El plan consistía en llevarles una merienda que estuviera preparada para dormir a los guardias, a cambio de que le permitieran ver a Jonathan, como los mismos tenían órdenes precisas no iban a arriesgar la vida por una merienda, así que no dejarían entrar a la princesa, por lo que ella se las regalaría y desistiría, luego se la comían sin compromiso y caían dormidos en pocos minutos. Si todo salía a la perfección Jonathan estaría lejos del Palacio en breve. Cuando llegó la hora justa, la princesa se dirigió hasta el sótano que era donde estaban las celdas. Luego le dijo a los guardias que les traía merienda, que quería ver a Jonathan, ellos se negaron a aceptarla, les insistió, como no cedieron les dejó la misma para que se la comieran, estos aceptaron el regalo esperando que su alteza se fuera para devorarla, y a los pocos minutos estaban más dormidos que un agujero negro. Los dos soldados habían quedado sobre el suelo, las puertas estaban vacías.
La princesa de inmediato tomó las llaves y buscó la celda en la que se encontraba su enamorado, al verla el joven cazador se iluminó — ¿qué haces aquí?— le preguntó sorprendido. Se tomaron las manos a través de los barrotes y ella le preguntó: — ¿No es evidente lo que hago aquí? — por lo que se puso a probar cada llave para tratar de abrir la puerta, hasta que después de varios intentos logró acertar. Mientras tanto los demás detenidos observaron el acto, y aun con el conocimiento de que era la princesa, le pedían que los liberara. Pero por supuesto, esto no lo iba a hacer de esa forma. Luego de sacar a Jonathan, escuchó la voz de la doncella, que le decía —perdóname—, la observó por encima del hombro derecho, estaba en una celda con otras mujeres, no le dijo nada, se retiró porque el tiempo apremiaba. Cuando llegaron a la habitación, Jonathan observó sorprendido a los dos centinelas durmiendo, y luego a las doncellas en el interior, y supo de lo que era capaz su amada, precisamente debido a lo que sentía por él. En el interior quería que el tiempo se detuviera, la besó agitadamente, pero no podía detenerse, tendría que salir de inmediato de la ciudad.
—¡Te amo Neykis, te amo, quiero que sepas que siempre lo haré, y que nunca, nunca te olvidaré, espero poder encontrarte de nuevo algún día!
—Esperemos que así sea.
Algo extrañado, frunciendo el ceño preguntó:
—¿Y a propósito, qué sucedió con los guardias?
Ella sonrió.
—Nada malo, solo los dormí.
La princesa con anterioridad había ordenado a los soldados que la acompañaron hasta cerca de la casa de Jonathan la primera noche, que tuvieran un caballo de buen brío listo en la parte de abajo de su habitación y lo custodiaran alegando cualquier cosa, porque ella lo iba a utilizar cerca de la medianoche, no era tal hora, pero si la suficiente para que Jonathan se marchara lo antes posible, no solo del Palacio, sino de la ciudad. Él como cazador que era, conocía otra salida diferente a la puerta de entrada, la que estaba custodiada por una decena de soldados. El joven se retiró encapuchado y custodiado por los dos militares hasta los barrios marginales, donde no había efectivos a las altas horas de la noche.
El problema fue en Palacio, después, cerca de la media noche, cuando el relevo se disponía a intercambiar puestos con los guardias que debían custodiar las celdas y se los encontró netamente dormidos, el jefe les dio un par de galletas y no se despertaban, les tuvo que echar un cubo de agua encima para que por fin pudieran despertarse. Pero ese no fue el mayor problema, el mayor problema fue cuando se dirigieron a la celda de Jonathan y notaron que no estaba, se había escapado. Enseguida se dio la alarma, el rey fue notificado, sin derecho a defensa, los dos soldados responsables de la custodia fueron encarcelados donde había estado el fugitivo. El mismísimo monarca bajó a comprobar con sus propios ojos lo sucedido. Ordenó hacer una revisión de arriba abajo en el Palacio, y donde primero orientó a los soldados que buscaran fue en la habitación de Neykis.
Cumpliendo órdenes del rey, un grupo de soldados se dirigió hasta la habitación de la princesa, comprobaron que los dos centinelas estaban en la puerta dormidos, y al tocar la misma, que la princesa desde adentro les autorizó que abrieran, observaron en el suelo a las dos doncellas, miraron alrededor de la habitación, pero no revisaron, porque necesitaban el consentimiento de su alteza.
—Si mi padre quiere revisar mi habitación, que venga él mismo.
Los soldados se tuvieron que retirar, no podían pasar por encima de la princesa porque en su habitación era una reina, y siguieron revisando en las demás, uno fue y alertó al rey de lo que había sucedido, que la princesa no solo había dormido a los soldados del sótano, sino a los centinelas de delante de su puerta y que las doncellas no eran sus cómplices, sino que estaban dormidas; además no les dejaba revisar en la habitación. Por lo que su majestad en persona como ha de ser fue hasta donde estaba su hija, penetró al interior de su alcoba, y con sus soldados buscó pero no encontró nada, mientras la mirada placentera de la misma lo observaba.
—¡Neykis, contéstame! ¿Por qué dormiste a los guardias y las doncellas?
—¿Qué yo los dormí?
—¡Sí los dormiste!
En ese instante al rey se le subieron las energías negativas para la cabeza, y abofeteó a su hija en la mejilla izquierda con la mano derecha. La princesa se puso las manos en la cara para aliviarse el dolor.
—¿Por qué haces esto?—preguntó llorando.
—Por tu malacrianza—contestó el rey aún alterado.
El rey intentó darle una segunda bofetada a su hija, pero la reina se metió en el medio.
—¡No le pegues más a la niña o me tendrás que pegar a mí!
—¡Tú eres su cómplice! —exclamó el rey vociferando.
—¡Yo no soy su cómplice, soy su madre! —respondió la reina en el mismo tono— Si ella lo ama ¡No podemos prohibírselo!
—¡Ya está decidido, se casará con Doss, entiendan!
La princesa aun lloriqueando, y bastante enfadada también, le dijo a su padre:
—¡No me puedo casar con él, porque Jonathan me hizo mujer!
El silencio irrumpió en aquella habitación, todos miraban a la princesa como la actriz principal de aquel escenario, reina y rey confirmaban lo que ya se imaginaban, pero algo que no esperaban escuchar tan crudamente de su hija. La reina se sentía orgullosa de la muchacha, el rey se sentía con el corazón destrozado, así después de mirarla unos segundos, se marchó hacia su habitación sin decir nada más, los soldados salieron con él mientras su majestad la reina Sofía se quedó consolando a su hija, pasándole la mano por el cabello y dándole algunos besitos de madre. Para la reina lo importante era que su hija fuera feliz, no le importaba con quien se comprometiera, y no era Jonathan quien la estaba haciendo infeliz, era su padre. Pero ella estaba allí para apoyarla en todo lo que fuera posible. No podía ponerse en contra del rey, porque era su esposo y lo amaba, pero podía ayudar a que las relaciones entre este y su hija no fueran tan tensas.
Por su parte Jonathan estaba condenado a una vida fuera de las murallas, en el bosque, donde tendría que luchar contra toda clase de males, pero a él eso no lo intimidaba en lo más mínimo, había vivido gran parte de su vida de la caza en ese bosque, y podría vivir el resto de ella si fuera necesario. El fracaso que había tenido con Neykis le dolía bastante, porque ahora no sabía si la volvería a ver, quizás ella se casara con Doss y se olvidara de él, en cambio él no la podría olvidar jamás. Estaría allí al acecho, esperando cualquier oportunidad. Pero tenía las manos atadas, no podía luchar contra Arthur, no podía hacerle ningún mal, no porque fuera el rey, sino porque era el padre de su amada, y si le hacía mal, ella nunca sería feliz.
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