Ramon Rosal - Encuentro del cristiano con el ateo o agnóstico

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Los agentes de pastoral –en sentido lato, todos los cristianos- laicos, clérigos o religiosos, se vienen encontrando en forma creciente, tras la situación de libertad religiosa, ante personas agnósticas, ateas o indiferentes. Estos encuentros los pueden experimentar tanto en las diversas áreas de la vida civil, como en los ámbitos eclesiales. En el primer caso me refiero a las áreas de la vida familiar, el trabajo profesional, las actividades ciudadanas culturales o políticas, las experiencias del tiempo libre, etcétera. En el segundo caso me refiero a situaciones de la vida parroquial o de otros ámbitos eclesiales.
Lentamente se va superando en nuestro país la percepción distorsionada entre cristianos de una parte y ateos y agnósticos de otra. Va disminuyendo el prejuicio, por parte de éstos últimos, de que los católicos acostumbran a ser personas más bien pueriles, demasiado dependientes de introyecciones de la infancia, muy escasas entre las personas cultas y científicas. Asimismo va disminuyendo, por parte de los católicos, el prejuicio de que un ateo difícilmente puede ser una persona de alto nivel ético, con altura de miras; y cuyo ateísmo es siempre causado por su comodidad o superficialidad (prejuicio que parece tender a aplicarse más ahora a los católicos). El agente de pastoral eficiente deberá estar exento de tales prejuicios y, al mismo tiempo, tolerará con paciencia las percepciones estereotipadas todavía presentes en parte de los otros no cristianos.
En los cinco capítulos de este libro pretendo, como objetivo ayudar al lector cristiano a que logre su aspiración a vivir satisfactoriamente sus posibles encuentros con personas agnósticas, ateas o indiferentes (sea en sus actividades en el mundo, o en ámbitos eclesiales). Asimismo ayudarle a que, a través de estos encuentros, pueda también llevar a cabo su vocación evangelizadora, cuando se hayan compartido previamente –con el familiar, amigo o compañero no cristiano- experiencias o inquietudes con consecuencias humanizadoras.

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acompañamiento de procesos de conversión

desde el agnosticismo o ateísmo a la fe cristiana?

Desde el año 1979, es decir, durante cuarenta años, he vivido rodeado principalmente de personas agnósticas o ateas. Fundé un Instituto para la práctica de la psicoterapia y la formación de psicoterapeutas, siguiendo un enfoque de orientación existencial-humanista. Había comprobado que una parte de las personas que en Europa acudían a los centros de Psicología Humanista no lo hacían sólo para recibir una ayuda psicoterapéutica, sino también para encontrar una cosmovisión que les ayudase a encontrar sentido a sus vidas, una vez que se habían desvinculado de Iglesias cristianas, católica o evangélicas.

Sobre cerca de cuatro mil personas que han pasado por nuestro instituto como pacientes o alumnos, o como colaboradores terapéuticos o didácticos, no han sobrepasado el 14% los que se consideran católicos. Si consideramos a cristianos desvinculados de toda Iglesia –católica o evangélica– el total sigue sin alcanzar el 25%. Un 50 % -es decir, unas dos mil personas– han sido, respecto a una fe religiosa, indiferentes, o agnósticos, o ateos, o lo que podemos llamar “indefinidos” es decir, personas que sin considerarse indiferentes respecto a esta importante cuestión, han ido aparcando ocuparse de ella. El 25% restante lo representaban teístas o panteístas sin vinculación a una religión concreta, algunos budistas e hinduistas y seguidores inconscientes de la New Age. En los últimos diez años el porcentaje de católicos ha disminuido al 10%.

Todo este colectivo –excepto los colaboradores– ha desconocido el carácter de cristianos-católicos de las dos personas que dirigimos el instituto. Los terapeutas del equipo –sean ateos, agnósticos, cristianos, etc.– se abstienen como norma de dar a conocer su posición en cuanto a creencias –o increencias– religiosas, políticas, etc., puesto que su revelación perjudicaría, a veces, la buena relación que se tiene que dar en esta profesión, entre psicoterapeuta y paciente; y más siguiendo un enfoque existencial-humanista. Si posteriormente, lo que era una relación profesional –como paciente, o como alumno- pasa a otro tipo de vinculación interpersonal, más en la línea de la amistad, o de la demanda al ex-terapeuta o ex-profesor, como posible guía existencial (o espiritual), llega el momento de que éste pueda dar testimonio de su fe cristiana. En otros casos, podrá dar el testimonio de su ateísmo, o agnosticismo, o su vinculación a alguna fe religiosa no cristiana.

Durante estos años, a partir de nuestras relaciones interpersonales con colegas del equipo –y algunos ex-alumnos– se han producido nueve procesos de conversión a la fe cristiano-católica, desde una posición anterior atea, agnóstica o, quizás, indiferente. Concretamente han sido cinco psicólogas-psicoterapeutas, un médico, una filósofa (profesora de enseñanza media), una trabajadora social y una empresaria. Además se ha confirmado su posición de creyentes cristianas por parte de personas que se encontraban en una posición ambivalente, con un pie dentro y el otro fuera de la fe cristiana. Sobre esta experiencia he ofrecido información en el libro Cincuenta ateos y agnósticos convertidos al Cristianismo (2017).

2.2. ¿Qué principales prejuicios pude comprobar que

constituían un obstáculo en estas personas para

experimentar la fe?

Quizás habría que decir “generalizaciones” en vez de “prejuicios”, puesto que podemos considerar que son hechos reales en la vivencia de la fe de un porcentaje de cristianos y que pueden dar pie a que los observadores los conviertan en defectos esenciales de la fe cristiana. Entre ellos puedo señalar las suposiciones de que:

a) La fe cristiana es una mera herencia familiar o cultural, que mantienen de forma sumisa y un poco pueril las personas de mentalidad conservadora.

No constituye en general una auténtica experiencia personal, con clara repercusión en convicciones razonables, sentimientos y aspiraciones vividas como lo que es principal en la vida.

b) La fe religiosa es incompatible con la razón y la ciencia. La inteligencia queda inhibida en ella.

Lamentablemente, cristianos de nivel cultural superior (por ejemplo catedráticos de Universidad católicos) se encuentran frecuentemente incapaces de dar razones de su fe a sus colegas ateos que se las pidan. Su formación científica requeriría disponer de una cultura teológica suficiente que muchas veces está ausente. Su vivencia de la fe cristiana no ofrece señales de haber sido integrada en su inteligencia. Aunque también es cierto que a sus compañeros ateos les ocurre muchas veces lo mismo. Con frecuencia su ateísmo se limita a ser la consecuencia de una rebelión desde la adolescencia, respecto a la religiosidad de sus padres. En otros casos implica un estilo de personalidad conservadora que mantiene pasivamente el ateísmo que se les transmitió ya en la infancia. Otro tipo de ateísmo es consecuencia de una indigestión del nacional-catolicismo de los años del franquismo. Pero las razones inteligentes, con cierta base filosófica o científica escasean, o están ausentes. El origen de su posición se encuentra sólo, o casi sólo, en unas reacciones emocionales.

En cualquier caso, esta objeción sobre la irracionalidad de la fe religiosa, y la incompatibilidad entre la razón y la ciencia, ha disminuido mucho en la sociedad postmoderna, más bien despreocupada de la razón y muy centrada en la dimensión vivencial, en lo “experiencial” entendido como emocional.

c) No se acaba de comprobar suficientemente la verdadera capacidad humanizadora de la fe cristiana, su eficacia en la reforma de estructuras sociales, políticas y económicas, que impidan el crecimiento de la justicia social y la protección y defensa de de los derechos humanos.

En parte se debe a que muchos católicos no tienen el suficiente conocimiento sobre la historia de la Iglesia, para poder ofrecer información sobre las valiosas contribuciones que aportaron hermanos suyos en la fe –católicos o protestantes- tanto antes como después del Manifiesto Comunista de Karl Marx, para luchar contra las dolorosas injusticias sociales que se derivaron de la Revolución Industrial, producidas desde finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Con esta afirmación no pretendo idealizar la historia de la Iglesia, corresponsable de no pocas injusticias, cometidas en contradicción con el Evangelio. Pero es hora de saber difundir las actuaciones admirables de los cristianos. También es hora de responsabilizar a los católicos jóvenes y adultos a considerar como un capítulo esencial de su formación continuada el contenido principal de la Doctrina Social de la Iglesia. En especial lo ofrecido en los siguientes documentos del magisterio oficial: Encíclica Rerum Novarum, de León XIII, sobre la situación de los obreros (1891); Encíclica Quadragesimo anno, de Pío XI, sobre la restauración de orden social y su perfeccionamiento de conformidad con la ley evangélica (1931); Encíclica Mater et Magistra, de Juan XXIII, sobre el reciente desarrollo de la cuestión social a la luz de la doctrina cristiana (1961); Pacem in terris, de Juan XXIII, sobre la paz en los pueblos; Constitución pastoral Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, sobre la Iglesia en el mundo actual (1965); Encíclica Populorum progressio, de Pablo VI, sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos (1967); Carta apostólica Octogesima Adveniens, de Pablo VI (1971); Encíclica Laborem Exercens, de Juan Pablo II, sobre el trabajo humano (1981); Encíclica social Sollicitudo rei sociales, de Juan Pablo II, al cumplirse el vigésimo aniversario de la Populorum Progressio (1987); Encíclica social Centesimus annus, de Juan Pablo II, para conmemorar la encíclica Rerum Novarum de León XIII (1991); Encíclica Caritas in Veritate (2009) de Benedicto XVI; y Encíclica Laudato Si (2015) del Papa Francisco.

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