1 ...6 7 8 10 11 12 ...28 —Que no voy a cantar, pesado, eso ya es agua pasada. Estoy bien… soy hombre de una sola mujer y estoy felizmente casado. Además, tengo una hija increíble.
—Sí, sí, y yo me lo creo. Todavía recuerdo cómo ligabas en el instituto, incluso sin querer…
—Bueno, eso eran otros tiempos. Ahora solo me ligo a empresarios y directivos a los que trato de convencer para entrevistarles y hacerles un buen reportaje —replicó con toda la intención del mundo para ver si podía desviar los derroteros de la conversación. No quería, para nada, contarle los problemas con su mujer.
Cortés relató, a su vez, una fabulosa vida laboral: de cómo se hizo periodista por vocación; de cómo había ido ascendiendo en diversos trabajos hasta ser redactor jefe de un importante y prestigioso grupo periodístico. Lo dijo con modestia, casi sonriendo, con humildad y tratando de que pareciera que no le daba importancia. Habló también de la relevancia de su profesión y de los premios que había ganado… Lo curioso del caso —pensó— es que nada de lo que decía era mentira, aunque ni mucho menos era toda la verdad. No la actual.
Cortés, como muchos otros estudiantes de periodismo de aquel entonces, compaginó sus noches de juerga con prácticas mal pagadas en periodiquillos locales, agencias de pacotilla, boletines de noticias y espacios televisivos que le hacían correr de un lado a otro sin que nadie le enseñara nada, donde todo el mundo le miraba por encima del hombro sin percatarse de lo mal pagado que estaba todo aquel esfuerzo que se veía obligado a hacer, para periódicos de barrio que se regalaban en las panaderías. Hasta que logró hacer las prácticas obligatorias de la universidad en uno de los principales diarios del país: El Mundo. Su primera tarea fue, ni más ni menos, redactar las esquelas de los fallecidos de ese día, pero decidió omitir a Toni el particular. En cambio, se recreó contándole otras historias más interesantes, como cuando logró ocupar buena parte de la portada del prestigioso medio de comunicación, algo al alcance de muy pocos, y aún menos de un becario. Cortés fue el primero en conseguirlo en la delegación catalana, algo que despertó admiración y envidias a partes iguales.
Todo joven periodista necesita consagrarse en su profesión para hacerse un nombre, y la ratificación de Cortés llegó de la mano de una partida de skinheads, los temibles «cabezas rapadas». Una noche de viernes, a la salida de una discoteca, dos chicos de estética neonazi apuñalaron a un magrebí en Can Anglada, un barrio de Terrasa, ciudad periférica bastante grande ubicada en la provincia de Barcelona. Esa noticia no hubiera ocupado más que una breve mención entre las páginas del rotativo de no haber sido que, al día siguiente, los enfurecidos vecinos convocaron una gran manifestación para protestar por el aumento de la violencia en sus calles y para pedir más seguridad.
«Que te acompañe a la “mani” el de l’Hospitalet, que, seguro que ése las ha visto ya en su barrio de todos colores», escuchó cómo le decía el director del medio a su redactor jefe de sociedad refiriéndose a él.
Lejos de quejarse, aunque estaba preparándose para irse de la redacción, pues había quedado con sus amigos para salir de marcha aquella noche, se mostró encantado por el cambio de planes y acompañó a su jefe de sección al lugar de los hechos. La manifestación acabó con los mossos lanzando pelotas de goma.
—Mi jefe de sección, un ampurdanés de aspecto ejecutivo estaba pálido —le dijo Cortés a Toni, que escuchaba con los ojos abiertos como platos—. El cabronazo no paraba de tirarse pedos mientras corríamos como galgos, cuesta arriba, para que no nos pegaran los mossos o los vecinos, que odiaban a los periodistas —le contó riéndose a carcajada limpia—. Por suerte, la cosa no fue a mayores, pero el amigo cogió la baja y yo tuve que seguir la noticia los días posteriores.
Lo cierto es que aparte de seguir con aquello de las protestas vecinales, tuve que conseguir buenas crónicas de sucesos u olfatear cualquier anomalía social que mereciera cuatro líneas para dotar de contenidos al medio. Al final logré una gran exclusiva y después de patearme muchísimas tiendas y cafeterías del barrio, y gastarme hasta la última peseta que llevaba, conseguí entrevistar al primo de uno de los rapados a los que habían arrestado por agresión y sus declaraciones salieron en portada a nivel nacional con el titular que yo no habría elegido al ser sensacionalista, pero lo hizo el de Madrid: «A la caza del moro» —Cortés se envalentonó al ver que su amigo le miraba impresionado, y comenzó a referirle otras historias, como la que le hizo llegar a su medio actual gracias a la entrevista que le hizo a un director de cine porno. El redactor jefe que le había precedido en la empresa periodística leyó la entrevista por casualidad y quiso conocerle, ofreciéndole después un trabajo como freelance que luego se convirtió en fijo. Al cabo de tres años logró ser redactor jefe, al marcharse su antecesor en el cargo a otra organización.
—Tú tienes madera, campeón, aprovéchala... ¡no te quedes en esta cloaca con el hijoputa de Gutiérrez! —le aconsejó, antes de marcharse, el redactor jefe.
Cortés le contó cómo se despertaba por las noches, excitado, al encontrar medio dormido el titular que encabezaría la siguiente crónica, o cómo investigaba para hacer atractivo un reportaje aprovechando sus trayectos en el metro, cuando iba a buscar a su novia y repasaba todas las cuestiones pendientes recorriendo hasta el final la línea del suburbano en una y otra dirección. Incluso el fin de semana se iba sin decir nada para adelantar trabajo.
Cortés y Toni brindaron con la segunda cerveza por lo bien que les había ido, y no como a otros compañeros de su instituto, un centro de enseñanza ubicado en una zona bastante conflictiva de l’Hospitalet de Llobregat. Algunos como Isaac — rememoraron— habían acabado en la cárcel, y solo unos cuantos lograron llegar a la universidad.
Una llamada interrumpió la conversación, era del jefe de Toni.
—Tío, me he alegrado un montón de verte, a ver si algún día jugamos un partido de tenis, como en los buenos tiempos. —Con aire preocupado, rebuscó en uno de los bolsillos interiores de su traje y le dio una tarjeta.
Cortés le imitó y también le dio la suya, que Toni cogió mientras salía disparado.
—Ya veo cómo está tu jefe —le soltó Cortés como despedida—, ¡a tus pies! Pensó que Toni no le había oído, pues su amigo salió despavorido de la cafetería. No obstante, al momento, se sintió un gusano miserable porque, en realidad, su vida laboral había sido un completo desastre, sobre todo en los últimos años. Era cierto todo lo que había contado, se hizo periodista por vocación y en sus primeros tiempos vivía la profesión de manera muy intensa; pero, con el paso del tiempo, había ido perdiendo por el camino toda la ilusión al conocer mejor los entresijos de la profesión; un mundo en el cual, muchas veces, se relegaba la información a un segundo plano por intereses comerciales, políticos o de otro tipo.
Cortés interrumpió sus pensamientos al caer en la cuenta de que tenía que regresar al trabajo, pero antes hizo algo a lo que nunca se había atrevido durante sus horas laborables. Levantó la mano y se dirigió a uno de los camareros que iba y venía sorteando mesas y sillas.
—¿Me trae otra cerveza, por favor?
Bebió tranquilo y volvió a elucubrar sobre la conversación que había mantenido poco antes con su jefe, y todo aquello de que tendría que ir a México en breve. Quería volver a casa temprano y crear un ambiente propicio para informar a su mujer de todo el asunto, pero se acordó de que debía acudir a la entrega de unos reconocidos premios periodísticos e informar a Gutiérrez del devenir de la ceremonia.
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