Todo eso era verdad, pero era la verdad “no oficial”. La oficial era que tenía la preparación y la seguridad para mantener la zona de la frontera con aspecto de la civilización que estaba a cientos de kilómetros de allí. Y eso incluía una mano dura con la disciplina de sus soldados y oficiales.
Cuando leyó el informe que el cabo Solovióv le presentó, su cara pasó del color natural de un hombre al de la lava de un volcán. Estuvo a punto de estallar con insultos y todo tipo de improperios a esos tres hombres, pero decidió consultar con el superior, el comandante regional y hacerlo por teléfono.
—Comandante Ivanov, mi secretario me ha dicho que era urgente —dijo mientras llevaba hacia atrás la cabeza en su silla giratoria.
—Así es, comandante, lamento molestarlo en medio de sus actividades, pero quiero su consejo ante una situación muy delicada que se ha presentado con un grupo de mis hombres.
—Lo escucho.
—Hoy, un grupo de guardias cruzaron la frontera para rescatar a un aldeano, un granjero que había ido a buscar agua para sus animales. En el trayecto se toparon con una patrulla del enemigo y hubo un intercambio de disparos. Uno de los soldados del otro grupo resultó herido.
—Interesante... ¿Y su problema es?
—Mi primera intención fue someterlos a consejo de guerra, degradarlos y condenarlos, pero me pareció muy... duro, por eso quiero su ayuda, su consejo.
El comandante caminó hasta la ventana de su despacho donde podía ver a un grupo de jardineros cortar las malas hierbas del jardín central del Ministerio. Le preocupaba que las flores que estaban plantando sufrieran mucho el calor y amanecieran marchitas. Los colores habían sido elegidos de tal manera que formaban la bandera del país y el último color era el preferido del señor presidente.
—¿Comandante?, ¿está ahí?
—Aquí estoy, comandante Ivanov. Mi consejo es que releve de sus tareas habituales a los hombres implicados en el incidente y espere hasta que haya un comunicado del Ministerio de Relaciones Exteriores sobre el hecho. No olvidemos que estamos negociando un tratado de paz con ellos, nuestros vecinos y esto podría... echarlo todo a perder.
—¿Relevarlos por cuánto tiempo?
—El tiempo que sea necesario, comandante. Desobedecieron una orden de no cruzar la frontera cualquiera fuera la causa y ahora deben pagar las consecuencias de sus actos. Son soldados, lo entenderán. Deben entenderlo.
—Lo he comprendido, comandante.
—Si eso es todo...
—Lo es.
—Entonces estamos en contacto. Ya sabe que puede contar conmigo para lo que necesite.
—Gracias, señor.
—Hasta luego, comandante.
—Hasta luego.
Los tres hombres esperaban afuera y se pusieron de pie cuando el comandante salió.
—Dejarán sus armas y se presentarán con el sargento Lébedev, de inmediato. Eso es todo, señores.
Todos se cuadraron y salieron por el pasillo hasta llegar al exterior. Se detuvieron, afuera un viento que venía del desierto envolvía el movimiento cotidiano del destacamento, los hombres, los distintos vehículos en nubes enormes de polvo que pretendían hacerlos desaparecer y uno de ellos murmuró:
—La hicimos buena: Lébedev es el carcelero.
—Cállate, Mijail. Si nos someten a Consejo de Guerra diremos nuestra verdad.
—¿Y de qué... porquería... nos ha servido la verdad hoy, eh? Nos mandan a la cárcel. Estaremos ahí hasta que el sol salga por el norte esperando un juicio.
—Lo que te quiere decir Andrei es que hicimos lo correcto —aclaró Boris, siempre tratando de hacerle entender al cascarrabias de Mijail.
—Lo correcto, lo correcto... —protestó Mijail—. Lo correcto hubiera sido que hubiéramos llamado al destacamento y ellos hubieran decidido qué hacer.
—Y hubieran dejado que los guardias mataran al viejo, como hicieron con su mula. Salvamos una vida, la vida de un granjero que con sus impuestos paga nuestro salario.
Caminaron unos pasos sin mucho interés por llegar.
—Si pudiera escapar... lo haría —comentó Mijail.
—Pero no puedes... ni tú, ni yo. Entremos —dijo Andrei.
Y el Alto Mando enemigo hizo su primera declaración. Era una oportunidad increíble de mostrar ante su pueblo que estaban librando una dura batalla, antesala de una posible guerra de dominación por parte de sus vecinos. Una dura batalla que haría olvidar los distintos hechos de corrupción, el hambre y las necesidades del pueblo sustituyéndolas por el patriotismo que un conflicto armado despierta en cada ciudadano, en cada joven que no sabe lo que es tomar las armas, pero lo siente como un deber, el deber de proteger a la patria. Por el canal oficial, un viejo locutor con la bandera detrás y la música del himno leyó la noticia a todo el país:
Hoy, una partida de nuestros valerosos hombres que custodian nuestra frontera resistieron la agresión de tres enemigos que invadieron nuestro territorio y los atacaron cerca de la laguna del Cisne. Uno de nuestros compatriotas resultó herido y fue trasladado en helicóptero hasta el Hospital más cercano, pero ya está fuera de peligro. El presidente Alexandr Gólubev ha ordenado la condecoración de nuestros hombres y se ha comunicado con su par, el presidente Kamil Bogdánov para manifestarle su preocupación por hechos de esta naturaleza que pueden hacer peligrar el proceso de paz.
Acto seguido habló de los resultados de la Copa Davis donde por vigésimo año consecutivo el equipo del país no figuraba clasificado y de la cantante Ana Burlova, que estrenaba su nuevo videoclip filmado en las montañas más altas de la región con un gran presupuesto, y estaba a punto de seguir con las novedades del espectáculo internacional cuando dijo:
—Interrumpimos las noticias internacionales para leer un comunicado del Ministerio de Relaciones Exteriores del país vecino, dice así:
El presidente Kamil Bogdánov ha lamentado el incidente entre guardias de los dos países. El tratado de paz sigue vigente y con más fuerza que nunca mientras que los responsables serán castigados, con todo el peso de la ley militar. Nunca antes, los deseos de paz y prosperidad de ambos pueblos han sido defendidos con tanta convicción por la máxima autoridad del país.
Dos días después, ante un Consejo de Guerra centrado en la figura del comandante Ivanov, desfilaban los tres soldados “agresores”, acompañados por un oficial abogado nombrado por la Comandancia para cada uno.
—Todos de pie. El comandante Ivanov preside este Consejo de Guerra.
Todos, acusados, defensores y el fiscal se pusieron de pie.
—Pueden tomar asiento —dijo el comandante—. Bien. Oficiales defensores, soldados, estamos aquí para juzgar la conducta de estos tres hombres, si se excedieron en sus funciones, si desobedecieron órdenes de la Comandancia o si solo se trató de un mal entendido. Primero será el turno del señor fiscal, el teniente coronel Vasily Gurdienko.
El teniente coronel Vasily Gurdienko era un hombre al que le agradaba tanto la disciplina como un buen cigarro, y como todo amante y conocedor de los placeres del tabaco, sabía que un incidente, como el de los guardias de la frontera había que tomárselo con calma y, en el final, imprimir un duro y ejemplificador castigo que hiciera que los demás insubordinados o los futuros lo pensaran más de una vez a la hora de desobedecer una orden. Había sido campeón de lucha libre en el pasado, por lo tanto tenía el cuerpo moldeado como una máquina de pelear, dura y llena de músculos que ahora dormían o simulaban hacerlo. Usaba lentes permanentes que ocultaban un poco sus ojos que, de por sí, eran pequeños, unas extrañas piedras azules perdidas en su órbitas. Su nariz era gruesa, con uno que otro vestigio de viejas cicatrices. Debajo de esa línea, apenas perceptible que era su boca, aparecía el mentón duro como una roca de los acantilados. El teniente Gurdienko se tomaba muy en serio su trabajo; esa mañana vestía su uniforme de fajina, como si les dijera a todos que aquello era un combate y había que estar vestido de acuerdo a la ocasión. Solo faltaba su arma, una Makarov 9 mm que por estrictas medidas judiciales no podía portar en una Corte del Ejército.
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