Según Olivé (2007) y Dagnino et al. (1996), la mayor preocupación del pensamiento latinoamericano en ciencia y tecnología (CT) fue la necesidad de definir la forma en que el sistema de ciencia y tecnología podría articularse con la capacidad productiva. En este aspecto, Sábato y Botana (1968) resaltaron la importancia y necesidad de impulsar la ciencia y la tecnología como instrumentos de progreso para América Latina, con el fin de participar como protagonistas en el desarrollo científico-tecnológico mundial, para el cual propusieron como estrategia el Triángulo de Sábato, donde se identificaron en sus vértices al Gobierno como impulsor y regulador; a la estructura productiva, conformada por las organizaciones que producen bienes y prestan servicios; y a la estructura científico tecnológica, constituida por las instituciones del sector educativo, los centros de desarrollo tecnológicos, los laboratorios y otras instituciones dedicadas a la investigación. También se determinaron actores cuya acción coordinada permite a una sociedad desarrollar la capacidad de saber dónde y cómo innovar, logrando el uso de la ciencia y la técnica en pro del desarrollo (Sábato y Botana, 1968).
Si se considera a la innovación como el resultado de un sistema de relaciones, indican que no basta la organización de estructuras formales si estas no logran el fortalecimiento de ese sistema. En concordancia, cada vértice está compuesto por múltiples instituciones con distintos decisores, por tanto, las relaciones que se establecen en el triángulo son complejas y con distintas dimensiones: intra-relaciones, inter-relaciones y extra-relaciones, como se muestra en la Figura 1. La base de este modelo fue el planteamiento de la política para el desarrollo de la capacidad técnico-científica de América Latina.
Figura 1. Triángulo de Sábato
Fuente: adaptación propia a partir de Sábato y Botana (1968).
Aunque la propuesta de Sábato trascendía los modelos lineales divulgados por Bush (Olivé, 2007; Ratchford y Blanpied, 2008), es de anotar que se presentaron puntos de polémica. Uno de ellos fue privilegiar al Estado en las interacciones presentadas (Etzkowitz y Leydesdorff, 2000). Posteriormente surgieron los sistemas nacionales de innovación (Lundvall, 1988, 1992; Nelson, 1993), cuyo soporte fueron las teorías de sistemas. Aquí se cuestionaba el hecho de dar a la empresa el papel principal en la innovación (Etzkowitz y Leydesdorff, 2000).
En aquella época, en el entorno socioeconómico no existía evidencia empírica de las relaciones planteadas, por tanto, se configuraba un modelo normativo, una reflexión política que resaltaba la manera cómo la participación de la investigación científica y tecnológica podría llegar a intervenir en la transformación social.
Este planteamiento concuerda con el concepto de sistemas de innovación planteado por Freeman (1987) y Lundvall (1988), en los que sus focos de observación son los “flujos de conocimiento” derivados de las interacciones entre actores distintos. Estas relaciones dinamizan el proceso de producción de conocimiento y permiten la obtención de resultados a partir de la articulación de insumos que llegan a condicionar el grado de innovación de un país.
Más adelante, Etzkowitz y Leydesdorff (1995) presentan el modelo de la triple hélice, de configuración institucional, reconocida como de espirales, cuyo éxito dependía de las interacciones colaborativas entre los participantes.
En este modelo se identificaban tres dimensiones: la triple hélice I, en la cual el Estado es quien fomenta las relaciones entre la industria y la academia, las cuales forman parte del acuerdo con la evidencia empírica representada en la antigua Unión Soviética, algunos países de Europa y Latinoamérica. Por otro lado, en la triple hélice II cada uno actúa de acuerdo con sus papeles tradicionales, sin embargo, inicia la influencia de una sobre otra y predomina la economía de mercado, la cual orienta las decisiones de innovación en ciencia y tecnología (Londoño, 2014). Y en la triple hélice III son añadidas las zonas de intersección entre cada hélice, donde los actores asumen el papel del otro y surgen instituciones de carácter híbrido (firmas spin-off y start-up ), a partir del aprovechamiento de los recursos y acción conjunta de las tres esferas, como se muestra en la Figura 2, que se enfoca en la dinámica de la tríada en relaciones transversales, de las cuales se derivan las empresas de base tecnológica, que surgen a partir de procesos de investigación como plataforma de las redes trilaterales.
Figura 2. Redes trilaterales
Fuente: adaptación propia a partir de Etzkowitz (2000).
Las spin outs y start-ups (Koster, 2004) son empresas de emprendimiento de base tecnológica, individuales o grupales, y se diferencian en la forma en que han sido establecidas y en cómo se desarrollan.
Las empresas spin outs generan tecnología y requieren de personal calificado para hacerlo. Son también consideradas de emprendimiento, propias de personas que salen del contexto laboral y llevan su conocimiento a la creación de nuevos negocios basados en el ofrecimiento de productos que requieren de su tecnología.
Las empresas s tart-up se originan en recursos que generalmente provienen de los emprendedores; conformadas por personas que no pertenecen al sector laboral y que abren sus negocios sin necesidad de tener una experiencia específica en materia de mercadeo, finanzas, recursos de tecnología y factores que requieren mayores estudios.
En contraste, las empresas spin-offs se gestan en el sector industrial, universitario o estatal, con un grupo de expertos investigadores que buscan la innovación de productos, y en el momento de tener los resultados para ofrecerlos al mercado, se consolidan con el apoyo de recursos de las empresas madres en donde han generado todo su potencial (Koster, 2004). Un referente de este tipo de empresas es Google, un spin-off de la Universidad de Stanford.
Algunos autores observan el surgimiento de esta forma empresarial como la tercera misión universitaria y la consideran una deformación del propósito de la universidad investigadora (Slaughter y Leslie, 1997). El anterior punto se contradice con la intención de los países del mundo que se han puesto de acuerdo en que la innovación debe estar unida a la ciencia que genera la universidad, y a la práctica, que permite a la empresa avanzar con nuevas tecnologías para impulsar el desarrollo de las sociedades económicas, según lo evidencia Etzkowitz en los modelos ya planteados (triple hélice).
Por otro lado, Smith y Leydesdorff (2010) manifiestan que la configuración de las redes bilaterales, trilaterales y del modelo en general se reconstruyen a partir de las relaciones de tres dominios: economía, ciencia y política en distintos niveles (regional y nacional), aunados a los efectos estructurales de la globalización.
Cabe anotar que entre los retos existentes en el entorno socio-económico, este modelo presenta reinterpretaciones, tales como los modelos de la cuádruple hélice (Arnkil, et al, 2010) y la quíntuple hélice (Carayannis y Rakhmatullin, 2014), en los cuales se reconoce la influencia de la sociedad y el entorno natural en la creación, difusión y uso del conocimiento. En este aspecto, Arnkil et al. (2010) expresa que el concepto de cuádruple helix (QH) aún no está bien establecido ni ampliamente utilizado en la investigación y la política de innovación, si se tiene en cuenta que algunas de las concepciones acerca de este modelo son muy similares al de la triple hélice. Vale aclarar que el proyecto investigativo se perfeccionó con base en el modelo triple hélice, en tanto que la evidencia empírica demuestra que todavía la articulación entre Empresa - stock de conocimiento-, Universidad y Estado (Cepal, 2015) se encuentra en desarrollo en países de América Latina.
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