LA TORRE INVISIBLE
RAMÓN DE LA SERNA Y ESPINA, AÑOS VEINTE
RAMÓN DE LA SERNA Y ESPINA
LA TORRE INVISIBLE
Selección y prólogo de
Daniela Agrillo
COLECCIÓN OBRA FUNDAMENTAL
Responsable literario: Francisco Javier Expósito Lorenzo
Diseño de la colección: Gonzalo Armero
Cuidado de la edición: Antonia Castaño
Conversión a libro electrónico: CYAN, Proyectos Editoriales, S.A.
© De esta edición: Fundación Banco Santander, 2020
© Del prólogo: Daniela Agrillo, 2020
© Herederos de Ramón de la Serna y Espina, 2020
Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el artículo 534-bis del Código Penal vigente, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autorización.
ISBN: 978-84-17264-19-2
Un gigante mutilado. Vida y obra de Ramón de la Serna y Espina (1894-1969), por Daniela Agrillo
UNA NOVELA: CHAO
UN DRAMA: BOVES
UN CUENTO: PUENTE ROJO
ALGUNOS ARTÍCULOS
Sagitario
La torre invisible
Cautivo de la esperanza
Coloquio nocturno
El valor práctico de la poesía
Descrédito de lo sublime
García Lorca y Neruda
En torno al suicidio
Elogio de lo convencional
El concepto de superioridad y su contrario
El profeta y su tierra
La mano airada
Metamorfosis del norteamericano
Temor del pasado
NOTAS Y UN POEMA PARA EVA
Daniela Agrillo
Un gigante mutilado.
Vida y obra de Ramón de la Serna y Espina
(1894-1969)
Hay escritores que nunca se han atrevido a luchar contra los cánones impuestos por la época en la que les tocó vivir; autores que han sucumbido, que han seguido viviendo con la ansiedad de decir, de expresarse, de ser reconocidos, de ser escuchados, pero han fracasado en este intento. Hablamos de escritores que han sobrevivido a tragedias humanas indecibles y han salido de estas envilecidos, enflaquecidos, con un sufrimiento enorme por dentro. A pesar de todo, han seguido escribiendo, porque esta era la única manera de salvarse del abismo. La escritura se ha convertido para ellos en el alivio de sus penas, en instrumento a través del cual reconocerse, construir su propia identidad, reafirmarse.
Hay muchos, muchísimos. Autores olvidados o ignorados porque no quisieron insertarse en el contexto histórico y literario en el que, a su pesar, vivieron; porque no se sometieron a los dictámenes que querían imponerles. Algunos de ellos, antes o después, tienen la fortuna de ser rescatados del olvido, de ser abordados por estudiosos o curiosos que, gracias a estas vidas y obras desamparadas, descubren mundos recónditos y sensibilidades desbordantes. Esta es la fortuna que he tenido con Ramón.
Ramón de la Serna y Espina nació en Valparaíso, Chile, el 13 de noviembre de 1894. Era el primer hijo de la conocida escritora Concha Espina y Tagle, que se encontraba entonces en aquel país para liquidar un testamento familiar tras la muerte de José María de la Serna y Haces, padre de su marido, Ramón de la Serna y Cueto, a quien Concha Espina había conocido algunos meses antes de casarse en la localidad cántabra de Mazcuerras durante las vacaciones que la familia solía pasar allí. (Un paréntesis para recordar que Mazcuerras acabaría adoptando la denominación cooficial de Luzmela —topónimo que usamos en adelante— en honor a la novela La niña de Luzmela, que la escritora ambientó en un lugar inspirado en esta localidad.)
Los años en Chile fueron muy difíciles para Concha Espina. Su marido —que, en palabras de sus hijos, era un hombre orgulloso, poco activo y emprendedor, encerrado en sí mismo y falto de sentido realista— gastó la fortuna heredada, lo que provocó el desánimo de la futura escritora. Empezó así Concha Espina a trabajar en el periódico El Porteño, a cuyo director había conocido casualmente. No obstante, no consiguió aclimatarse y su deseo era regresar a España. Ante el temperamento indolente y perezoso de su marido, ella se veía obligada a enfrentarse a muchas situaciones incómodas sola. El empeoramiento de la relación matrimonial condujo, así, a una situación insostenible que le hacía necesitar la ayuda y el calor de su familia, por lo que, cuando Ramón tenía solo cuatro años y su hermano Víctor dos, decidió regresar a Luzmela.
Instalada allí la familia, Concha Espina percibía que la realidad de aquella pequeña ciudad no brindaba muchas posibilidades a sus hijos, sobre todo a Ramón, que expresaba ya el deseo de estudiar idiomas, conocer otras culturas, abrirse al mundo. Luzmela era un lugar apartado donde resultaba difícil hallar demasiados estímulos. En la biografía que consagró a su madre, Josefina de la Maza, hermana de Ramón, lo describía como un lugar entre nubes y montes, maravilloso pero solitario; Concha Espina creía que allí sus vástagos solo verían pastores, y a ella le habría gustado proporcionarles la opción de estudiar y formarse para el futuro, ofrecerles la oportunidad de desarrollar las grandes capacidades que apreciaba en ambos —de los que estaría siempre muy orgullosa—. Los hermanos crecían y daban muestra de una poderosa inteligencia.
Ramón y Víctor han demostrado ser, mundo adelante, vida adelante, hombres extraordinarios. Era Víctor el reflexivo y tierno por excelencia. Y Ramón el exaltado, gracioso y muy gentil. No consintió mi madre que ninguno de los dos fuesen «niños prodigios», aunque eran de verdad prodigiosos niños. Ramón aprendía un inglés selecto: «En cuanto al francés —decía el hermano José a mi madre—, no hace falta que lo aprenda; lo sabe porque sí, yo no comprendo de qué manera…».
Le brillaban las pupilas verdes a Ramón, con una luz ambiciosa de otros horizontes. Temía mi madre: aquel niño le inquietaba; una imaginación poderosa gobernada por un gran talento: apasionado, vehemente, todo se podía esperar de Ramón.[1]
Cuenta Josefina que, encontrándose Ramón en la casa de su abuelo en el pueblo asturiano de Ujo, con tan solo ocho años, le hizo pasar más de un buen susto a la familia. Un día escapó, no le encontraban por ningún sitio. La familia, horrorizada y viendo que allí existían dos grandes peligros para un niño, el río y el tren, pidió la ayuda de todo el pueblo; el cura tocó a rebato; se juntó una brigada de obreros que salieron a buscarle; la Guardia Civil inspeccionó los montes. Por fin, los mineros llegaron con él. «Regresaba Ramón muy serio, con la cabeza erguida y los ojos flameantes»; Ramón —afirma Josefina—, que en su vida solo hizo caso a las palabras del abuelo Víctor, afirmó con orgullo que había desobedecido y se había escapado por un «motivo divino»; pensaba, de ahí en adelante, hacer «vida santa» de ermitaño. [2]
Ya iba delineándose su carácter: no aceptaba imposiciones, era un niño inteligente, perspicaz y, sobre todo, independiente; características que le acompañarían siempre y que se convertirían en determinación e incluso en cierta testarudez.
Cinco años después, la familia se trasladó a Cabezón de la Sal, a casa de los abuelos paternos, pero Ramón permaneció muy poco allí. Con el objetivo de aprender inglés, pidió y obtuvo el permiso para viajar a Inglaterra con un matrimonio andaluz amigo de familia. Sabemos —guiados de nuevo por las palabras de Josefina de la Maza en la biografía dedicada a su madre— que el niño insistió mucho, que luchó firmemente por obtener el consentimiento materno. Temerosa, pues era un chico de tan solo trece años, su madre se negó inicialmente, pero al final cedió, brindándole la posibilidad que marcaría de manera decisiva la vida del futuro literato. Su natural predisposición para aprender idiomas fácil y rápidamente le llevaría a ser uno de los traductores más importantes y preparados del momento.
Читать дальше