2.1. MODELOS DE INNOVACIÓN
La universidad ha sido una institución social que ha mantenido relación con su contexto socioeconómico desde los inicios en la época medieval, y para este efecto, ha transformado la misión y los objetivos, siempre orientados por las circunstancias del entorno en el cual se ha desenvuelto.
Las primeras manifestaciones de las universidades europeas, durante la época medieval, se encauzaron hacia la enseñanza y consolidaron como instituciones del saber, que otorgaban un grado académico a sus estudiantes. De ahí que la universidad surja con el fin de buscar, preservar y transmitir el conocimiento a través de la docencia, enriquecida con la investigación y la proyección social.
Esta investigación, una de las funciones prioritarias de la sociedad del saber, ha sido considerada por Etzkowitz y Leydesdorff (2000), entre otros autores, una revolución académica que invita a la universidad a comprender que la ciencia no es un problema completamente resuelto, en concordancia con lo planteado por Von Humboldt. Por lo anterior, debe ser orientada hacia la producción de conocimiento (investigación básica), investigación formativa (semilleros) y satisfacción de las necesidades sociales (investigación aplicada).
2.1.1. Modelos de innovación lineales
En 1945, de acuerdo con lo dispuesto en el informe Ciencia, la frontera sin fin, elaborado por Vannevar Bush, se manifiesta que “Una nación que dependa de otros para generar conocimiento científico vería retrasado su progreso industrial y no alcanzaría una posición competitiva fuerte en el mercado mundial” (p. 15). Estos planteamientos evidenciaban el carácter secuencial concedido al modelo lineal de innovación. Un proceso de etapas sucesivas que inicia con la investigación básica conducida por las universidades e institutos, y se concibe como “todos aquellos trabajos que tienen como objetivo adquirir conocimientos científicos nuevos sobre los fundamentos de los fenómenos y hechos observables” (Escorsa y Valls, 2003, p. 23), los cuales proporcionan descubrimientos y conocimientos que dan paso a la realización de investigación aplicada; un tipo de investigación que propende por la generación de conocimiento encaminado hacia fines puntuales, con un objetivo práctico determinado (Escorsa y Valls, 2003, p. 24). Esta a su vez origina el desarrollo tecnológico, que no genera nuevo conocimiento, sino que permite el aprovechamiento de este, en la forma de un nuevo producto, servicio, proceso o modelo organizativo, para ser introducido en el mercado o implementado dando lugar a la innovación (OCDE y Eurostat, 2005).
De esta manera, en el enfoque lineal la universidad e institutos de investigación se consideraban las instancias detonantes del proceso, como fuentes matrices de conocimiento, ubicadas en la primera de un conjunto de etapas separadas en el tiempo y llevadas a cabo en distintas organizaciones.
En esta perspectiva fue pensado el modelo de empuje de la ciencia, cuya investigación básica se creaba fuera de la empresa, promovida por los intereses de la comunidad científica y de los cuales esta podría servirse, y el modelo de tirón del mercado, respaldado por estudios empíricos, como el desarrollado por Schmokler (1966), quien encontró que la investigación básica en su mayoría trataba de satisfacer demandas del mercado.
2.1.2. Modelos de innovación no lineales
Hacia 1970 e inicios de los 80 la ralentización del crecimiento económico y la escases de fondos de investigación gubernamentales ocasionaron que el aporte de la investigación se dirigiera a las prioridades establecidas por el Gobierno, como criterio para el otorgamiento de recursos. Lo anterior dio relevancia a la investigación aplicada, de tal forma que la universidad pudiera contribuir al desarrollo económico y social de su entorno (Huanca, 2004); la actividad científica perdió autonomía y exigió de los investigadores una mayor responsabilidad hacia las demandas del contexto.
Ante estos acontecimientos, aunados al auge de la biotecnología y las tecnologías de la información y comunicación (TIC), la universidad comenzó a usar otras fuentes de financiación, como la instauración de patentes y la conformación de empresas con base tecnológica, lo que permitió la capitalización del conocimiento y su transferencia. Estas se promovieron políticamente con la constitución de fondos federales para el surgimiento de centros de investigación mixtos (Universidad-Empresa) y la protección de los resultados académicos por medio de marcos legales, como la Ley Bayh-Dole, promulgada en 1980 con el propósito de comercializar los resultados de los estudios financiados con recursos públicos a partir de la producción de patentes y la concesión de licencias, que posibilitaron a las universidades explotar comercialmente sus resultados.
Al tener en cuenta este nuevo enfoque, donde la ciencia y su avance no son ajenas al contexto en que se generan, y los problemas de investigación se configuran a partir de la “traducción de necesidades de otros agentes” (Knorr–Cetina, 1982), la primera modelización del proceso de innovación y la linealidad propuesta para explicar la forma cómo se produce, difunde y explota el conocimiento, los modelos del empuje de la ciencia y tirón del mercado que presentaba la innovación como producto de una única fuente y fruto de un solo tipo de conocimiento codificado, se tornaron insuficientes ante la complejidad de los elementos que fueron añadidos por autores como Freeman(1975), Rosemberg (1982) y Nelson y Winter (1982), explicados en parte por el reconocimiento de la composición dual del conocimiento, en donde el conocimiento tácito juega un papel fundamental en la transmisión de este y en la generación de innovación. Como lo indican Kline y Rosemberg (1986), “la ciencia puede proporcionar invenciones que sean mejoradas por las actividades de aprendizaje y que requieren de nuevo a la ciencia para llegar a explotar su potencial” (citado en Azagra, 2003, p. 29), lo que evidencia una retroalimentación mutua; a su vez, la totalidad de la ciencia no es susceptible de ser transferida a la empresa y aplicada con fines comerciales. La innovación en la empresa depende de la capacidad de absorción de esta, que se refiere a la habilidad de adquisición de conocimiento proveniente del entorno y asimilación y explotación a partir de sus relaciones internas (Cohen, et al., 1990).
En los anteriores planteamientos se demuestran algunos de los denominados modelos de innovación de carácter interactivo o no lineal, en donde diferentes agentes interactúan entre sí en una retroalimentación constante y se da lugar a la innovación proveniente de múltiples fuentes. Así lo afirma Vega et al. (2011), al expresar que: “estas nuevas visiones sobre los procesos de producción de conocimiento e innovación han servido de sustrato conceptual para justificar la conveniencia, e incluso necesidad, de una mayor relación entre los sectores académicos y productivos” (p.114).
En Latinoamérica, la triple relación Universidad-Empresa-Estado surge como una idea para articular las concepciones del desarrollo, denominadas teorías de la dependencia, en las cuáles se reflexionó que el atraso de la región en materia de ciencia y tecnología era producto de la dependencia económica con los países desarrollados. Entre sus consideraciones principales estaban, por un lado, que la ciencia era un proceso lineal y acumulativo, por lo que el subdesarrollo no debía ser una fase previa al desarrollo; por otro lado, la necesidad de cortar con la dependencia cultural de los modelos institucionales importados, los cuales no aportan al desarrollo regional en ciencia y tecnología (Casas, 2004, referenciado por Londoño, 2014).
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