Pero la princesa quería disfrutar de la vista de cómo hay gente sana trabajando la tierra, gente que pasa desapercibida por los ojos de los que se consideran estúpidamente más importantes, pero no saben que sin alimentos nadie sobrevive. Quería refrescar su vista en las hermosas plantaciones de forrajes, de uvas, de yucas, y en cada uno de los cultivos que había delante de la ciudad, en los cargaderos, que son los puntos donde los campesinos llevan lo que han logrado obtener de sus cultivos para vendérselos a comerciantes y que estos los distribuyan dentro de la ciudad o por otras ciudades del mundo. La actividad era hermosa, porque es la sustancia de cualquier sociedad que pueda existir, las naciones, los reinos, pueden existir sin ejércitos de no tener enemigos, pero sin alimentos nadie puede vivir, es esta la importancia y la verdadera belleza de lo que Neykis pretendía ver delante de las murallas, que no era la única tierra cultivable del reino, porque estas se encontraban distribuidas en cada una de las latitudes, en cada una de las direcciones, pero la parte de adelante era la más importante, pues allí iban los más adinerados y se llevaban la mayor cantidad de cosechas para el comercio con otros reinos, o traían productos de otros lugares para venderlos en aquel.
Cuando todo marchaba normal, apareció el peor enemigo de la princesa para ese momento, aunque después supondría que fue su amuleto de la suerte, su corcel, el cual la misma había montado varias veces, pero esta no era una de esas, porque se asustó de tal manera que la velocidad que montó en pocos segundos, ni con un avestruz se comparaba, algún insecto debió picarlo, porque nunca había actuado de esa forma. La princesa estaba con el corazón en la mano, pero no podía gritar, dada la velocidad, los guardias que la seguían a cierta distancia emprendieron una carrera también para tratar de detener aquel animal, les resultaba prácticamente imposible por los metros que los separaban. Se formó el alboroto delante de las murallas, todos los campesinos y comerciantes pararon sus actividades en esos pocos segundos para contemplar lo que sucedía. La situación se volvía caótica, si le pasaba algo a la princesa habría cabezas rodando, lo mejor sería que algún ángel bajado del cielo la ayudara.
Por suerte Jonathan estaba cerca, venía frontal cabalgando en un corcel blanco, saliendo del Bosque Tenebroso, donde pocos se atrevían a entrar por temor a los vampiros o a míticas bestias. El joven de veintidós años, cabello castaño lacio, ojos azules, piel blanca, y una musculatura que exhibía al traer una camisa sin mangas en ese preciso momento, era un experto cazador a pesar de su corta edad y que nadie le hiciera cuentos de hazañas, su vida se la ganaba de ir al tenebroso bosque a cazar, donde solo entraban él y su padre Norman. El resto de las personas temía pasar los límites, no fuera ser que se encontraran con una fiera indescriptible que terminara con sus vidas; el joven Jonathan enseguida se puso en acción ante los gritos de auxilio que la muchacha había comenzado a pedir hacía algunos segundos, cambió su dirección por completo, y se colocó a la par del corcel negro que seguía empecinado en escaparse. Las fuertes manos del cazador fallaron en su intento de agarrar las bridas del potro de la princesa así que decidieron agarrarla a ella, la tomó de inmediato y la logró pasar para su corcel blanco, aminorando la velocidad poco a poco hasta detenerse, mientras el negro continuó hasta detenerse más adelante, pero él no era el importante, la princesa había sido salvada.
Cuando el caballo de Jonathan se detuvo de por entero, princesa y cazador se quedaron mirando a los ojos varios segundos, como si todo lo demás no importara, mientras los demás los observaban a ellos, ella en los fuertes brazos de él. Habían quedado completamente enamorados, estaban en la luna de Babilonia, ella nunca había sentido algo así, pues sus compañías eran limitadas por las restricciones que su padre le imponía, él no conocía el amor hasta ese instante. Cuando por fin se dieron cuenta que el corcel ya estaba detenido, y por lo tanto no era necesario seguir de la forma que estaban, el cazador reaccionó, no obstante, no dio signos de tosquedad, ayudó a la princesa a bajar y más atrás se bajó arrodillándose de inmediato.
—¡Levántate, me acabas de salvar la vida, es el mayor honor que me puedes rendir! —dijo la princesa Neykis ordenándolo con cierta fortaleza, algo que no acostumbraba a hacer.
—¡Se equivoca, princesa, el mayor honor que podría rendirle a usted, es dar mi vida por la suya! —dijo Jonathan, cuyo tono fue tan imperativo como el de la joven, levantando al unísono las rodillas del suelo.
En ese instante llegó la reina desesperada, totalmente preocupada por su hija, se bajó de su corcel y se le acercó de inmediato, Jonathan volvió a arrodillarse, esta vez en honor a la misma, quien no se fijó mucho en el cazador, dada la preocupación por su hija.
—¿Estás bien hijita mía?
—Estoy bien, gracias al galán que me ha salvado de la perdición—dijo Neykis señalando a Jonathan.
La reina enseguida miró a Jonathan, que aún se encontraba de rodillas y lo mandó poner de pie, le miró a los ojos, lo exploró, y se dispuso a preguntarle:
—¿Cómo te llamas, muchacho?
—Jonathan, su majestad.
—Bien Jonathan, muchas gracias por salvar a mi hija, desde hoy en lo adelante te libero de arrodillarte ante la presencia de sangre real, cuando regrese el rey le hablaré de ti para que te premie.
—Con sus disculpas, su majestad, pero yo no ayudé a su hija por un premio —dijo Jonathan desviando la mirada hacia la princesa con mucho respeto, pero con mucho amor también, mirada que le fue correspondida.
—¡Cómo quieras!
Posterior la reina y princesa se retiraron, y las miradas de Neykis y Jonathan se siguieron mientras fue posible, cuando el cazador no había dejado de observar la silueta de su musa a lo lejos, escuchó una voz, igualita a la de su padre que le decía “Olvida a esa joven que no está a tu alcance, ella es de sangre real y tú, tú solo eres un cazador”; se viró hacia ella y efectivamente, era la de su padre—¡No! Soy un hombre que se ha enamorado de una mujer, eso es lo que soy, y que haré lo que sea necesario para tenerla entre mis brazos, porque ya está en mi corazón—. Los cazadores se dirigieron a su humilde morada mientras la princesa recibía un escarmiento por su madre, quien conoció cada uno de los detalles de la escapada, ya que a pesar de la travesura, la misma tenía algo muy bueno, no decía mentiras, así que la reina conoció de la escalera de sábanas, y de los lugares que visitó su hija, y decidió tomar medidas para precaver y no para reprimir, designó una doncella permanentemente con Neykis que estaría donde quiera que estuviera esta, en la habitación, en los demás salones, en el baño, en el aéreo, donde quiera, y que si intentaba salir de Palacio debía informarlo, sin abandonar en ningún momento a su alteza.
Con la continuidad del día no sucedió nada más extraño, pero ni Neykis lograba sacarse de su mente los ojos azules de aquel muchacho, ni Jonathan podía olvidar la mirada sensual de la princesa, estaban totalmente flechados, por lo que parecía un amor imposible. Ella se encontraba cada minuto en los fuertes brazos del cazador, se sentía liberada, tenía una sensación que nunca antes había sentido, por eso, se miraba ante un espejo en su habitación y se daba cuenta de que estaba cambiada, pues se había enamorado; por su parte Jonathan no sabía qué podía hacer, qué sería de su vida a partir de ese momento en que se había enamorado de la persona más difícil de conquistar, no porque ella no lo quisiera, pues le había dado a entender que no sería una barrera, sino porque tendría que enfrentar a la realeza, que en su situación era predecible la derrota. Mientras ambos enamorados pensaban y se encontraban más allá de sus cuerpos y de la profundidad de sus almas se oyeron las campanas del Palacio, Neykis se bajó de la nube en la que estaba, y como sabía significaba que su padre había llegado, salió por su mamá y después las dos fueron a recibir al rey. Jonathan comprendió que su lucha por conquistar a esa mujer había comenzado en conteo regresivo, cada día que pasara era un día más cercano para tenerla en sus brazos.
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