¿De qué manera la torturada geografía de Colombia y su igualmente torturada historia política han protegido las definiciones locales y regionales de la belleza, que a menudo tienen tan poco que ver con el ideal del Atlántico Norte? ¿Cómo, cuándo y por qué se fusionó la belleza colombiana con los estándares internacionales de belleza y se decidió emularlos? ¿Cómo ha cambiado el significado y la expresión de la belleza en las diferentes regiones con el paso del tiempo a medida que el medio masivo de su expresión se hacía más visual? ¿Por qué Colombia tiene hoy en día más de trescientos concursos de belleza anuales, y qué nos dice esto sobre la sociedad civil y el estado de la política nacional?
La bestia masculina es el alter ego y el compañero inseparable de la belleza femenina en Colombia. Esta bestia representa muchos de los problemas históricos y estructurales no resueltos de la nación: un Estado no soberano que no puede proteger las vidas ni las propiedades de sus ciudadanos, proveer servicios sociales básicos ni defender y cumplir la ley; un Estado que se percibe como ilegítimo y al que desafían determinados grupos armados; las oleadas periódicas de violencia política, económica y social, de inseguridad, guerra civil, insurgencia y contrainsurgencia a menudo dirigidas contra la población civil; las instituciones elitistas y excluyentes, trátese de organizaciones gubernamentales, religiosas o empresariales; la exclusión social y el racismo consuetudinarios que limitan la movilidad social de los colombianos no blancos; la extrema concentración de la tierra y la riqueza, y la desigualdad concomitante y el empobrecimiento de, por lo menos, la mitad de la población. Los conflictos civiles, un gobierno débil e ineficaz, reformas poco significativas y tasas de homicidios diez veces mayores que las de los Estados Unidos de América, otra nación sumamente violenta, definen la historia nacional de Colombia. En las últimas décadas del siglo XX, más de la mitad de todos los casos de secuestro extorsivo en el mundo tuvieron lugar en Colombia. Sostendré que una de las razones principales por las que los colombianos valoran tanto la belleza es que el terror de la bestia —violencia, inseguridad, racismo, pobreza y la ilegitimidad o insuficiencia percibida del gobierno— refuerza los roles de género (las mujeres deben ser hermosas y los hombres poderosos), puesto que restringe las opciones de reforma y liberación. La belleza, por consiguiente, representa la constante femenina y social opuesta al orden/caos masculino institucional, elitista, disfuncional y, a menudo, violento; la belleza es femenina, moral, virtuosa, civil, edificante, pacífica y esperanzadora.
Los reinados y festivales yuxtaponen la belleza y la bestia en espacios no partidistas, cívicos y de celebración donde se realizan rituales y espectáculos de gran simbolismo regional y nacional. Desde mediados del siglo XX el Concurso Nacional de Belleza Señorita Colombia, en la costeña y tropical Cartagena, se ha convertido en la obsesión nacional. Celebrado en la semana del 11 de noviembre, Día del Armisticio y aniversario de la independencia de Cartagena del yugo español, el certamen atrae a reinas de belleza en representación de varios departamentos y territorios de la nación. El proceso en su totalidad implica meses, desde la selección de las reinas locales y departamentales hasta la preparación de la soberana y su séquito para el concurso nacional, todos cubiertos por una intensa campaña mediática. A menudo el concurso de la Señorita Colombia se convierte en la mayor historia mediática y en el acontecimiento más popular de toda la nación desde finales de octubre. Personas de todas las clases y sectores escogen sus favoritas, discuten y chismean sobre pequeños y grandes detalles, apuestan su dinero y esperan con ansias la competencia para coronar a su nueva soberana nacional.
Los concursos locales, departamentales, nacionales e internacionales son muy importantes para los colombianos, debido a la presencia inquietante de la bestia y a la horrible reputación nacional e internacional del país. Los colombianos no tienen muchos héroes nacionales, en particular durante el siglo veinte: los políticos no suelen granjearse el respeto nacional debido a las divisiones partidistas y el cinismo general, y los líderes militares son, por lo general, superfluos debido a la inexistencia de guerras extranjeras. Las selecciones nacionales de fútbol atraen gran atención tanto dentro como fuera del país, pero incluso los equipos prometedores pierden los grandes partidos, como en las debacles de la Copa del Mundo de 1994 y 1998; la selección nacional no logró clasificar para jugar los Mundiales de 2002, 2006 y 2010. Los jugadores colombianos de fútbol y béisbol, los ciclistas, pilotos de carreras, golfistas y patinadores en línea han tenido buen desempeño internacional en las últimas décadas, pero sus triunfos individuales no tienen el significado nacional e internacional de un triunfo nacional colectivo como el del campeonato de la Copa del Mundo. 2Yuxtapuestos a estos triunfos atléticos intermitentes, Colombia tiene todos los problemas sociales y políticos relacionados con la pobreza y la violencia generalizadas, el narcotráfico, la insurgencia guerrillera, las masacres paramilitares y la actividad de los escuadrones de la muerte (la bestia), con poco para llenar el vacío y el temor de la vida cotidiana salvo la familia, los amigos y la belleza.
Los colombianos necesitan de la belleza para ponerle una cara amable a la nación, tanto en sentido literal como figurado. Necesitan una ganadora y la consiguen cada año, a veces cada semana, gracias a las reinas nuevas, frescas, jóvenes, vibrantes y muy femeninas. Y la que es reina una vez reina por siempre. La gente en la calle, en los caminos de las montañas y en los anchurosos ríos recuerda a la ganadora colombiana por antonomasia del siglo XX, la icónica Luz Marina Zuluaga, Miss Universo 1958. Ella fue la primera colombiana en participar en Miss Universo y la única ganadora colombiana del concurso hasta 2014, cuando Colombia parecía nuevamente preparada para una transición de la violencia a la paz relativa, para alivio de las élites nacionales y los inversionistas internacionales. Desde entonces, las participantes colombianas en los concursos de Miss Universo y Miss Mundo se han ubicado bien, presentando una imagen positiva de la nación a los medios de comunicación internacionales, ya que promueven los productos, las exportaciones y el potencial turístico del país. Otras mujeres latinoamericanas, en particular las de Venezuela, Brasil, República Dominicana, Puerto Rico, Perú, Argentina y México, también se han destacado en el escenario mundial. Explicar a qué se debe esto requiere de una investigación comparativa adicional y no puede responderse con certeza aquí, pero ciertamente puede afirmarse que los colombianos en los últimos setenta años —como los venezolanos tras el colapso del petróleo y las crisis políticas de los ochenta— han promovido a sus reinas de belleza como símbolos positivos nacionales e internacionales en tiempos de crisis, deriva y patriotismo flaqueante. 3Los colombianos y los venezolanos, vecinos y rivales que a menudo se enfrentan por diferendos limítrofes y se disputan los principales lugares en los concursos internacionales, señalan con orgullo hacia sus reinas y hermosas mujeres como prueba de la bondad, modernidad, estilo y encanto de su nación cuando a los medios masculinos de la honra nacional —deporte, trabajo, política— les falta potencia.
Este proyecto evolucionó a partir de una serie de observaciones y accidentes fortuitos. Siendo muy niño, recuerdo una ocasión en la iglesia en que miré por encima del hombro de mi madre a una mujer sentada en la banca detrás de la nuestra. Su belleza y su voz, de canto angelical, están tan vivas para mí hoy como lo estaban hace décadas. La belleza es memorable; los niños, como los adultos, lo notan y lo recuerdan. 4Mientras ocultaba a mi madre mis varios enamoramientos secretos de compañeras de la escuela primaria, ella compartía conmigo su pasión por las películas y los concursos de belleza. Veíamos películas en los teatros locales, pero, más importante, nos sentaba frente a la televisión a ver el concurso anual de Miss America. Al principio no estaba seguro de que ver Miss America no fuera “cosa de niñas” y pensaba que tal vez debía estar afuera jugando fútbol o viendo a mi papá romperse los nudillos mientras trabajaba en el carro. Pero esos años en que lo vi, aprendí algunas cosas mientras le hacía fuerza a miss California, nuestra favorita por ser de nuestro Estado de origen. La primera, que el resultado del concurso era impredecible y dramático, y que las personas del público, así como quienes participaban, invertían gran cantidad de energía en toda la empresa. Incluso si miss Texas ganaba, con su áspero acento y su enorme cabellera, al menos aprendía algo sobre los concursos, la geografía, las diferencias regionales y el país en su conjunto.
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