ENCUENTRO DEL
CRISTIANO CON
EL ATEO O EL AGNÓSTICO
REQUISITOS
PSICOLÓGICOS Y ÉTICOS
Ramón Rosal Cortés
TITULO: Encuentro del cristiano con el ateo o el agnóstico
Requisitos psicológicos y éticos
AUTORA: Ramon Rosal Cortés ©, 2019
COMPOSICIÓN: HakaBooks
DISEÑO DE LA PORTADA: Hakabooks©
FOTOGRAFÍA PORTADA: Facilitada por el autor©
1a EDICIÓN: Octubre 2019
ISBN: 978-84-18575-22-8
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PRÓLOGO
Cuando conocí a Ramón Rosal, hace cuarenta años, una de las cosas que más me llamó la atención de él fue la capacidad de comprensión y diálogo tranquilo con personas que discrepaban de sus convicciones y reflexiones. Era una época (todavía no había llegado el “pensamiento débil”) en que se arrastraba la convicción de hay sólo una manera correcta de pensar y de vivir, y quien no pensara igual que yo –que estoy en lo correcto- o es un tonto ignorante, o tiene mala fe. Se trataba de un pensamiento en blanco y negro (al fin y al cabo, hacía pocos años que había llegado la televisión en color), y no era raro que, a lo largo de un debate, las posiciones tendieran a polarizarse y a ir convirtiéndose cada vez en más duras y dogmáticas. Pues bien, fue en esa época cuando conocí al autor de este libro, y precisamente a raíz de unos grupos de diálogo y reflexión entre cristianos y ateos o agnósticos. En estos grupos, él cuidaba con esmero el clima de escucha respetuosa del otro, y el encuentro de puntos comunes, sin necesidad de negar o amortiguar las diferencias.
De aquellos tiempos, recuerdo una anécdota al respecto que me impactó. Eran las vísperas de la votación de la Constitución, y los católicos –acostumbrados al Estado confesional de la época franquista- aún no habíamos estrenado la libertad religiosa. Las opiniones de los católicos se dividían entre los que consideraban que la Constitución era una buena propuesta, y los que creían que no podían votarla en conciencia, porque no era confesionalmente católica. Había un clima tan tenso y confuso que la Conferencia Episcopal se vio obligada a emitir un comunicado aclarando que los católicos podían votar con tranquilidad de conciencia, tanto a favor como en contra de nuestra Carta Magna, ya que el hecho de no ser confesional no invalidaba los indudables valores que apuntaba. Pues bien: el domingo anterior a la votación y para tranquilizar a los oyentes, durante una conferencia para un grupo de cristianos, Ramón Rosal leyó el comunicado de la Conferencia Episcopal. Inmediatamente, y casi antes de acabar su lectura, varias personas, en distintos puntos de la sala, se pusieron en pie gritando ¡NO! ¡NO! ¡NO!, e iban marchándose de la sala dando un portazo. Yo estaba atemorizada y no tenía claro cómo iba a terminar aquello. Al acabar la conferencia, me acerque al autor a comentarle el comportamiento de estas personas (a los que yo, en mi fuero interno, ya había calificado de energúmenos), y cual no es mi sorpresa, cuando me contesta con toda tranquilidad: “bueno, simplemente es que están expresando su opinión”.
Después, cuando le fui conociendo, comprendí que esa actitud abierta, confiada y respetuosa, formaba parte de su ADN. Creció en una familia en la que había diversidad de posturas religiosas y políticas, pero donde nunca faltó el respeto para cada una de ellas. Quizá por ello, por estar acostumbrado desde pequeño a este tipo de situación, tan poco abundante en la España de la época, se convirtió con los años en un maestro del diálogo con el diferente.
Su postura abierta y confiada, le llevó a crear, en los delicados años de la transición (cuando en nuestro país se empezaba a estrenar la libertad de religión y de expresión así como se estrenaba el mostrar en público la propia posición política y religiosa) un grupo de reflexión ética con un grupo de periodistas que se distanciaban entre sí en esas posiciones, pero que compartían la ilusión por el logro de unos valores éticos que servían de puente para el diálogo, el conocimiento, la comprensión y la valoración de los demás, por muy diferentes que fueran algunas de sus convicciones. A lo largo de los años ha proseguido creando otros muchos grupos de diálogo entre cristianos y ateos o agnósticos en torno a cuestiones éticas o existenciales. Doctor en Psicología, maneja con sabiduría y cuidado la construcción de un clima en el que las personas se puedan expresar con franqueza, sabiendo que van a ser escuchadas y respetadas.
Por esa razón, y porque es una persona apasionada con la tarea evangelizadora, si hay alguien que podía escribir este libro, era él. No ha cejado nunca en insistir a los cristianos –laicos- la tarea del anuncio del mensaje de Jesucristo como una peculiaridad diferencial respecto a otras personas no cristianas, con las que comparten la tarea de buscar un mundo más humanizado. Eso sí, un anuncio del mensaje basado en la propia información, reflexión y asimilación del mismo, o lo que él llama “una fe inteligente”, animando a “dar razón de vuestra esperanza” (1 Pe. 3, 15), como reclamaba el apóstol. No ha cejado nunca de insistir en que precisamente el laicado se encuentra en una posición privilegiada para ejercer esta tarea, al tener una mayor posibilidad que los sacerdotes y religiosos de convivir desde una situación natural con personas alejadas de la fe. Algunas de ellas alejadas por haberse apartado de la Iglesia (más que de Jesucristo) por habérseles presentado, más que el cristianismo, una caricatura del mismo, y también por el antitestimonio de muchos llamados cristianos. Otras, porque ya hoy es posible encontrar, en nuestro país, personas que no han sido bautizadas (ni siquiera con el “bautismo sociológico”, imprescindible hace unas décadas para no ser marginado) y que no tienen la menor noción sobre el contenido de las buenas noticias que anunció Jesús de Nazareth. Buenas noticias que constituyen un tesoro tan valioso y desbordante que los cristianos no podemos guardarnos para disfrutar de él sólo nosotros, sino que, en cumplimiento del encargo de Jesucristo (Mc. 16, 15; Mt. 18, 29), nos toca ofrecer con generosidad a todo aquél que quiera conocerlo y compartirlo.
La marcada disminución del número oficial de cristianos en nuestro país, y especialmente en Cataluña, lugar donde transcurre la vida del autor, no es para él sino una buena noticia, porque esta disminución lógica, a raíz de la libertad religiosa, hace más patente que había un gran número de cristianos sólo de nombre que ahora clarifican su situación. Y sobre todo, porque los cristianos tienen ahora la posibilidad de entusiasmarse con la tarea misionera que pueden ejercer en su propio ámbito cotidiano –profesional, familiar, amistoso- sin necesidad de ir a países lejanos y culturas que no conocen. Llamados a ser levadura en la masa (Mt. 13, 33), urge más que nunca introducir en nuestra sociedad, para esponjarla, la ilusión por abandonar lo viejo y transformarnos en el hombre y la mujer nuevos, la esperanza de que es posible construir unidos un mundo que se acerque más a las propuestas de Jesucristo, maestro que nos enseña a vivir en forma sabia y divinizadora.
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