Por lo demás, las acusaciones esgrimidas por este tal protestantismo misionero contra aquel catolicismo presente en América Latina no solo se reducían a enrostrarle a este su incapacidad de haber ofrecido verdadera evangelización cristiana y guía espiritual para los habitantes de este continente, sino abiertamente por haber permitido en su pusilanimidad y falta de convicción de fe la incorporación de prácticas y vicios propios de los latinoamericanos, y peor aún, no pocas prácticas paganas provenientes de los indígenas, con el resultado, finalmente, de haber llevado al cristianismo a una clara laxitud moral y a un insano sincretismo. Proverbial llegó a ser a este respecto la afirmación de otro misionero, Harlam Beach, al enjuiciar el influjo del catolicismo en América Latina: “No cumplió la misión de iluminar, convertir y santificar a los nativos. […] Se bautizó el paganismo y el cristianismo fue paganizado” 52. En consecuencia, la evangelización protestante para América Latina fue comprendida al modo de un imperativo moral para tales corrientes misioneras estadounidenses. Un imperativo que no podía ser retrasado, mucho menos obstaculizado, ni siquiera por la expresa restricción que le había impuesto a estas la conferencia de Edimburgo, en términos de no considerar al continente latinoamericano como jamás alcanzado por el cristianismo e interferir, de este modo, con los avances supuestamente ya logrados por el catolicismo. Es cierto que la propaganda anticatólica se tendió a llevar en no pocas ocasiones hasta límites caricaturescos, o que en aquel afán de hacer notar los beneficios que podría aportar el protestantismo para América Latina, tanto en lo concerniente al desarrollo moral como en cuanto al progreso social, se llegó muchas veces a una confusión verdaderamente lamentable entre fe cristiana y los intereses de los Estados Unidos o, lo que es prácticamente lo mismo, a convencerse de que la comunicación del evangelio para América Latina incluía también la propaganda del estilo de vida y la cosmovisión de aquel país, la American way of life , como consustanciales a este. 53De este modo, quien fuera un prominente miembro del Comité de continuación del Congreso de Edimburgo y figura clave del Congreso de Panamá, J. R. Mott, podía hablar de la responsabilidad que le cabía a los cristianos de los Estados Unidos para establecer el Reino de Dios en suelo latinoamericano 54, de lo cual no es difícil colegir su convicción de que el mismo ya se hallaba extendido en suelo usamericano. Sin embargo, y más allá de lo entusiastas o incluso destempladas que dichas declaraciones o impresiones a la sazón nos pudiesen resultar, difícilmente se podría soslayar la evidente incapacidad que desvelaba aquel catolicismo, todavía enraizado en el espíritu y la cosmovisión colonial, para seguir liderando aquel proyecto de evangelización cristiana y de despertar espiritual de América Latina, como tampoco la menos evidente realidad de retraso y obstrucción al progreso social y cultural que aparecía adjunta a aquella mentalidad.
En tal sentido, bien conviene recordar, a modo de concesión siquiera de un leve crédito a la propaganda de aquel protestantismo, aquello de lo cual Leopoldo Zea, en su importante libro América como conciencia 55, ya hiciera referencia, a saber: que el legado tanto espiritual como cultural que España impuso a América, y con el que en alta medida los propios misioneros estadounidenses se encontraran, fue uno marcado ya por la profunda crisis de la visión escolástica del mundo, y que lejos de haber sido la escolástica creadora y renovadora de un Tomás de Aquino o de un Suárez respectivamente, fue la de un tipo anquilosado y endurecido en la defensa de los fines e intereses de aquel mundo medieval puesto en crisis por los nuevos aires de progreso y modernidad. Una forma de escolasticismo, a decir verdad, que tanto en lo cultural como en lo espiritual y aun en lo intelectual no buscaba su afirmación ni en la apertura ni en la creatividad, sino en la negación y destrucción violenta de aquello que se le ofrecía como confrontación o emplazamiento a su mundo de sentido, aunque el mismo se estuviese derrumbando a pedazos ante sus propias narices. Naturalmente, otra cosa es poder determinar hasta qué punto aquel protestantismo misionero resultó capaz de cubrir las tan altas expectativas contenidas en su discurso, y plantearse de esta forma como la verdadera alternativa espiritual, incluso de progreso social y cultural, frente a aquel catolicismo que hasta aquel momento se asomaba como una fuerza sin contrapesos. También habría que preguntarse, además, hasta qué punto se llegó a comprender y valorar el particular genio cultural y religioso latino –¡y qué hablar del genio cultural de los pueblos originarios!–, tan radicalmente distinto y en tantos diversos aspectos al anglosajón. 56En consecuencia, desde tal sereno entendimiento y estimación, sin perjuicio desde luego de su abierta confrontación y corrección en los aspectos que así fueran necesarios, es importante poder enfatizar las contribuciones realizadas por su gestión, mas sin arrasar, por una parte, con las virtudes de dicho genio latino, ni llegar a creer, por otra, que su propia expresión del evangelio se hallaba en forma pura y libre de mediaciones. No obstante, y a pesar de toda ulterior consideración, sería injusto privarle de todo mérito a estas iniciativas misioneras estadounidenses, todavía más cuando frente a la indiferencia de aquel protestantismo europeo y su consideración de América Latina como un continente ya cristiano de suyo por el solo contacto con el catolicismo, serán estas las que emprenderán los desafíos de dicha evangelización, y todo esto, conviene ser recordado una vez más, en medio de no pocas hostilidades y resistencias.
Añadamos frente a ello también el decisivo antecedente, el cual constituye un elemento absolutamente imprescindible para toda verdadera comprensión de los movimientos evangélicos en América Latina, y sin el cual tampoco sería posible entender la profunda escisión entre identidad y relevancia que caracteriza al quehacer eclesiástico y teológico de nuestro continente, de que tal empresa misionera será asumida posteriormente a la Segunda Guerra y hasta nuestros días por aquellas corrientes que, procedentes también de los Estados Unidos, serán expresión más fiel de su evangelicalismo más conservador y luego fundamentalista que de aquellas más ligadas a las mainline churches . 57Y, que incluso estas últimas, con un grado de presencia en América Latina definitivamente menor, mas no al punto de la inexistencia, dejarán ya entrever, del mismo modo que aquellas, la particular caracterización teológica y cultural de su procedencia, esto es, la American Religion . Ciertamente, el que hayan sido estas tales corrientes evangélicas – evangelical churches – y no otras – mainline churches – dentro del protestantismo de los Estados Unidos las que funcionaron como punta de lanza en la evangelización de América Latina, resulta explicable, primeramente, más allá de todo incuestionable fervor misionero que siempre ha caracterizado a estas, al atender al hecho de que se ha tratado de sectores que se han sentido evidentemente marginados por el creciente estado de urbanización y modernidad de su sociedad, y que a partir de allí, han visto también amenazados los valores tradicionales de su nación, lo que los llevó a volcarse en consecuencia hacia otros horizontes en busca de establecer tanto su centro de actividades como la propagación de sus valores nacionales y evangélicos en un nuevo contexto allende a sus fronteras. Pero también encuentra como antesala la resolución a la que llegaba el Congreso de Edimburgo en 1910, representado fundamentalmente por iglesias europeas, tocante a la exclusión de América Latina del campo de cooperación misionera, toda vez que se le consideró un continente ya suficientemente evangelizado por la iglesia católica. Algo que, desde luego, tales sectores evangélicos no podían tolerar y que les llevó finalmente a celebrar su propio Congreso de Obra Cristiana en América Latina , en 1916, en Panamá, en el que las misiones europeas no estarían representadas y donde además se reconocería a América Latina como campo prioritario de evangelización. Todo esto, que incluye además el cierre de los campos misioneros bajo los regímenes comunistas, en China fundamentalmente, pero también en Europa del Este, lugares tradicionalmente escogidos por las iglesias estadounidenses para sus programas de misión, llevaría a estos sectores evangélicos a focalizar sus esfuerzos de evangelización principalmente hacia América Latina.
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