En El Mercurio quedan casi todos los artículos que escribió en este período final de su existencia. No muchos: no se prodigaba. Era sumamente severo en la selección de los temas, y quería poner tal precisión y sutileza en la prosa que no le era fácil completar las carillas de un escrito capaz de albergarse en la prensa. Le agradaba contemplar las cosas por todos lados, morosamente, como si el tiempo tuviese para él márgenes infinitos. Parece como que cada hombre llega a la tierra con un ritmo predeterminado, del cual es imposible —o casi— evadirse.
Y si esto es así, el ritmo de Ramón de la Serna habría sido de una lentitud increíble, como el ralentí del cine o el galopar de la pesadilla, en donde los remos del caballo se hunden en el algodonoso vacío y el jinete no avanza aunque se agite.[23]
El artículo capta la esencia de Ramón y el malestar que le había afectado durante toda su vida. Sin embargo, hay cosas imposibles de percibir para la mirada ajena; lo que la gente veía era la punta del iceberg; debajo había muchas cosas, las más importantes: su trabajo incansable, sus lecturas incesantes, el hambre nunca satisfecha de conocimiento que le devoraba y le devoró de verdad, que le consumió, dejando una cara desolada y triste en la que lucían dos grandes ojos que expresaban su sufrimiento.
De esa exigente, constante e intensa labor de escritura es testimonio el presente volumen, que hemos querido llamar, como homenaje a la personalidad del autor, La torre invisible —título de uno de los artículos aquí recogidos—. En él incluimos los ejemplos más relevantes de los distintos géneros que Ramón cultivó a lo largo de su trayectoria: Chao, su más interesante novela y podríamos decir que la única propiamente tal —pues la dedicada a Antonio Ruiz tiene, más bien, el carácter de un cuento largo—; Boves, la obra teatral en la que más confiaba y en la que más empeño puso para que fuera llevada a escena; Puente Rojo, el único cuento que escribió, si excluimos los que redactó junto a su madre, y una selección de catorce artículos periodísticos. Se trata de material en su mayor parte inédito, a excepción de la novela Chao —para la que partimos de la edición publicada por Araluce en 1933— y de algunos de los artículos. Cierra el volumen una muestra de las notas encontradas en el archivo del escritor que atestiguan la importante presencia en su vida de su mujer, Eva Cargher; notas entre las que se encuentra el único poema hallado entre sus papeles y a ella dirigido.
Este colofón quiere ser un reconocimiento a la labor de esta mujer que, tras la muerte de Ramón, regresó a España llevando consigo todos los papeles de su marido; todos: los centenares de escritos que había ido acumulando a lo largo de los años. Eva, con ocasión del estreno de Boves arriba mencionado, consignó el archivo a Alfredo Pérez de Armiñán, movida por la esperanza de que, antes o después, alguien sacara del olvido la obra de este gigante mutilado. Por fin, esperamos haber cumplido su deseo.
UNA NOVELA: CHAO
La que aquí se edita es la segunda novela escrita por Ramón de la Serna y Espina, Chao, que fue publicada en 1933 por la editorial Araluce de Barcelona.
Aunque aparente serlo, pocos rasgos tiene de una novela policíaca; es, insertándose plenamente en su tiempo, una novela intelectual. Su protagonista es un bandido, José Chao, que roba la diadema de una dama argentina, quien, para recuperarla, acude a un detective bastante notorio, Justo Peralta. Sin embargo, la intriga que debe conducir a recobrar la joya y, sobre todo, el descubrimiento de la identidad del bandido Chao se yuxtaponen a una larga serie de digresiones y observaciones cuyo contenido, altamente filosófico, y cuya perspectiva, progresista y detallada, captan la atención del lector haciéndole olvidar el supuesto asunto principal de la trama.
Resulta pertinente centrar nuestra atención en el estilo: para dar cuerpo a sus pensamientos, a sus inquietudes y a sus observaciones, Ramón recurre a atrevidas metáforas, bellamente construidas, que en un primer momento desorientan al lector. Este tiene que esforzarse, debe colaborar para acceder al sentido de lo que el autor está diciendo; a través de este juego, pues, se establece una íntima relación entre el escritor y el lector, de forma que, cuando el segundo consigue captar la esencia del mensaje del autor, se siente satisfecho.
Es como si Ramón quisiera comunicarse solo con quienes estén dispuestos a hacer ese esfuerzo; no quiere ser fácilmente accesible. Quien consiga llegar al meollo del asunto gana; la recompensa es entrar en la psicología de Ramón, acercarse más a esta criatura a la que, como a su Chao, nadie conoce de veras.
Una lectura más atenta y profunda nos permite identificar rasgos autobiográficos en el protagonista: hombre entre dos mundos, España y América Latina; individuo con el que nadie consigue entrar en contacto, nadie lo ha visto de cerca, nadie conoce su verdadera identidad. Chao es una sombra. El desamparo y la soledad que progresivamente se van apoderando de la vida de Ramón son delatados a través de la construcción de este personaje que, como él, se queda solo y aislado.
La novela fue valorada de manera positiva por muchos contemporáneos del escritor, lo que confirma que el olvido en el que cayó el autor no depende de la calidad de sus obras, que, de hecho, nada tenían que envidiar a los éxitos literarios de aquel momento.
Benjamín Jarnés escribe:
Biografía libre, bien nutrida de hallazgos expresivos. Diálogos donde se incrustan ágiles pensamientos, ideas cogidas al vuelo. Al vuelo del espíritu, siempre presente en este libro donde tanto se exalta el músculo. Una prosa cuajada de paradojas sorprendentes, de metáforas bellamente atrevidas por la novedad de las conexiones que descubren, van llenando de luz los escenarios por donde transita la acción, penetrando aguda y profundamente en las reconditeces de su contenido espiritual, con hábil y certera disección analizadora. [24]
Del mismo modo, halagadoras son las palabras de López Prudencio en su reseña de la obra publicada en ABC:
Deja a la imaginación del lector ancho campo para llenar los vacíos, espoleada por el acicate sugeridor de las hondas huellas impresas, con rico y abundante contenido. Tiene, además, este procedimiento otra ventaja para el escritor observador, filósofo y comentarista de la vida. Reducida la narración a breves, sugerentes y esquemáticas cifras indicadoras de su rumbo y desarrollo, se analiza y estudia hondamente la psicología de la vida individual y social que se describe […].[25]
Chao es una novela densa, comprimida; pero, en cuanto el lector deshace los nudos, se abren pistas de reflexión y sugerencias tan actuales que a veces parece increíble que fuera escrita en los años treinta. Tal vez la gran sensibilidad de Ramón, su enorme capacidad de observación, de captación de los problemas que afectaban a la sociedad en que vivió, hizo que sus contemporáneos no lo comprendieran y que pasara más bien por un visionario.
[D. A.]
CHAO
Y en todo se advierte, no solo hasta qué punto
considera las fuerzas naturales y físicas como algo espiritual,
sino también cómo, por percepción inmediata,
usted mismo lo siente así.
[Und überall spürt man, wie sehr Sie die natürlichen
und Körperlichen Kräfte als etwas Geistiges nicht nur
erkennen, sondern unmittelbar empfinden.]
De Karl Vossler al autor
I
Tong tang, hora del té a bordo. El ritmo de los hábitos adquiridos en ese paréntesis interminable que aún es una travesía no se altera ni un instante por la visión cercana de las dunas béticas, ni por el arribo próximo al puerto andaluz. Cádiz no interesa. El pasaje que aquí cuenta —el de lujo, naturalmente— acude al salón del gran paquebote italiano y se congrega en torno de las mesitas olorosas. Los conocidos de ayer se dirían ya viejos amigos. Hay argentinos de elegancia tan extremada que no parecen millonarios; y hay muchachas chilenas incomparables.
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