1 ...7 8 9 11 12 13 ...21 Jonathan, con la cortesía que siempre lo caracterizaba se retiró del lugar, haciéndose acompañar por los mismos militares que al principio, pero esta vez no lo miraban con los mismos ojos, ni lo trataban de la misma forma, pues intentaban ayudarlo a retirarse, con sus fuertes brazos lo sostenían de vez en cuanto para que apurara el paso, un signo de que ya no era bienvenido en el Palacio, y que probablemente no lo sería más. Él se sentía derrotado por lo que esto significaba, no era su anhelo terminar con esos resultados, hubiese querido ser correspondido con la princesa, pero no iba ir a la horca, al menos no por el momento. A pesar de la salida tan funesta le daba cierta alegría ver a Neykis como había salido desprendida del salón, era sinónimo que ella sentía algo por él, y que no sabía nada del compromiso que le habían anunciado tenía. Quizás esto resultaba ser una pequeña luz ante una inmensa oscuridad.
Mientras Jonathan se retiraba del lugar el rey iba tras los pasos de Neykis hacia el único lugar que la misma podía ir, su habitación. Al llegar a esta observó que su hija estaba acostada boca abajo lloriqueando, y su madre, tan compasiva como siempre tratando de consolarla. —“¡Pero por qué, por qué me tengo que casar con ese! ¡Yo amo a Jonathan! ¡Nunca, nunca les voy a perdonar si me tengo que casar con ese!—.
—Ese tiene nombre y se llama Doss, además, no es un cualquiera, es el príncipe de la ciudad humana más rica, agradece, serás la futura reina de un mundo sin igual—dijo Arthur, acercándose a ella.
Neykis trató de aguantar el llanto, tal parece que por respeto a su padre, que mostraba un fuerte carácter, como siempre se lo había mostrado y sobre esa base la había criado.
—Si me tengo que casar con él seré infeliz aunque gobierne el universo.
—No querida mía, a tu edad se vive en un mundo de fantasías, pero cuando madures pondrás los pies sobre la tierra y amarás a tu esposo como a nadie, ni siquiera te acordarás de nosotros—dijo Arthur.
La muchacha se viró, secó sus lágrimas con la sábana, se sentó en la cama, miró a su madre como pidiéndole que la ayudara, miró a su padre dispuesta a conversar con él.
—¿Pa? ¿Para ti que es más importante, el dinero o yo?
—Para mí lo más importante son tú y tu madre, y por eso haré lo mejor por ti—dijo Arthur reduciendo el tono de su voz y pasándole la mano a su hija por el cabello—.
Neykis entonces abrazó a su padre con toda la fuerza del mundo, demostrando que lo quería en verdad a pesar de las diferencias que pudieran tener, ella no iba a olvidar por ese momento de incomodidad todos los momentos buenos vividos con él, las muchas veces que la hizo reír o llorar de alegría, las muchas veces que la hizo sentir de maravillas, era su padre, lo que tendría que hacer era lograr que la entendiera, pero no podía albergar odio en su corazón contra su progenitor.
—Haré lo que me digas Pa. Pero no seré feliz, hoy me di cuenta que existe el amor, y nunca, escúchame bien, nunca habrá otro amor en mi vida, más que el que descubrí hoy y no es precisamente por Doss.
—Amor de juventud, estoy seguro que en días se te pasará.
Llegó la noche, llegaron las altas horas, todos en el Palacio Real dormían, la princesa estaba despierta, no podía conciliar el sueño pensando en cómo evitar casarse con Doss y en cómo encontrar a su gran amor, Jonathan. Sabía que él no podía llegar hasta el Palacio, lo matarían, pero ella sí podía ir hasta su casa, aún cuando no conocía donde vivía. Despertó a la doncella que estaba durmiendo en una cama más modesta en la misma habitación, y la cual era de su entera confianza, le contó de su malvado plan, de escaparse para encontrarse con Jonathan y regresar antes que amaneciera, le hacía falta su ayuda para no andar sola por la ciudad y los lugares prohibidos a esas horas de la noche, la doncella no quería por miedo a que el rey después tomara represalias en su contra, la princesa la convenció diciendo que intercedería en su favor y que no le harían ningún daño si los descubrían, aún así la ayudante quería esperar al otro día, avisarle a Jonathan con alguien de confianza y por la noche que él las estuviera esperando en algún lugar acordado. Porque ir a ciegas por la noche no era buena idea, pero la princesa no desistió, y a la doncella no le quedó otra alternativa que seguirla con sus locuras, se notaba que estaba enamorada.
La princesa se levantó de la cama y fue hasta el armario que tenía, buscó un par de capuchas, una para la doncella, la otra para ella, y preparó una escalera con sábanas, tal como lo había hecho en la mañana. Colocó aquella soga en el adoquín, que estaba alumbrado con antorchas. Miró antes de hacerlo, no había ningún moro en la costa. Después su alteza fue la primera en bajar por la soga rudimentaria, mientras la doncella la observaba desde arriba, al ver el éxito de la misma, quiso imitarla, luego le entró pánico, no quería bajar, y la princesa en voz baja le insistía, pero seguía resista, hasta que Neykis se cansó, dio la media vuelta y se comenzó a retirar, fue cuando su ayudante le dijo que la esperara, hizo el intento y bajó sana y salva también.
Llevándose por lo que habían escuchado durante el día decir a uno de los guardias, quien más o menos indicó donde vivía Jonathan, las dos mujeres iniciaron su viaje, a patica limpia, sin poder usar uno de esos potros que había en el establo real, y esquivando todas las patrullas que pasaban por las calles en las noches con el objetivo de prender ladrones, maleantes y otras personas que se dedicaban a realizar actos antisociales. En una ocasión no pudieron escapar de una que al ver a aquellas dos personas en capuchas las mandó a parar, y a descubrirse el rostro, la doncella entonces se la quitó y dio la media vuelta, los guardias la miraron.
—¿Qué hacen ustedes a estas horas de la noche por aquí? —preguntó uno de los guardias a la doncella.
—Estábamos en casa de nuestros esposos, nos divorciamos y vamos a casa de nuestros padres—contestó.
—¿Son hermanas y son mujeres del mismo esposo? —preguntó el otro.
—Somos hermanas, pero no mujeres del mismo esposo, sino mujeres de hermanos que viven en la misma casa, si mi hermana no quiere más a su esposo yo no quiero más al mío.
—¿Y tu hermana porque no se quita la capucha?—preguntó un guardia.
—Es muy tímida—respondió la doncella.
—No será que en vez de hermana es hermanito—dijo otro guardia.
—¿Y si lo fuera, que tendría de malo?—preguntó la doncella.
—¡Que no se puede engañar a la autoridad, y si esconde su rostro por algo debe ser! —exclamó un guardia.
—¡Quítate la capucha!—ordenó el otro.
A la princesa no le quedó otro remedio que quitársela, pero se mantuvo de espaldas, no pretendía ser identificada, y quizás así todavía podía lograrlo.
—¡Vírate, deja ver tu cara!—ordenó un soldado.
La princesa le hizo caso omiso y el guardia sintió cierta alteración al ver que aquella mujercita no le obedecía, la tomó por el brazo más cercano, el derecho y la haló, cuando le vio su rostro quedó totalmente sorprendido, era su alteza, de inmediato los dos soldados se arrodillaron, pidiendo disculpa por su actitud.
—Su alteza, espero que nos disculpe, no sabíamos que era usted—dijo uno.
—No se preocupen, estaban cumpliendo con su trabajo—contestó Neykis.
—¿En qué podemos ayudarle, su alteza? —preguntó un soldado.
—Guarden silencio, no me han visto—dijo la princesa.
—Mejor ¡Acompáñennos! —dijo la doncella.
—¡No, es mejor que no!—dijo la princesa.
—Princesa, la noche está oscura, ellos no dirán nada, estoy segura ¿Verdad? —le preguntó a los soldados.
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