1 ...8 9 10 12 13 14 ...21 —¡Nada diremos, su majestad!
La princesa se quedó pensando y después asintió en que los dos soldados las acompañaran, así las protegerían de algún adulador que intentara hacerles daño, ellos estaban armados y eran muy fuertes, estaban entrenados para ese tipo de tareas. Por lo menos de esa forma estarían más seguras en la oscuridad de la noche, aunque a veces no es tan importante la seguridad como el silencio, porque si ellos llegaban a conocer el destino que ellas pretendían tomar y se iban de boca entonces a Jonathan le podía ir bastante mal. De esa forma continuaron el viaje en dirección hacia los arrabales donde se suponía vivía el joven salvador, los guardias conocían que iban escoltando a la princesa, pero no sabían hacia donde ni por qué, era mejor ni saberlo, entre menos conocieran, menos responderían si el rey los cogía en esa gracia, estaban arriesgando sus vidas, no solo por si algún bandido los atacaba, sino si el rey los sorprendía, difícil la princesa pudiera hacer algo, porque ella también iba a ser regañada, y cuando su majestad viniera a reflexionar ya ellos iban a estar ahorcados, así que lo mejor era sutileza, que nadie los descubriera. Hasta ellos se dedicaron a evadir patrullas para no tener que dar explicaciones, y evitar llegar a oídos de Arthur.
Llegaron a un barrio donde había casas bastante pobres, chicas, sencillas ante la vista. Y como la luna estaba clara podían ver todo casi a la perfección. La princesa decidió desprenderse de los guardias porque presentía que estaba cerca de la casa de Jonathan, tendría que comenzar a preguntar si se encontraba gente rondando a esas horas de la noche. En aquel lugar no había una sola alma aparte de la de ellos. Para los soldados no era fácil aceptar irse, porque si malo era que el rey se enterara que no habían hecho nada para evitar que Neykis fuera hasta los suburbios, peor sería si se enteraba que la dejaron allí sola a esas horas de la noche porque ella se los pidió, la guillotina sería demasiado alivio para sus vidas, los tiraría en una jaula de perros salvajes para que los devoraran poco a poco, y padecieran cada segundo de desobediencia, por eso como ellos no estaban dispuestos a abandonar a su alteza, la princesa y la doncella tuvieron que trazarse un plan para lograr despegarse de los guardias.
Iban conversando sobre el asunto las dos féminas, tenían que crear un pequeño plan para separarse de los militares, cuando de momento se le alumbró una luz a la doncella, entonces le dijo a la princesa —ya sé—, y se acercó a los uniformados.
—La princesa tiene deseos de orinar, así que quédense aquí, que nosotras les avisamos.
Los había puesto contra la pared, no podían esperar. Había una casa y las dos mujeres fueron detrás de esta para que supuestamente su alteza orinara, los militares no se podían mover del lugar, porque si iban por desconfianza hasta donde estaba la princesa, y a ella le daba por decir que querían mirarla, la vida de ambos sería miserable, una soga se embarraría con su sangre innecesariamente, si no lo hacían y estas estaban tramando algo, lo podían lograr, pero con silencio quizás el rey nunca llegaría a saber que estuvieron en esa situación, era mejor opción la segunda. Fue como de esta forma la princesa y la doncella despistaron a los dos militares, que ya habían hecho su parte, ahora debían tomar otra ruta, ellas sabían que estaban a salvo de la protección militar. Entre más caminaban más oscuridad y soledad veían hasta que por fin observaron a dos señores parados en una esquina, no tenían buen aspecto, la doncella no se les quería acercar, parecían más bien ladrones, pero la princesa como siempre, tomaba las decisiones, se les acercaron, los mismos se rieron de manera burlesca.
—¿Qué tenemos aquí, dos caramelitos caídos del cielo?—dijo uno de los extraños.
Al escuchar esto la doncella se asustó más, pero la princesa la pellizcó para que preguntara.
—¿Nos pueden decir donde es que vive Jonathan el cazador?
—¡Ah, sí, cómo no, pero si hablan!—dijo el otro.
De momento uno de aquellos dos hombres sacó un cuchillo y se lo puso en el cuello a la doncella — ¡Vamos!—, la tomó por un brazo, mientras el otro tomó a la princesa, se las llevaron unos metros de allí, hacia unos matorrales, donde la luna no podía iluminar — ¡Quítate la ropa!— le dijo el hombre del cuchillo a la doncella, la misma estaba totalmente asustada, dispuesta a hacer lo que fuera con tal que le perdonaran la vida, y sin tener tiempo de pensar. Asustadas y llorando, pero solo la doncella comenzó a quitar su ropa, en su cara se veía que lo hacía por miedo. A la princesa, el violador sin saber en verdad quien tenía delante, le tuvo que comenzar a quitar las prendas cuando de repente ¡bums! un gran golpe sobre la nuca que le tiró al suelo prácticamente inconsciente. Y después el extraño visitante desenvainó una espada hasta que corrieron los dos bandidos. La doncella daba las gracias sin cesar, el hombre la mandó a ponerse lo poco que se había quitado, y después salieron a la luz de la luna. Era Norman, padre de Jonathan, quien enseguida reconoció a la princesa y se arrodilló.
—¿Qué haces? ¡Levántate! —ordenó su alteza.
Norman se levantó cumpliendo con la ordenanza, miró a las dos muchachas sorprendido de por qué estaban allí a altas horas de la noche tan distinguidas jóvenes.
—Estas no son horas ni es lugar para usted, su alteza.
—No me llame así, hable bajito, no quiero que nadie se entere que estoy aquí, sabe —dijo la princesa—, además, este es mi reino, puedo andar a cualquier hora por donde yo quiera —el tono fue un poco despectivo.
—¡Disculpe, su alteza!
—¡No me llame así!—reiteró.
—Entonces ¡Disculpe señorita!
—¡Ah, y gracias por ayudarnos! —dijo la joven endulzando el tono de su voz.
—Es mi deber —dijo Norman— ¡Puedo servirle en algo más!
—Sí, ando buscando a alguien, necesito encontrarlo.
—¡¿Ah sí, puedo ayudarla?!
—¡Pero a nadie le puede decir que me ayudó!
—Le diré a mi hijo—dijo Norman reflejando una sonrisa pícara en su rostro.
—¡le dije que a nadie puede decirle!
—Sí, a mi hijo sí, porque es a él a quien usted busca.
—Sí ¿Qué sabe usted a quién yo busco? —preguntó la princesa.
—Porque soy su padre, usted busca a Jonathan.
Los ojos de Neykis brillaron, una inmensa alegría entró en su corazón, estaba frente al padre del hombre al que amaba, el río comenzaba a coger su cauce. El joven la había salvado de un corcel desbocado en la mañana, y su padre la salvaba de unos malhechores en la noche, si eso no era una señal, entonces no sabía de que se trataba.
—¡Entonces lléveme ante él!
Y Norman llevó a Neykis ante Jonathan, el que tampoco podía dormir sólo pensando en ella, cuando la vio en su frente, se le nubló el cielo ¿Cómo era posible que estuviera allí, el amor era correspondido entonces? No hablaron de primera, se quedaron observando el uno delante de la otra, se fueron acercando poco a poco, y las palabras nunca estuvieron presentes, al menos no en ese primer instante, se besaron de manera intensa, se olvidaron en ese momento que existía un mundo alrededor, para ellos la existencia se reducía a los dos, nada más importaba, si Norman y la doncella miraban no era lo más importante, lo más importante era lo que sentían, que no había explicación posible para dar. El padre y la doncella fueron testigos del inicio de aquel beso, y comprendieron la sincronización y el amor que existía entre ambos, pero decidieron que no debían mirar más aquello y que les debían un poco de soledad, salieron de la casa, aunque solo hasta la parte de adelante, para contemplar la noche y conversar un poco. Cuando Jonathan y Neykis terminaron de besarse decidieron salir para dar una vuelta, caminar bajo la fresca noche y poder conversar hasta conocer las aspiraciones de cada cual, que ya estaban comenzando a entender. Norman y la doncella entraron, ellos salieron. Caminaron bajo las estrellas, se besaban cada vez que tenían una oportunidad, y conversaban, se sentían de una forma que jamás se habían sentido, y que jamás se volverían a sentir. Mientras caminaban, Jonathan observó unas flores blancas bajo la oscura noche, tomó un ramo y se lo regaló a la princesa, era Jazmín de noche, después se abrazaron con el furor de un fuego sagrado de Vesta.
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