Lozano, Pilar, 1951-
Colombia, mi abuelo y yo / Pilar Lozano ; ilustraciones Olga Cuellar. -- Cuarta edición. -- Bogotá : Panamericana Editorial, 2020.
252 páginas : ilustraciones ; 14 x 21 cm.
ISBN Impreso 978-958-30-6140-0
ISBN Digital 978-958-30-6248-3
1. Cuentos infantiles colombianos 2. Abuelos - Cuentos infantiles 3. Sitios históricos - Cuentos infantiles 4. Colombia - Descripciones y viajes- Cuentos infantiles I. Cuéllar, Olga, 1958-, ilustradora II. Tít.
I863.6 cd 22 ed.
A1661743
CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango
Cuarta edición, octubre de 2020
Primera edición en Panamericana
Editorial Ltda., febrero de 1997
© Pilar Lozano
© 2020 Panamericana Editorial Ltda.
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Tel.: (57 1) 3649000
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ISBN Digital 978-958-30-6248-3
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Bogotá D. C., Colombia
Quien solo actúa como impresor.
EDITOR
Panamericana Editorial Ltda.
EDICIÓN
César A. Cardozo Tovar
ILUSTRACIONES
Olga Cuéllar Serrano
DISEÑO
Camila Cesarino Costa
Diseño epub: Hipertexto – Netizen Digital Solutions
Para mis nietos Aitana y Lorenzo y para mis sobrinas nietas Ileana, Rebeca y Sabrina.
1 Tierno y aventurero, así era mi abuelo Mi abuelo se llamaba José. Para mostrarle mi cariño, yo le decía Papá Sesé o viejo. Fue un hombre tierno y muy sabio. A veces también un poquito cascarrabias. Así son todos los abuelos. Pero él tenía algo especial: era muy curioso y un gran aventurero. Lo que más recuerdo son sus ojos. Parecían los de un niño pícaro y travieso. Siempre usaba un sombrero blanco como su barba, un par de botas de caucho y un pantalón descolorido. Mi abuelo era como un topo. Todo lo hurgaba. Pertenecía a esa clase de hombres que no se contentan con saber las cosas de oídas; tenía que conocerlas. Si le hablaban del barro, no descansaba hasta embadurnarse con él. Solo así se sentía satisfecho. Leía mucho, caminaba mucho, viajaba mucho. Todo lo estudiaba y lo observaba. En sus bolsillos siempre cargaba una libreta en la que iba tomando apuntes. Le hubiera gustado nacer en el siglo XIX, haber sido uno de los hombres que ayudó a abrir montañas para dar paso a los caminos, o arriero de esos que andaban en largas travesías por laderas, picos y valles. Se sentía orgulloso de conocer su país de norte a sur y de oriente a occidente. “Viajé por ríos y montañas. Solo me acompañaban las constelaciones que me servían de guía”, decía. Amaba las estrellas. La astronomía fue una de sus grandes pasiones. Ya viejo aprendió a usar Internet; dedicaba largas jornadas a navegar por el ciberespacio. Al morir me dejó un baúl. En él encontré un globo, un telescopio, mapas, libros, fotografías, brújula, escuadra y compás, una plomada, libretas y papeles sueltos repletos de notas. Además, una lista de sus páginas web preferidas. En ellas investigó, en sus últimos años, tratando de descubrir los misterios del universo. El medio ambiente fue otra de sus grandes pasiones y el calentamiento global, uno de sus dolores de cabeza. “Deberíamos aprender de los indígenas el respeto por la naturaleza”, insistía. Si viviera aún aplaudiría a Greta Thunberg y a todos los jóvenes que, en el mundo entero, exigen a los líderes cuidar “nuestra casa”. Y se hubiera multiplicado su interés por el tema después de ver al mundo paralizado por culpa de un virus.
2 Quiero ser díscolo y soñador como los hombres que esculcan el universo
3 Nuestro planeta Tierra da vueltas y vueltas
4 Las calles y carreras de la Tierra
5 Un país con dos océanos a sus pies
6 Fronteras en la selva y fronteras en el mar
7 Un paseo que echó a perder una bella teoría
8 No solo por las montañas Colombia tiene muchos climas
9 El páramo, un lugar sagrado en lo alto de las montañas
10 En Colombia corren muchos ríos: algunos son negros, otros son blancos
11 Cómo llegaron a Colombia el roble, el pájaro carpintero y miles de animales más
12 Multiculturales y pluriétnicos
13 Una región llena de magia
14 Una interminable llanura habitada por hombres como Mocho Viejo
15 Un viaje con el mensajero de los habitantes del cielo
16 El mágico embrujo de la selva
17 Adivina, adivinador, ¿qué región de Colombia lo tiene todo?
18 Las moronas de la tierra colombiana desperdigadas en el mar
19 El fin de las historias de Papá Sesé
Mi abuelo se llamaba José. Para mostrarle mi cariño, yo le decía Papá Sesé o viejo.
Fue un hombre tierno y muy sabio. A veces también un poquito cascarrabias. Así son todos los abuelos. Pero él tenía algo especial: era muy curioso y un gran aventurero.
Lo que más recuerdo son sus ojos. Parecían los de un niño pícaro y travieso. Siempre usaba un sombrero blanco como su barba, un par de botas de caucho y un pantalón descolorido.
Mi abuelo era como un topo. Todo lo hurgaba. Pertenecía a esa clase de hombres que no se contentan con saber las cosas de oídas; tenía que conocerlas. Si le hablaban del barro, no descansaba hasta embadurnarse con él. Solo así se sentía satisfecho.
Leía mucho, caminaba mucho, viajaba mucho. Todo lo estudiaba y lo observaba. En sus bolsillos siempre cargaba una libreta en la que iba tomando apuntes.
Le hubiera gustado nacer en el siglo XIX, haber sido uno de los hombres que ayudó a abrir montañas para dar paso a los caminos, o arriero de esos que andaban en largas travesías por laderas, picos y valles.
Se sentía orgulloso de conocer su país de norte a sur y de oriente a occidente. “Viajé por ríos y montañas. Solo me acompañaban las constelaciones que me servían de guía”, decía. Amaba las estrellas. La astronomía fue una de sus grandes pasiones. Ya viejo aprendió a usar Internet; dedicaba largas jornadas a navegar por el ciberespacio.
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