En la Sala Ancestral del palacio, Engelmor y el resto de la Asamblea reciben el mensaje del capitán del Regimiento Tavet en sus estaciones de sesión.
—Mi Lend Engelmor, mis señores —dice el Capitán Lotrerdvelk—, hemos iniciado maniobras de aproximación separada cautelar. Nos apostaremos en círculos alrededor del palacio y permaneceremos alertas para contrarrestar cualquier ofensiva del Regimiento Magma.
—Enterados, capitán —responde Engelmor—. Una división del Regimiento Negro Terrestre está con nosotros y se encuentra apostado en la puerta principal para recibir a Kwold y su comitiva. Seamos diplomáticos por el momento.
—Sí, mi Lend.
Los ocho miembros de la Asamblea abandonan la Sala Ancestral y se dirigen al área de recepciones del palacio. No llevan consigo ningún tipo de armamento, confían plenamente en sus habilidades Ancestrales y Ordenanzas.
A unos metros de la explanada principal, sobre el inmenso corredor de las fuentes, cinco naves Vandormanas descienden lentamente sobre el césped. Detrás de ellas, a unos metros de distancia, otro grupo de naves se reúne en formación V de ataque frontal. La diplomacia, la educación y la elocuencia no forman parte de las virtudes de los Vandormanos. La Asamblea y la Flota Tavet lo saben desde su primera visita a Dolgiania, diez años atrás.
En el área de recepciones del palacio, Engelmor y los demás miembros de la Asamblea ocupan sus posiciones, resguardados por un grupo de soldados del Regimiento Negro Terrestre. Dos militares de la Flota activan el mecanismo que abre las puertas blindadas del palacio. Estas se deslizan, dejando entrar la luz del día al interior del vestíbulo.
De las naves Vandormanas desciende el General Kwold y un grupo de soldados Magma. Su estatura promedio es de casi tres metros, mucho mayor que la del pueblo Dolgia, y están cubiertos por sus características armaduras opulentas.
Engelmor se mantiene en su posición, con sus ojos azules fijos en Kwold mientras éste se acerca a su encuentro con paso firme, escoltado por los soldados Magma. La brisa del Mar de Cortran fluye en el vestíbulo y agita las túnicas de los miembros de la Asamblea.
—Engelmor, Blancos, dennos lo que nos pertenece. Traidores... —dice Kwold. Su voz suena tenebrosa desde el interior del casco.
Los soldados que lo acompañan activan sus armas. Se trata de espadas dobles que surgen de sus antebrazos y son famosas por su habilidad de destruir casi cualquier material existente en los Sistemas Planetarios de la Región Comunal.
—En Dolgiania recibimos a nuestros visitantes con el rostro descubierto, Tilfradv —dice Engelmor a Kwold, con voz firme—. Sería educado de tu parte dejarnos ver también el tuyo mientras hablamos de negocios.
Kwold deja pasar un tiempo antes de desactivar sus espadas y quitarse el casco lentamente. Sus ojos amenazadores quedan al descubierto, enmarcados por una larga y oscura cabellera.
—Qué gusto poder verte a los ojos, Tilfradv. Será un honor guiarlos a la Sala de Recepciones —dice Engelmor.
Kwold no responde. Se limita a seguirlo, malhumorado. Rodean la gran fuente de agua en el centro de la sala y se dirigen al final del corredor. Allí, Engelmor abre la puerta de la Sala de Recepciones.
Allí dentro los espera una mesa ovalada con veinte asientos, cuyo centro está decorado con flores de Tulmunia. Hay también dispuestos en ella utensilios varios para la comida, y del techo cuelga una lámpara Terránea.
—Tomen asiento, por favor —pide Engelmor.
Kwold es guiado a su silla por uno de los soldados Tavet. Sigue sin pronunciar palabra alguna, sólo observa a los demás con recelo. Los soldados Magma que lo acompañan ocupan también sus lugares. Se quitan los cascos y los dejan a sus pies. Sus rostros intimidantes causan un efecto inmediato en los asistentes que se dedican a servir licores de fruta en sus copas.
Engelmor, de pie, alza su copa. También lo hacen los demás representantes de la Asamblea.
—Queremos brindar en su honor —dice—. Es nuestro deseo llegar a un acuerdo que otorgue a nuestras comunidades un beneficio mutuo, y que nos guíe hacia la cordialidad y la paz.
Después toma asiento y ordena a los asistentes que traigan los primeros platillos. Vuelve a tomar la palabra mientras Kwold lo mira fijamente.
—Comenzaremos nuestra reunión con platillos preparados con los mejores productos provistos por nuestra comunidad de agricultores, en homenaje a su arduo trabajo.
Kwold esboza una mueca de desprecio y estruja su copa hasta romperla. Esa es la señal establecida para que sus soldados comiencen la toma del palacio. Todos se levantan abruptamente de sus asientos y despliegan las espadas de sus brazos.
—Olvidaba su característica diplomacia —dice Engelmor, con tono sereno pero alerta.
—Te advertí que solo venimos por lo que es nuestro —responde Kwold.
Uno de los soldados Magma le entrega una bandera. Kwold la despliega con rapidez. Es la bandera del Sistema Prefectural de Vandorm. La levanta por su asta y la inserta con fuerza descomunal en el piso de la sala, generando una grieta de considerable tamaño.
Engelmor envía un llamado de alerta a los regimientos Tavet a través de un dispositivo oculto entre sus ropas, instándolos a defender el palacio.
Los capitanes de los tres regimientos Tavet reciben la alarma y ordenan a sus tropas rodear el palacio. Gracias a su tecnología de invisibilidad, no son detectados por las naves Vandormanas allí apostadas y logran ejecutar un ataque rápido y sorpresivo sobre ellas. Pese a ello, resisten la artillería gracias a su fuerte blindaje.
Al mismo tiempo, se escucha un fuerte estruendo que destroza algunos vitrales del gigantesco palacio y varios regimientos Tavet logran entrar. Se desata entonces un brutal enfrentamiento en ambos frentes.
Engelmor y los demás miembros de la Asamblea se agrupan y activan sus armas. Se trata de mazos metálicos yamchanos con la capacidad de destruir blindajes. Los hacen girar con espeluznante rapidez y sincronía, aniquilando a la mayor parte de los soldados Magma a su alrededor. Kwold y sus oficiales se resguardan junto al resto de sus soldados en los salones contiguos.
La batalla provoca grandes destrozos en el palacio. Varios tesoros arquitectónicos y una infinidad de objetos decorativos son destruidos. La estructura resiste los embates gracias a los filtros Plexod, creados por el General Gandvold, encargado de supervisar la defensa del palacio desde los módulos provisionales de observación en la Base Tavet.
—¡Asamblea, formación oval! —ordena Engelmor, en medio de la confusión y la falta de visibilidad generada por el humo de las artillerías—. ¡Regimiento Tavet, movimiento ofensivo frontal! ¡No permitan que Kwold escape!
Un grupo de soldados Tavet ayuda a los miembros de la Asamblea a salir del palacio.
En el exterior, los militares Vandormanos atacan la estructura del palacio y a las naves Tavet que los rodean. Pero éstas, guiadas por hábiles pilotos, logran evadir los disparos y se imponen, aniquilando a la mayor parte de los regimientos y naves Magma en cuestión de unas pocas horas.
Kwold y sus oficiales logran escapar ingresando a la nave principal, protegidos por los soldados que aún siguen en pie.
—¡Basta! —dice Engelmor, enojado—. ¡Acabemos con ellos! ¡Ataque frontal!
Las tropas Tavet disparan con todo lo que tienen a las naves Vandormanas que intentan escapar, pero su blindaje las hace un objetivo difícil.
—¡Asamblea, ahora! —ordena Engelmor.
Todos los miembros de la Asamblea arrojan sus mazos sobre las naves que llevan a Kwold y a sus oficiales, causando grandes daños.
Engelmor exclama su Ordenanza principal:
—¡Luz de Promend, en nombre de la Asamblea, de los regimientos Tavet y del pueblo Dolgia, destierra a Vandorm para siempre!
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