protagonista de su experiencia de cambio curativo con la ayuda del experto profesional.
A la hora de integrar métodos o técnicas procedentes de otros modelos constituye un error –relacionado con lo anterior– haber caído a veces en una credulidad precipitada ante toda novedad terapéutica, sobre todo si se está convirtiendo en una moda, gracias a su eficiente marketing.
4º “Emocionismo”
Otro error nada infrecuente ha sido el paso de la libre y saludable expresión emocional al “emocionismo”.
Ya hace veintiocho años, en la Revista de Psiquiatría y Psicología Humanista, fundada en el año 1981, y que desde 1990 pasó a denominarse Revista de Psicoterapia, se publicó un artículo de John Rowan, presidente entonces de la Sociedad inglesa de Psicología Humanista, en el que refiriéndose a errores de los psicólogos humanistas denunció, entre otros, el “emocionismo”, y sobre el cual afirmó:
Uno de los mejores modos para entrar en el reino de la subjetividad en el que actúa la terapia es el de entrar profundamente en contacto con las emociones. Desgraciadamente todo esto se puede transformar fácilmente en un culto de las emociones fuertes por sí mismas, como si fuesen un fin antes que un medio. Yo he visto personas tiranizadas e intimidadas porque no expresaban sus emociones, o porque no estaban expresando las emociones correctas (por ejemplo, la rabia). Lo peor es que he visto criticar a las personas porque no expresaban en todo momento sus sentimientos (Rowan, 1986, p. 38).
Un logro de las psicoterapias humanistas –al cual ya me he referido– ha sido indudablemente el haber destacado la importancia de los procesos afectivos en la vida de las personas, entendidos como riquezas del potencial humano, y no sólo como problemas emocionales en el caso de trastornos. Asimismo, haber facilitado una profunda libertad en la expresión emocional verbal y no verbal, en las sesiones terapéuticas individuales o grupales. Pero una cosa es practicar procedimientos de intervención facilitadores de la catarsis por la expresión profunda, por ejemplo, de la rabia, o la tristeza en situación de duelo, etcétera, y otra cosa es convertir la expresión emocional intensa en panacea casi obligada para considerar provechosa una sesión de terapia individual o grupal. Este es un error que han cometido a veces los psicoterapeutas de la Gestalt, o de la Bioenergética, entre otros. En muchos procesos psicoterapéuticos humanistas pueden ser mayoría las sesiones en las que el paciente –ayudado con frecuencia por técnicas con actividad imaginaria o psicocorporales– reviviendo experiencias antiguas, a veces de la infancia, o imaginando situaciones futuras temidas o deseadas, experimente un fluir emocional terapéuticamente liberador. Pero pensar que cuando en una sesión no se ha producido este tipo de vivencia y expresión emocional catártico se haya perdido el tiempo es caer en “emocionismo”.
5º Potenciar el narcisismo
Un peligro a tener en cuenta, a la vista de las actuaciones de algunos psicoterapeutas, es el ejercicio de una psicoterapia potenciadora de una actitud narcisista y despreocupada de actitudes solidarias.
Una parte de los creadores de los primeros modelos terapéuticos humanistas se destacaron por su especial confianza en la práctica terapéutica grupal. Esta se prestaba a facilitar entre los participantes –aparte de la superación de sus correspondientes problemas psicológicos– el desarrollo de sus potenciales humanos, entre ellos el entrenamiento en la empatía emocional, en la actitud altruista hacia las compañeras y compañeros, en el reconocimiento sereno de las propias limitaciones, etcétera. Es decir, vivencias nada favorecedoras del cultivo de una actitud narcisista. Pero –como ya detectó y criticó Gendlin en 1987-, a veces, el terapeuta humanista –en sesión individual o grupal– ha ofrecido un modelo de persona con exceso de narcisismo, y ha dado pie a una versión distorsionada del concepto de “autorrealización” o “autoactualización”, entendido de forma individualista, e inhibidora de actitudes altruistas y solidarias. Con ello no se ha sido fiel a la idea genuina que sobre estos conceptos tuvieron, por ejemplo, Fromm, Horney, Ch. Bühler, Bugental y Maslow. Para evitar esta versión distorsionada resultaría más expresivo referirse a esta meta de la terapia con el término “autorrealización individual y social”.
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