Red de alimentos - Nada Sobra, Carlos Ingham

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Hace diecisiete años Carlos Ingham quiso crear el primer banco de alimentos en Chile. La motivación era una: evitar la destrucción de bienes que pueden ser usados o consumidos por personas que los necesitan. Pero el camino para lograrlo estuvo lleno de obstáculos, desde una ley que no daba cabida a la donación de alimentos, hasta una sociedad que cerraba los ojos ante el hambre de miles de personas. Hizo falta mucho esfuerzo, dedicación y el compromiso de un grupo de personas que no descansaron ante la convicción de que nada sobra, y que el sueño de acabar con el hambre en Chile es un objetivo alcanzable.
Este libro hace memoria y recuerda el camino recorrido desde el primer día.

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Para 2003, Chile llevaba trece años desde que había recuperado la democracia. La década del noventa había sido el decenio más exitoso de la historia del país. Esto lo demuestran todos los indicadores económicos, como el aumento del ingreso per cápita y la disminución de la pobreza. Así fue como nos autodenominamos “los jaguares de América Latina”. La vanidad es siempre una mala consejera, ya que impide ver la realidad en su integridad y solo se centra en fragmentos de ella.

Este apodo surgió de la elite empresarial que veía con gran optimismo el boom económico y lo comparaba con el de los cuatro tigres asiáticos –Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur–, los que se encontraban en una etapa de gran crecimiento e industrialización. Embriagados por el éxito de las macrocifras y los promedios, las prioridades eran otras y así surgían este tipo de comparaciones que nos ilusionaban en transformarnos en un país desarrollado, algo inédito en la historia sudamericana.

Efectivamente, habíamos pasado de tener un 38,6% de personas que vivían en situación de pobreza en 1990 a un 18,7% en 2003. Fue un tremendo avance que logramos entre todos como país y que fuimos mejorando año tras año. Pero cerca de un quinto de la población aún vivía bajo el umbral de la pobreza. Y quienes se encuentran en esta situación no solamente tienen un pequeño monto de dinero para vivir –o sobrevivir–, sino que también están expuestos al hambre, la malnutrición, a un acceso limitado a servicios básicos y a la falta de una vivienda digna, entre otros flagelos.

Ese “quinto de la población” no era un simple número, no era una mera estadística. Eran miles de personas, sus familias y sus comunidades, que sufrían y estaban a la espera de que este país pujante, este jaguar de América Latina, les diera una oportunidad para salir de la pobreza. Algunos lo lograron, pero muchos otros siguen aguardando. De la misma forma, hoy, persisten quienes creen que en Chile no hay hambre.

Por eso fue tan importante la perseverancia y el compromiso para concretar el sueño de crear el primer banco de alimentos en nuestro país. Un modelo que existe desde los años sesenta en Estados Unidos y que se fue extendiendo por todo el mundo, pero que en Chile recién comenzó a funcionar en 2010. Ha pasado una década y las siguientes páginas son el testimonio del gran trabajo y avance realizado por la Red de Alimentos.

El hambre y la malnutrición son problemas de los cuales tenemos que seguir haciéndonos cargo de forma sistemática. El contexto de la pandemia sirvió para visibilizar con mayor fuerza la realidad de las ollas comunes y comedores sociales, que empezaron a proliferar con la crisis sanitaria y económica que azota al país. No obstante, su existencia venía desde mucho tiempo atrás. Por lo mismo, la labor que cumple esta corporación es fundamental. Y no solo por la causa que la sostiene, sino también por su capacidad de tender amplias redes entre las comunidades, sus organizaciones sociales y las empresas privadas.

En este sentido, Chile hoy posee un importante músculo que ha desarrollado con los años. Se trata de la sociedad civil organizada en su conjunto, cada vez más activa y participativa, que ha tomado diversos espacios para aportar y contribuir a un mejor país. Una sociedad civil que saca a relucir toda la solidaridad en los momentos más complejos, cuando Chile se ve azotado por catástrofes naturales como terremotos, aluviones o inundaciones, pero que también sigue trabajando en tiempos de relativa normalidad.

Complementario a eso, hay que valorar los avances que ha tenido la empresa privada en desarrollar una mayor conciencia y responsabilidad social. Muchas organizaciones han entendido que su capital financiero tiene que estar vinculado con el capital social que genera a través de la confianza y las acciones concretas. Y para eso hay que involucrarse con las comunidades y los territorios, escuchando, dialogando y colaborando, según las necesidades que surgen de una población determinada y no con planes impuestos a la fuerza.

La Red de Alimentos ha logrado posicionar durante esta década el hambre como un tema que no podemos olvidar en diversas empresas y fundaciones, para llegar a organizaciones que atienden a cientos de miles de beneficiarios, de Arica a Magallanes. En este sentido, la Red no solo ha presentado una causa, sino que también ha logrado establecer una cadena de ayuda sólida. Con trabajo, profesionalismo, transparencia, dedicación y mucho amor, se ha ganado la confianza de las comunidades más excluidas y de sus organizaciones; del sector público y del privado. De esta manera, y tras diez años, la Red de Alimentos tiene un papel preponderante.

Hoy, cuando en Chile estamos discutiendo construir un nuevo pacto social que marcará el futuro de las próximas generaciones, es de suma importancia impulsar y fortalecer en nuestro tejido social organizaciones como la Red de Alimentos, que impacta de forma positiva, colaborativa y solidaria al país. Esta hermosa nación la construimos entre todas y todos, y la Red de Alimentos es un ejemplo de lo bien que nos hace trabajar por el bien común y concretar un sueño que sí es posible de alcanzar: que cada persona que nazca en Chile pueda recibir el alimento necesario para un desarrollo pleno y feliz.

Benito Baranda

Santiago, septiembre de 2020

Cita a ciegas Corría abril de 2003 y Carlos Ingham conocido por todos como - фото 2 Cita a ciegas Corría abril de 2003 y Carlos Ingham conocido por todos como - фото 3

Cita a ciegas

Corría abril de 2003 y Carlos Ingham, conocido por todos como Calú, acababa de llegar de Argentina, donde gracias a la casual invitación de un amigo a una cena de beneficencia, descubrió un nuevo giro donde aplicar su experiencia laboral y de vida. El evento conmemoraba el segundo aniversario del Banco de Alimentos de Buenos Aires y las más de 1.200 personas congregadas en el recinto ferial de La Rural evidenciaban que el proyecto ya era todo un éxito. En esa cena Calú conoció a Steve Camilli1, uno de los fundadores de la Red Argentina de Bancos de Alimentos.

–Steve, estoy muy impresionado con este proyecto, ¿te puedo llamar después para que me cuentes cómo lo hicieron acá? Quiero hacer esto mismo en Chile –le dijo Calú.

Para colmo de coincidencias y motivaciones, en esa época el director ejecutivo de este banco de alimentos era Alan Manoukian2, quien había sido compañero de colegio de Calú.

Después de esta cena, el entusiasmo se apoderó de él de inmediato. “Esto lo armo en Chile en dos patadas, conozco a todo el mundo…”, pensó. La lógica económica del problema le pareció evidente: por un lado, hay personas que pasan hambre a diario y, por el otro, hay tanto alimento que se desperdicia. “Solo hay que juntar las dos puntas”.

Un par de semanas más tarde, Carlos se reunió en Santiago con Horacio Parga, uno de los fundadores del Banco de Alimentos de Córdoba (Argentina). Lo había invitado para que lo acompañara a una reunión en la cual había convocado a algunos de los ejecutivos más importantes de la industria alimenticia chilena y en la que también había incluido –vía telefónica– a Steve Camilli desde Buenos Aires.

–Calú, ya están todos. Te están esperando –le dijo su secretaria.

–¡Excelente, Jeanette! Llama a Steve y pasa la llamada a la sala de reuniones para ponerlo por el altavoz.

–Altiro.

Carlos se levantó del sofá en el que estaba conversando con Parga y juntos se dirigieron a la sala de reuniones de JP Morgan.

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