Red de alimentos - Nada Sobra, Carlos Ingham

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Hace diecisiete años Carlos Ingham quiso crear el primer banco de alimentos en Chile. La motivación era una: evitar la destrucción de bienes que pueden ser usados o consumidos por personas que los necesitan. Pero el camino para lograrlo estuvo lleno de obstáculos, desde una ley que no daba cabida a la donación de alimentos, hasta una sociedad que cerraba los ojos ante el hambre de miles de personas. Hizo falta mucho esfuerzo, dedicación y el compromiso de un grupo de personas que no descansaron ante la convicción de que nada sobra, y que el sueño de acabar con el hambre en Chile es un objetivo alcanzable.
Este libro hace memoria y recuerda el camino recorrido desde el primer día.

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En ese entonces, la sociedad chilena parecía no estar preparada para acoger acciones de apoyo social que ya eran norma en los países más desarrollados. De hecho, si uno mira las memorias anuales de las grandes empresas en Chile a comienzos del siglo XXI, muy pocas hablan de Responsabilidad Social Empresarial (RSE). Y cuando se mencionaba el tema era porque aparecía la fotografía de algún gerente junto a un(a) religioso(a) en un evento de beneficencia esporádico. El concepto aún no se entendía bien y, por esos años, su uso era casi cosmético. Incluso, algún empresario manifestaba abiertamente que su labor social era dar trabajo.

No fue hasta después del escándalo de corrupción en La Polar, la aparición del ranking de transparencia corporativa, el levantamiento de la sostenibilidad como tema social de cargo de las corporaciones y la presión de los jóvenes por el cambio climático y las problemáticas sociales, que la sensibilidad por estas materias hizo mayor eco en ejecutivos, directores y accionistas de las grandes empresas.

A pesar del diagnóstico poco auspicioso, Calú no se resignaba: ¿Cómo algo que es evidentemente beneficioso para los más necesitados –y además es de todo sentido– no se permite y ¡nadie hace nada al respecto!? Esto le molestaba, pero a la vez lo estimulaba a dar la pelea. La ética luterana-sueca que le inculcaron desde niño, aquella según la cual “lo que uno empieza, lo termina y bien”, se hacía presente en cada una de las células de su cuerpo. Así que, sin importar el tiempo ni los esfuerzos, sabía que necesitaba encontrar la manera de que se modificara la famosa norma tributaria.

Odisea 2005

Una luz de esperanza se abrió recién a fines de septiembre de 2005, cuando Calú recibió una llamada telefónica.

–¿Calú, te interesaría ir a Nueva York con el Presidente? Así le podrías presentar al presidente Lagos al CEO de JP Morgan –decía Karen Poniachik, vicepresidenta del Comité de Inversiones Extranjeras, quien estaba al otro lado del teléfono.

–Sí, claro, por supuesto, Karen. Decime cómo y cuándo, y ahí estaré –respondió Calú.

–Salimos el jueves 6 de madrugada, en el avión presidencial. No es nada fancy (te advierto), es como ir en turista. Y regresamos a la noche siguiente.

–Viajé mucho en turista. No tengo problema con eso.

–Estupendo. Al presidente Lagos le va a hacer un homenaje el Council of the Americas, en Nueva York. Ahí van a estar todos, entre otros, Rockefeller y tu CEO de JP Morgan para Latinoamérica.

–Ah, pero qué fantástico, ¡che! –dijo Calú, mientras pensaba “Lagos… esta es LA oportunidad”.

–¡Ah! Una cosa más. Tienes que llevar esmoquin –le dijo Karen–. La ceremonia es súper formal.

–Por supuesto, Karen. No hay problema –dijo Calú.

El día del viaje, cuando Calú se subió al avión, había poca gente: prensa acreditada, Karen Poniachik, el doctor de la presidencia José Miguel Puccio y el director de la Agencia de Cooperación Internacional Marcelo Rozas, una persona de seguridad, Luisa Durán y Ricardo Lagos. Calú buscó su asiento y se acomodó. De inmediato comenzaron las conversaciones de pasillo, nada importante.

Una vez que el avión se estabilizó en el aire, el presidente Lagos invitó a Calú a cenar.

Mientras disfrutaban la comida, y con ese desenfado propio de los argentinos, Calú le pidió permiso al mandatario para interrumpirlo con un tema importante. En un breve pero entusiasta discurso, le explicó el proyecto y los problemas que estaba enfrentando.

–Mire qué interesante lo que usted plantea, mi amigo. No sabía que se destruían los alimentos en Chile –dijo Lagos.

–Es terrible. Quizás usted podría gestionar un cambio, Presidente –le sugirió Calú.

–Algo hice una vez con el SII y unas obras de arte. Pero ahora, que en seis meses se acaba mi gobierno, no creo que alcancemos.

Calú lo miró sin saber muy bien qué decir. En eso alguien le hizo una pregunta al Presidente y el tema se fue para otro lado. La cena y la conversación se devoraron las siguientes dos horas, luego de lo cual la señora Luisa se disculpó y se fue a dormir. La sobremesa con Marcelo Rozas, José Miguel Puccio y el presidente Lagos fue más distendida gracias a las anécdotas y el acostumbrado buen humor del Ciudadano Lagos.

Después, todos se fueron a sus asientos y trataron de dormir. Por la mañana, el servicio secreto de EE. UU. había instalado tres camionetas en la losa de JFK junto al avión. De ahí salieron con escolta policial hacia NYC. Esa mañana, Ricardo Lagos fue –acompañado de Calú y Karen Poniachik– a conocer al CEO del banco de inversión de JP Morgan.

A las 18:00 horas en punto llegaron al 680 de Park Avenue, sede del Council of the Americas. La ceremonia transcurrió como cualquier otra gala para los estadounidenses, pero era algo muy especial para la delegación chilena. Lagos iba a recibir un reconocimiento de manos de David Rockefeller10. Incluso se leyó una carta enviada por Fernando Henrique Cardoso, expresidente de Brasil11.

Calú disfrutó la velada. Al rato, todos partieron directamente de regreso al avión. Y justo cuando Calú iba hacia su asiento, el Presidente –quien ya se encontraba sentado revisando unos apuntes en su escritorio– le dijo:

–Use mi dormitorio para cambiarse. Irá más cómodo con otra ropa.

–Se lo agradezco, Presidente –le dijo Calú.

Minutos después, cuando Calú salió del dormitorio que se transforma en comedor, Lagos terminaba el discurso que daría al otro día en Tocopilla.

–Oiga, Calú ¿y no quiere abrir una sede del JP Morgan en Antofagasta? –le dijo Lagos entre sonrisas.

Y así, la primera parada del avión fue en Antofagasta. Calú agradeció al mandatario, pero no acompañó a la comitiva en esa escala. Luego de aterrizar en la ciudad nortina, tomó el primer avión disponible a la capital.

***

Durante su administración, el presidente Lagos había hecho las gestiones para que –a solicitud de Julio María Sanguinetti, expresidente de Uruguay– el Sr. Harry Recanati, exdueño de bancos en Inglaterra, Suiza y Francia, pudiera traer colecciones itinerantes al Mueso Ralli de Santiago (fundado en 1992), para rotarla con las de los otros muesos Ralli (Punta del Este, Uruguay, 1988; Cesarea, 1993, cerca de Tel Aviv, en Israel; y Marbella, España 2000)12. Su objetivo era tener una colección itinerante durante cinco años que circulara entre los museos, además de la colección permanente que cada uno alberga. Pero para ello tenía que pagar aranceles por la internación de bienes, lo cual hacía inviable incluir a nuestro país en el circuito.

En Chile, la ley tributaria permite la “internación transitoria de bienes”, como equipos, aparatos, luces, películas para emisión en cines, obras de arte, entre otros, pero solo por seis meses. Al cabo de ese lapso, se debe pagar el derecho aduanero y el IVA correspondiente.

La solicitud del expresidente Sanguinetti era que se extendiera el plazo de seis meses a cinco años para las obras de arte. En caso contrario, el museo no podría traer esas colecciones a Santiago. Al entonces presidente Ricardo Lagos le pareció razonable la solicitud e inició conversaciones con el SII para ver cómo se podía resolver esto. Hasta que finalmente se hizo el cambio de normativa hacia el final de su administración.

En el caso del banco de alimentos, el presidente Lagos no alcanzó a hacer nada. Aunque en realidad sí lo hizo, pero fue bastante después, en 2015.

Odisea 2006

En cuanto asumió el nuevo gobierno, esta vez dirigido por la primera mujer presidenta en Chile, Michelle Bachelet, Calú se animó a volver a la carga, para lo cual estuvo dispuesto a quemar uno de sus últimos cartuchos.

Su socio, Tim Purcell, es amigo de Andrés Velasco. Así que, sin pensarlo demasiado, le pidió que lo contactara con el nuevo ministro de Hacienda.

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