Según Finkelstein, el realismo tiene implicaciones sociales y no puede verse como la sola figuración del arte en contraposición al abstraccionismo. Finkelstein entiende que el arte desde la prehistoria hasta nuestros días ha sido predominantemente realista, es decir, se ha fundado en la realidad del hombre, su relación con sus semejantes y con la naturaleza, y por tanto ha acudido a la figuración. Reconoce las muchas configuraciones formales y temáticas que asume, ya que juzga al arte de contenido religioso, mitológico y heroico como realista, temas tratados y asociados generalmente con idealismos. Partiendo de la cita de Buitrago y de las ideas de Finkelstein, además de la afirmación del historiador Eric Hobsbawm que se reproduce a continuación, se concluye que el realismo finca su posibilidad formal en la figuración, dotada de una significación social. Cuando Hobsbawm descubrió el ideario y proceder de los artistas no occidentales de la primera mitad del siglo xx, incluyendo a los latinoamericanos, expresó:
Para la mayoría de los talentosos creadores del mundo no europeo, que ni se limitaban a sus tradiciones ni estaban simplemente occidentalizados, la tarea principal parecía ser la de descubrir, desvelar y representar la realidad contemporánea de sus pueblos. Su movimiento era el realismo.35
El realismo era la expresión hegemónica del arte latinoamericano en la primera mitad del siglo xx, y un número importante de artistas continuó afincado en él o incursionando alternadamente durante la segunda mitad del siglo. Cada uno asumió el realismo de manera diferente, aunque en la primera parte de la centuria muchos compartían el llamado a configurar un arte propio. Por esta expectativa generalizada los artistas estaban convencidos de la necesidad de un arte realista: “se vislumbraba y había un relativo consenso en toda América Latina de que el único camino para un arte nacional implicaba trasegar el camino del realismo y, en el caso específico de las artes visuales, por el del realismo figurativo”.36
En Colombia, muchos artistas que se formaron en la Academia Nacional de Bellas Artes de Bogotá y el Instituto de Bellas Artes de Medellín, siguieron una ruta similar. Su convicción era consolidar un arte de consciencia social, que fuera reflejo de los valores o las realidades nacionales. Para ellos
el arte social es siempre un arte realista; necesita de la figuración para poder transmitir su mensaje; debe darle una imagen reconocible a los valores de la comunidad, a los problemas, a los sueños colectivos; debe enseñar y denunciar, mostrar la historia, la geografía, la raza.37
Para los efectos de este libro se define el realismo como una tendencia de las artes visuales basada en la percepción del hombre con respecto a la realidad, a su relación con los otros y la naturaleza, con un claro componente social, que se apoya en la representación figurativa con el fin de expresar ideas reconocibles para la colectividad. Las formas que asume el realismo van desde las obras que pretenden competir con lo real y engañar el ojo hasta las que están prácticamente en la frontera con la abstracción.
En materia de literatura, Tomás Carrasquilla fue una figura clave en la instauración del realismo en Antioquia. Frutos de mi tierra (1896) nació de una conversación que tuvo lugar en 1895 en el centro literario de Medellín, cuando se dio un debate en torno a si había o no material para crear novelas en el departamento. Carrasquilla, obedeciendo al reto de su amigo Carlos E. Restrepo, demostró que sí. Esto expresó el mismo autor con respecto a su trabajo: “la primera novela prosaica que se ha escrito en Colombia, tomada directamente del natural, sin idealizar en nada la realidad de la vida”.38
Las artes plásticas también asumieron el realismo y la idea de lo propio como fundamentos estéticos. Desde finales del siglo xix muchos artistas concebían obras que reproducían o interpretaban el paisaje colombiano:
Maravillados con el paisaje de la Sabana de Bogotá, en 1894 De Llanos y De Santamaría crearon la Cátedra del Paisaje, preámbulo de la Escuela Nacional de Bellas Artes. En lo pictórico corresponde a una exaltación a la belleza de la naturaleza y el paisaje colombiano. Ánimo nacionalista en pintura, generalmente producida al aire libre. Son integrantes, además, Jesús María Zamora, Borrero Álvarez, Roberto Páramo, Eugenio Peña, Pablo Rocha, Núñez Borda, Moros Urbina, Rafael Tavera, Fídolo Alfonso González, Coroliano Leudo, Díaz Vargas, José María Portoguerrero y continuado con el joven Gómez Campuzano. Son incluidos al grupo, Acevedo Bernal, los antioqueños Francisco Antonio Cano y José Restrepo y los santandereanos Moreno Otero y Rodríguez Naranjo.39
Este grupo de artistas incursionaba en una pintura del género paisaje que recogía los valores propios del territorio colombiano, haciendo bocetos y pintando al aire libre. Sus obras son una temprana manifestación de nacionalismo. La manera como define el profesor Diego Arango40 la idea de nacionalismo artístico sirve para abordar las singularidades del arte académico en Colombia y las del arte que se desarrolló después, cuando se vea el tema de las modernidades:
La preocupación por lo nacional camina un lento proceso de valoración de lo autóctono y particularmente de la realidad de su paisaje y gentes, costumbres y circunstancias, de sus imaginarios culturales, lenguaje y formas de expresión populares, que abarca gran parte del siglo xx.41
Desde su fundación en 1886 la Escuela Nacional de Bellas Artes tuvo como misión la configuración de un arte nacional.42 La academia no se conformó con el virtuosismo técnico o la fiel reproducción de las formas reales, sino que hizo observancia de un aspecto que es fundamental en el proceso de modernización artística en Colombia:
La pintura no es solamente asunto de líneas y de colores, de figuras y de luces. Comprendida de esa manera, sería apenas un arte de decoración. Para que un cuadro cualquiera merezca ser considerado como obra artística, es necesario que él tenga un alma, es decir, una expresión íntima; que traduzca, que interprete, más o menos fielmente, el estado psicológico o el sentimiento que se intenta representar. La pasión, la imaginación, son en el arte condiciones esenciales. La ejecución misma, por atrevida y perfecta que sea, no reemplaza aquellas condiciones.43
Las escuelas de bellas artes fueron un elemento clave en el proceso de modernización estética nacional. Los jóvenes aspirantes se educaron en una plástica atenta a la mímesis de la realidad y que emulaba los logros de las academias clásicas europeas. Pero el sello particular del autor era un ingrediente esencial de la obra. La imaginación y expresión personal eran valores imprescindibles, al igual que la capacidad para lograr que las obras manifestaran eficazmente determinadas emociones o sentimientos, mientras se capturaba lo más cercanamente posible la esencia o la naturaleza de la idea o el modelo que era estudiado. Esto sirve para poner sobre la mesa el carácter moderno de las escuelas: ellas entendían las obras de arte desde el punto de vista estético y no como imágenes que servían a una idea política o a una doctrina religiosa, tal como pasaba en el tiempo de los talleres de maestros.44
Pero, cuando se habla de lo moderno en el arte colombiano, ¿a qué se hace referencia? Producto de las conversaciones con el profesor Diego Arango, se considera que en el panorama del desarrollo de las artes se configuraron tres momentos de la modernidad. El primero corresponde a la instauración y mejora de las escuelas de bellas artes en el país, inspiradas en las academias francesa y española, un evento pedagógico que superó las formas ingenuas del arte de antaño gracias al aprendizaje de los cánones clásicos de representación practicados por las academias europeas del siglo xix, cuya tendencia era embellecer o idealizar las cosas.
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