Volvamos a los tiempos modernos. El sujeto, el cuerpo, no dejaba de circular de un lado a otro, de una institución a otra, de un espacio cerrado a otro, todos con sus propias normas y matrices: primero, la familia; después, la escuela, el cuartel, la fábrica; de tanto en tanto, el hospital; y, eventualmente, si no respetabas a la propiedad privada (y sus leyes), la prisión, que es el lugar de encierro por excelencia.
Es la cárcel la que sirve de modelo analógico; su arquitectura panóptica, 9la que se repite en la modernidad industrial en todas las instituciones. Foucault analizó el proyecto ideal de los lugares de encierro, particularmente visible en la fábrica, donde lo central era concentrar, repartir en el espacio, ordenar en el tiempo, sistematizar, componer en el espacio-tiempo una fuerza productiva cuyo efecto debe ser superior a la suma de las fuerzas elementales. Foucault también sabía la brevedad del modelo. Las viejas formas disciplinadoras, a su vez, sufrieron una crisis en beneficio de nuevas fuerzas que se fueron instalando lentamente, y que se precipitarían tras la Segunda Guerra Mundial.
Las sociedades disciplinarias eran lo que ya no éramos, lo que dejábamos de ser; la sociedad estaba dejando de contener/nos.
En la actualidad, estamos en una crisis generalizada de todos los lugares de encierro: prisión, hospital, fábrica, escuela, familia; la familia es un “interior” en crisis como todos los interiores, escolares, profesionales, etc.
Nos dice Deleuze en Posdata para la sociedad de control:
Los ministros competentes no han dejado de anunciar reformas supuestamente necesarias. reformar la escuela, reformar la industria, el hospital, el ejército, la prisión: pero todos saben que estas instituciones están terminadas, a más o menos corto plazo. Sólo se trata de administrar su agonía y de ocupar a la gente hasta la instalación de las nuevas fuerzas que están golpeando la puerta. Son las sociedades de control las que están reemplazando a las sociedades disciplinarias, “control” es el nombre que Burroughs propone para designar al nuevo “monstruo”, y que Foucault reconocía como nuestro futuro próximo. Paul Virilio no deja de analizar las formas ultra-rápidas de control al aire libre, que reemplazan a las viejas disciplinas que operan en la duración de un sistema cerrado. 10
Esta experimentación contemporánea tiene que ver con el cuerpo, con los cuerpos. Es ni más ni menos lo que nos afecta o lastima, lo que nos hace vulnerables, no se puede vivir sin lastimar o lastimarse, sin dolor, sin placer, sin envejecer, sin sexo, todo, parece ser cuerpo.
¿Por qué algunos cuerpos son privilegiados con algunos afectos y otros no? Podríamos preguntarnos: ¿dónde radican las limitaciones a esas potencias?
Cuando Spinoza realiza su primera proposición en la parte cuarta de la “Ética” que se titula De la servidumbre humana y la fuerza de los afectos , comienza con un ejemplo acerca de cómo los hombres describen “lo perfecto” y alude a que, en un momento, los hombres comenzaron a formarse ideas universales y a representarse modelos ideales, y empezaron a preferir unos modelos frente a otros modelos. Entonces, comienzan a llamar “perfecto” a lo supuestamente perfecto…
Pensar a los sujetos de esta manera hace, necesariamente, sugerir un mayor grado de poder a ciertos individuos sobre otros y, en esa misma medida, va a decir Spinoza, llamamos a ciertos individuos más “perfectos” que otros. Detrás de esa definición de lo perfecto es que se vuelve imperfecto lo posible.
Lo posible hoy, claramente, no es lo perfecto. Digamos que un cuerpo humano es más potente, más apto a la conservación y a la transformación, cuanto más ricas y complejas sean sus relaciones con otros cuerpos. No solo el cuerpo está expuesto a la acción de todos los otros cuerpos externos, de los cuales necesita para conservarse y transformarse, sino que él mismo es necesario para la conservación y transformación de otros cuerpos, también para su regeneración.
En la modernidad, la existencia del biopoder y la biopolítica tenía como único propósito el disciplinamiento de los cuerpos (y las mentes). ¿Por qué las seguimos separando?
Las vidas humanas están atravesadas de los modos más diversos por los saberes y poderes que configuran una determinada época. Se suele afirmar que el humano es un animal histórico, epocal. En nuestro presente, las maneras en las que eso sucede se encuentran en plena mutación, en dinámica transformación.
Se están produciendo importantes cambios en la administración de los procesos biológicos y de los cuerpos humanos, tarea que suele recaer en las más diversas instituciones sociopolíticas y tecnocientíficas. Esto sucede en tiempos actuales de postindustrialismo, en tiempos fluidos. Todo parece que se reacomoda y muta en forma distinta, no lineal, no arbórea, descentrada; podemos decir “rizomática”.
Volvamos la vista atrás, realicemos una breve historización, asumiendo que somos producto del pasado y, desde luego, de un proceso histórico…
En los tiempos industriales, cuando se construía el Estado nación moderno y capitalista, el poder estaba en los dispositivos biopolíticos característicos de la modernidad. Esto fue la constitución de un tipo de poder que actuaba sobre el hombre/mujer en tanto ser vivo: realizando una estatización de lo biológico.
Esta especie de “secuestro” de la vida se implementó en forma sistemática y “racional”, es decir, se dispuso de una gama de dispositivos de poder que apuntaba al conocimiento, disciplinamiento y control de las poblaciones.
Todos los Estados de la etapa industrial implementaron sus biopolíticas de planificación con el objeto de intervenir en las condiciones de vida para imponer normas y adaptarlas a un proyecto nacional (finales del XVIII, plenamente desde mediados del siglo XIX, hasta primera parte del siglo XX).
Digamos, entonces, que la biopolítica forma parte del biopoder, que se puede definir como el poder sobre la vida.
Desde el análisis foucaultiano, el poder disciplinario descubre que las técnicas de sujeción y de normalización (clásicas de la biopolítica), de las que surge el sujeto moderno, tienen como aplicación primordial “el cuerpo”. Es alrededor de la salud, la sexualidad, la herencia biológica o racial, la higiene, los modos de relación y de conducta con el propio cuerpo que las técnicas de individuación constituyen a los sujetos y lo distribuyen en el mapa definitorio de “lo normal” y “lo anormal”, la peligrosidad criminal, la enfermedad, la salud, el “saber”, etc.
En ese umbral entre de lo biológico y lo social es que las tecnologías modernas intervienen y colonizan, de un modo nuevo. Aquello que en el mundo clásico se reservaba a la esfera de lo doméstico y de lo privado.
El cuerpo y la vida en la modernidad industrial se tornan materia política, de esa materia está hecho el “individuo moderno”.
Virno nos dice en Gramática de la multitud:
Digamos que al capitalista le interesaba la vida del obrero, su cuerpo, solo por un motivo indirecto, ese cuerpo, esa vida contiene la facultad, su potencia la “dynamis” que permite la explotación. El cuerpo viviente se convierte en objeto a gobernar La vida se coloca en el centro de la política en la medida en que lo que está en juego es la fuerza de trabajo inmaterial. Esto es la biopolítica. 11
Ambos vectores —la disciplina y lo biopolítico— se articularon en el contexto del capitalismo industrial como dos conjuntos de técnicas orientadas a perpetuar el buen funcionamiento social. La disciplina se dirigía al hombre-cuerpo, en el seno de una anatomía política que entrenaba y lubricaba los organismos mecanizados de la sociedad industrial (con una ideología individualizante), mientras lo biopolítico enfocaba al hombre-especie, blanco de una biología política destinada a imponer una normalización con el propósito de maximizar y expropiar las fuerzas humanas y para optimizar su utilidad.
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