Invisible
al ojo clínico
Violencia de pareja
y políticas de salud en México
CRISTINA HERRERA
Portada
Introducción
El contexto discursivo de aparición y recepción de una nueva política pública en el sector de la salud.
Propuesta de un modelo de análisis
Las redes de políticas públicas en el marco de las relaciones entre la sociedad y el Estado
Las redes de políticas en el contexto sociohistórico mexicano
El análisis del discurso en el diseño y la instrumentación de políticas
Contexto de aparición del programa Mujer y Violencia
Formación de la agenda. La violencia doméstica deviene problema
Diseño del programa
Acciones para el cambio de comportamientos
Un balance provisional
Salud pública y perspectiva de género. Una relación incómoda
La “nueva salud pública”
Los avatares de la política feminista en México
La violencia doméstica como problema de salud pública y tema feminista
Argumentos para convencer a los médicos
El problema de la definición del problema
El fruto del matrimonio entre la nueva salud pública y la perspectiva de género
La instrumentación de la política por el personal de salud. Los discursos ocultos sobre las mujeres que sufren violencia
Poner orden. El discurso médico frente a la violencia doméstica
La violencia doméstica en el orden médico
Discursos reformistas del orden médico
Menos que humano. Discursos sobre género, clase y etnia en los profesionales de salud
Las mujeres como pacientes
Las mujeres y la violencia
“Biología social”. Etnia y clase
¿Feminidad de clase?
Tratándose de derechos…
Público y privado
Orden médico y orden legal
¿Normalización privatizadora?
Límites y alcances discursivos de las políticas de salud contra la violencia de pareja
Matrimonio por conveniencia
Una serie de argumentos desafortunados
¿Terapia o política?
¿Salvar vidas o preservar el cuerpo? Reflexiones finales
¿Se puede combatir la violencia doméstica?
Si hubo guerra, que no se note. Algunos desafíos para el feminismo
Bibliografía
Entrevistas citadas
Entrevistas no citadas
Notas
Créditos
Contraportada
La necesidad de combatir la violencia contra las mujeres ha sido uno de los temas de lucha más persistentes dentro del movimiento feminista y también uno de los que suscitan menores controversias entre las diferentes vertientes de este movimiento, al menos en lo que respecta a la prioridad que se le debe asignar en su agenda política. Sin embargo no siempre esta violencia ha sido definida del mismo modo a lo largo del tiempo ni entre diferentes sociedades, ni se ha establecido, en consecuencia, una única ruta de acción para combatirla. Así, mientras que la primera oleada del activismo feminista, en los años setenta, se enfocó principalmente en la violencia sexual (Riquer y Castro, 2008), más tarde se priorizó la violencia conyugal, también incluida dentro de la llamada violencia doméstica, por ser este espacio el que mayor riesgo de violencia representaba para las mujeres. De acuerdo con Riquer y Castro (2008), el desarrollo del activismo feminista estadounidense de los años setenta, centrado en la violencia sexual como forma por excelencia de dominación masculina, corrió por un camino paralelo al de la academia, donde los llamados gender studies exploraron y desarrollaron teóricamente el concepto de género para dar cuenta de un orden de relaciones de poder basado en las versiones hegemónicas de la diferencia sexual en un momento determinado. En este orden la violencia simbólica aparecía como más determinante que la física o la sexual, en la que –según las estudiosas del género– las activistas estaban reintroduciendo la anatomía como razón de la violencia y el sometimiento, lo cual se pretendía evitar con el lema “biología no es destino”. Así, según estos autores el debate sobre la violencia estuvo durante más de dos décadas divorciado del debate sobre el género, relación que en la actualidad parece recomponerse.
En México, donde no se había dado este desarrollo académico hasta hace poco tiempo, predominó el activismo feminista, que se dirigió principalmente a atender a las mujeres víctimas, por un lado, y a impulsar propuestas de reforma legislativa, por otro. La articulación entre el desarrollo teórico de la categoría de género y el debate sobre la violencia contra las mujeres “por ser mujeres” aún está en estado incipiente, y requiere tanto de análisis teórico como de estudios empíricos que observen las manifestaciones del sistema de género en diversos planos de la realidad social, desde el individual hasta el estructural, pasando necesariamente por los contextos de interacción donde operan los mecanismos de reproducción del orden jerárquico de género. Mientras tanto persiste una división entre quienes estudian la violencia familiar sin enfoque de género, y quienes buscan explicar casi todos los tipos de violencia desde esta categoría.
El recorrido de las diferentes maneras de nombrar la violencia en el hogar pasó primero por el término “esposas golpeadas” y luego por el de mujeres “maltratadas”, para dar cuenta de otras formas de violencia distintas de la física, notablemente la violencia emocional. Sin embargo, en el giro discursivo que se dio al pasar de la noción de violencia sexual a la de violencia doméstica, el maltrato específico contra las mujeres quedó de algún modo diluido dentro de las agresiones que se ejercían contra otros miembros del hogar, y fue cuando las agencias gubernamentales empezaron a intervenir en el asunto que ocurrió un nuevo desplazamiento, ahora al término de violencia intrafamiliar, donde el acento pasó del entorno físico (el hogar) a los lazos de parentesco. Con esto, sostiene Marta Torres, la carga ideológica que tenía el tema en sus inicios, vinculada al movimiento feminista, fue eliminada. Es decir, volvió a soslayarse el hecho de que “en la familia, la violencia se ejerce principalmente de los hombres hacia las mujeres y de los adultos hacia los menores, además de otras víctimas como ancianos(as) personas con discapacidad, lesbianas y homosexuales” (Torres, 2005). Todo ello se relaciona con la desigualdad y el poder que de ella se deriva. La violencia, continúa esta autora, se ejerce principalmente contra aquellos a quienes se considera débiles, o más específicamente, seres “sin voluntad”. En los años noventa se adoptó la categoría de género como herramienta conceptual necesaria para dar cuenta de todas las formas de violencia que se ejercen contra las mujeres “por el solo hecho de serlo”. Este uso de la categoría de género insiste en el carácter social y cultural de las normas que prescriben o toleran el ejercicio de diversas formas de violencia como mecanismo de control y disciplinamiento de las mujeres, y ello permite ubicar al fenómeno en un marco de análisis estructural. Sin embargo, tomada la categoría de género como única explicación de la violencia en el hogar y sin considerar los mecanismos concretos que median entre esas estructuras y las conductas individuales, así como las características específicas de los espacios de interacción donde dicha violencia se ejerce, resulta también insuficiente para comprender el fenómeno y explicar, por ejemplo, por qué no todos los hombres ejercen violencia contra las mujeres o por qué no todas las mujeres soportan relaciones violentas.
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