—Comandante... Seré breve e iré directo al grano. Hoy, la fiscalía probará, sin lugar a dudas, que los tres acusados desobedecieron una orden directa de la Comandancia, como era cruzar la frontera para satisfacer sus vanos deseos de aventura e irresponsables también, porque pusieron en grave riesgo el Tratado de Paz con nuestros vecinos. Pediremos que se los castigue con el mayor peso de la ley militar que es la prisión y, con anterioridad, que sean degradados. Eso es todo.
Un escalofrío corrió por la espalda de más de uno.
—Puede sentarse, teniente. Como son tres los acusados, no se permitirán discursos, serán breves. Teniente Ajmátov, como defensor del soldado Mijail Alekséyev, ¿cómo se declara su acusado?
—Inocente, comandante. Mi defendido ha hecho una declaración escrita para presentarla ante este Consejo y agilizar el trámite.
—Bien. La tomaremos y le remitiremos una copia al fiscal. Defensor del soldado Boris Vladimirovich Yacóvich...
Un teniente muy joven se puso de pie. Boris lo miró de reojo y calculó que había salido de la Academia de Oficiales en forma muy reciente. Casi sintió envidia, no por el cargo y el uniforme elegante, sino por la juventud de ese muchacho.
—Comandante.
—¿Cómo se declara su defendido, teniente Tretiakov?
—Inocente, comandante. Estamos preparando una declaración escrita, pero todavía no la hemos terminado.
—Dejaremos la declaración de su defendido para más adelante para darle tiempo, teniente Tretiakov. —Luego se dirigió hacia Mashkov.
—Teniente Mashkov.
El teniente Mashkov era un hombre maduro que había pasado casi la totalidad de su vida militar detrás de un escritorio debido a un accidente mientras aprendían cómo desactivar minas antipersonales. ¿Un descuido o solo un accidente muy probable debido a lo peligroso del oficio? Todos los oficiales iban a aprender en campo cómo detectar y desactivar una mina personal. Ese trabajo peligroso y muchas veces mortal lo hacían los zapadores, pero era un estilo de formación, que todos los oficiales y soldados aprendieran todos los oficios de la guerra para el caso en que alguno pudiera estar herido o muerto y alguien tuviera que ocupar su lugar. Un joven y talentoso teniente, Vladimir Mashkov, había descendido del camión que los había llevado al sitio de entrenamiento y había pisado una mina antipersonal que solo le voló el pie completo y parte de su tibia, peroné y uno de los ligamentos cruzados de su rodilla izquierda. Los cirujanos se esmeraron en recuperar lo que pudieron, pero su destino era inevitable: una baja honrosa y una mísera pensión vitalicia. Les rogó a los comandantes que le dejaran seguir en el Ejército en tareas de escritorio. Entonces alguien le habló de la abogacía y de la necesidad de oficiales bien preparados para tratar casos de insubordinación o indisciplina militar. Caminaba con mucha dificultad y le costaba ponerse de pie. Aún no se había acostumbrado a su nuevo pie de titanio.
—Sí, señor. Mi defendido se declara inocente de todos los cargos.
—Entiendo, teniente, puesto que el cabo Andrei Andreiovich Solovióv era el líder del grupo, tomaremos su declaración primero. Cabo.
Andrei se puso de pie, pidió la palabra y dio su versión de los hechos.
—¿Pretende hacerme creer que fue ese anciano el que le disparó a los guardias? ¿Y con un Mauser de 1909?
—Es la verdad, comandante.
El comandante Ivanov lo miró unos instantes y luego concentró la vista en el expediente donde, entre otras cosas, estaba el primer informe del grupo.
—Bien, señores. Este Consejo se retira a deliberar. Quiero todas las declaraciones escritas para cuando regresemos, ¿está claro, oficiales?
—¡Sí, señor! —respondieron a coro.
Todos se pusieron de pie y cada uno de los acusados fue trasladado a una celda provisoria individual por dos guardias. Tenían prohibido dialogar entre ellos, para evitar que se pusieran de acuerdo en los testimonios. Mijail aprovechó para tenderse contra la pared y fumar un cigarrillo; tal vez se tranquilizaría. Boris hizo lo mismo sin dejar de mirar el techo de su celda como si quisiera ver, como en una pantalla de cine, a ese Boris tan joven como el teniente que lo estaba defendiendo. Andrei se tiró en la cama helada y dura y cruzó sus manos detrás de su nuca. Por las minúsculas ventanas que daban al exterior podían escuchar los ruidos de los transportes y alguna que otra broma entre los soldados. Ellos, sus hombres y él estarían allá afuera, tal vez regresando de su turno o entrando a tomar servicio si no hubieran querido hacer lo correcto, defender a un ciudadano cuando les pedía ayuda. Una media hora después estaban de regreso en la sala.
El comandante leyó las declaraciones de los dos acusados que faltaban y le dio la palabra al fiscal.
—Comandante, en mi rol de fiscal por nuestro ejército y después de haber leído las declaraciones de los soldados, he llegado a la conclusión de que se actuó sin pedir nuevas órdenes a la Comandancia, quiero pedir la máxima pena de nuestra ley militar para el líder del grupo o sea 7 años en una prisión militar y que sea degradado.
Pasado el tiempo se le dio la oportunidad al teniente Mashkov, pero su alegato no logró convencer a nadie y menos al comandante Ivanov.
—Mi defendido actuó con rapidez para proteger la vida de un ciudadano de este país. La prueba está en que los guardias dispararon primero a la mula de este hombre y él debió defenderse. Solo que después la superioridad de medios se hizo muy notoria y debió pedir ayuda.
—No debieron cruzar nunca la frontera... —interrumpió el fiscal.
—Teniente, tendrá su espacio cuando corresponda. Continúe, teniente Mashkov.
—Pedimos que los cargos contra mi defendido sean levantados.
—Puede sentarse, teniente —le dijo el comandante sin levantar un poco la vista. Se hizo un corto, pero molesto silencio—. Tengo las declaraciones de todos los acusados y como comandante y juez de este Consejo de Guerra extraordinario... condeno, al cabo Andrei Andreiovich Solovióv a la pena de 7 años a cumplir en una prisión militar. Además, le será quitado su rango. Los demás acusados, Mijail Alekséyev y Boris Vladimirovich Yacóvich, serán condenados a un año en prisión. Es todo lo que tiene que decir este Consejo de Guerra. El juicio ha terminado.
Todos se pusieron de pie. Andrei miraba el suelo, su carrera militar había terminado y no de la manera más agradable. Aunque era mejor pensar, porque no podía decirlo, pensar que “la habían” terminado los políticos de la Capital en una jugada de tantas y los comandantes ansiosos de congraciarse con ellos. Todos habían olvidado para qué rayos estaba el Ejército, pero al menos él no. Tal vez hasta tenían razón en algo; él era el líder del grupo y debía asumir toda la responsabilidad, en eso estaba de acuerdo. El teniente Mashkov le tocó el hombro y le ofreció su mano.
—Lo siento, Andrei.
—Era de esperarse.
La estrechó con fuerza. Lo condujeron a su celda provisoria y a eso de las 20 horas le llevaron la cena; un poco de carne, papas hervidas, caldo y pan. A las 22 en punto se apagaron las luces y el excabo Andrei quedó a solas en medio de la oscuridad con sus pensamientos...
Había terminado. Se dijo, mientras se daba vuelta en la cama helada de su celda, que al fin todo había terminado. Lo que le esperaba era mucho peor. La deshonra, y los trabajos forzados en la prisión; porque nadie en las prisiones militares estaba ocioso. Desde que el ministro de Defensa, Iván “el Terrible”, como se sabía que lo llamaban en voz baja, había llegado al mando, los presos militares trabajaban de sol a sol en tareas como construir caminos, moler piedras para abrir pasos en las montañas para las nuevas carreteras, con las que el gobierno pensaba modernizar el país.
Читать дальше