Pero ese día sí que estaba allí con toda la intención del mundo para hacerlo. Se sentía fuerte después del descanso vacacional, y entró en el despacho de Gutiérrez con decisión. Miró a su alrededor y no se dejó intimidar por el gran habitáculo, que seguía presidido por un cuadro enorme con una foto de su jefe junto al Rey de España, que aquel mediocre engreído había conseguido colándose en una recepción empresarial a la que asistía el monarca. Lo curioso del caso es que siempre le había dicho que él era republicano, y que sus abuelos lucharon en la Guerra Civil en ese bando «y a mucha honra», tal y como le gustaba presumir.
Las fotografías con empresarios y políticos seguían ahí, todo era igual salvo una pequeña moqueta negra con el logo de Staff Económica en blanco. Eso quizá presagiaba que a la empresa le iba mejor. Gutiérrez le recriminó su impuntualidad. Ni siquiera le dio la mano o los buenos días; tampoco le preguntó por sus vacaciones.
—¿Qué conoce de México, Cortés?
—¿De México?
—Sí, ¿está sordo?
—Eh... disculpe —titubeó—; pues de México conozco a mi tocayo, que conquistó el país... y poco más. A Cantinflas, a Hugo Sánchez, a Rafa Márquez... y lo que se oye en las noticias, sobre la inseguridad, violencia, narcotráfico… ¿por qué?
Cortés hizo la última pregunta fingiendo que no recordaba el mensaje de WhatsApp que había recibido. Sintió cómo las gotas de sudor comenzaban a bajar por su frente, pero no sabía si eran producto del esfuerzo con la bicicleta o por lo que intuía que le iba a contar su jefe.
—Pues ya se puede poner bien al día acerca del país azteca, viajará en breve —le advirtió.
Con gestos airados y reforzando su discurso con continuos golpes en la mesa, el director del medio le explicó que el principal cliente de la empresa, una entidad bancaria llamada Bancasol México les pagaría mucho dinero si llevaban a cabo un reportaje que demostrara las buenas relaciones que mantenía en el país con sus empleados, clientes, proveedores y organizaciones a las que estaba vinculada. Según le comentó Gutiérrez, la firma bancaria había tenido allí un problema de reputación muy serio y necesitaba lavar su imagen, por lo que el artículo saldría en todos los medios de comunicación de la empresa periodística y también en la publicación corporativa de la entidad financiera.
—Esas páginas llegan a más de ciento cincuenta mil personas, lo que nos dará mucha publicidad gratuita —le dijo Gutiérrez frotándose las manos—. Además, patrocinan un máster en comunicación, por lo que tendrá que impartir unas clases.
—¿Clases...? ¿De qué? Yo no soy profesor; ni siquiera acabé el trabajo del doctorado social… —le interrumpió Cortés, que se olvidó de la importancia que daba Gutiérrez al respeto y a los buenos modales.
La cara del director se puso roja como la grana.
—No me interrumpa, ¡cojones! Pues allí será doctor, hablará de la importancia de que medios y empresas mantengan relaciones cordiales y dará especial trascendencia a la ética periodística que, como sabe, es nuestra bandera.
—¿Ética? ¿Qué ética? Si los medios están podridos, solo quieren ganar dinero a toda costa… —insistió Cortés, que en ese mismo instante se miró el brazo malherido y notó cómo un par de gotas de sangre se abrían paso a través de la tela de su camisa, con ganas de saludar a la nueva moqueta.
Gutiérrez también vio la sangre, lo que provocó que se encendiera aún más. Cortés intentó explicarle lo que le había pasado con la bicicleta, pero su jefe le volvió a interrumpir de malos modos diciéndole que era «un guarro con las manos sucias» y que «fuera a limpiarse».
—Ni se te ocurra derramar una gota de sangre en el hermoso logo de nuestra gran empresa —enfatizó—. Staff Económica es mi vida, ¡y la tuya también!
Cortés salió del despacho despavorido y con la mirada perdida Nuria le dijo algo, pero él solo quería meterse en el baño.
Se lavó lo mejor que pudo. Aún le quedaba grasa de la bici en las manos, cogió el botiquín con la intención de limpiar la herida. Cuando acabó se miró al espejo. No reconocía la cara que veía reflejada y recordó la canción de Estopa Pastillas de Freno con la que había homenajeado en su boda a su padre, trabajador en la fábrica de SEAT:
«Me despierta el encargao; que hoy viene acelerao; se ha levantao con el pie izquierdo; porque se le ha olvidao tomarse las pastillas de freno, a toda pastilla».
—¡Cortés!
Otra vez el alarido. Salió apresurado del lavabo. Apenas se dio cuenta mientras la recepcionista le arreglaba el cuello de la camisa y le apretaba fuerte la mano. Al entrar de nuevo en el despacho de su jefe, tan solo notaba el martilleo con el que su propio corazón le castigaba la cabeza. Si hubiera podido, lo habría acallado de un golpe. A su corazón, claro está.
—No creo que pueda ir, don José —masculló en un último intento de parecer tranquilo y seguro de sí mismo. Durante un instante fijó su vista en el ventanal y sintió que la luz, que entraba a raudales, iba y venía al mismo tiempo que los latidos que resonaban en sus sienes. A su espalda sonó un teléfono y Cortés, para no desmayarse, se agarró a las tres notas disonantes como si fueran un salvavidas.
—Silencio, no diga tonterías. El viaje ya es un hecho. Solo serán dos semanas…
—¿Solo? ¡Eso es mucho! No puedo ir. —Reunió fuerzas, las necesitaba para oponerse a su jefe.
—No le estoy preguntando, es una orden. —Gutiérrez trasteó con carpetas y papeles y Cortés se dio cuenta de que aquellos ojos porcinos evitaban mirarle—. Ya sabe cómo están las cosas por aquí con la crisis. O conseguimos generar más ingresos o tendré que despedir a más periodistas. —De repente clavó su mirada en él—. ¿Quiere ser el siguiente?
—¿Tonterías? —Cortés repitió el calificativo que le había endilgado Gutiérrez a sus protestas, mientras trataba de dominarse—. Joder, ¡no merezco que me diga esto! Con lo que he hecho por la empresa. He venido a trabajar incluso estando de baja.
—Ni una palabrota en mi presencia, Cortés. No se hable más.
—Pero, con mi apellido, allí me matan seguro.
—Pues se lo cambia. —decretó. Cortés fue a replicar—. ¡Silencio! No siga, no me haga perder más el tiempo. —José Gutiérrez colocó las manos como si estuviera leyendo de algún libro sagrado y miró hacia el techo como si éste fuera a desplomarse sobre él—: Necesito que lleve a cabo este trabajo con la máxima premura y discreción. Ya le dará más información la señorita Nuria. Ahora póngase al día con los temas pendientes. Infórmese bien sobre México, que el tiempo vuela, ¿estamos? Cortés apretó muy fuerte los puños debajo de la mesa. En ese instante, sí se planteó muy en serio emplearlos para darle un fuerte mamporro a su jefe. La escena, que tan solo tomó forma en su cerebro, estaba coronada por un triunfante portazo. Respiró muy hondo.
—Lo que usted diga —murmuró Cortés.
—Así me gusta. Por cierto, un par de cositas más. —Gutiérrez se tomó varios segundos mientras movía su Montblanc, pasándola de un dedo a otro con cierta soltura; se trataba de una estilográfica que le habían regalado a Cortés y que su jefe se apropió—. Eso que le he explicado del reportaje es lo que hará en México «oficialmente» —recalcó la última palabra como si la masticara—; luego tendrá otro trabajillo extra algo más... «detectivesco». —Gutiérrez volvió a enfatizar y escrutó a Cortés con la mirada.
—¿Detectivesco? —inquirió él.
—Eso he dicho. —El jefe sonrió con malicia—. No le puedo comentar más por el momento. Cada cosa a su tiempo, en breve el propio cliente le explicará en persona de qué se trata. Ahora... a trabajar. Ah, y quiero que vaya esta tarde a la Gala Anual de los Premios de Prensa.
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