Los hospitales veterinarios del Reino Zopilote se habían saturado al tener que atender dolencias inespecíficas de muchos unicornios. Aunque aparentemente estaban sanos, presentaban dolores, inflamaciones, malas digestiones, cuadros y síndromes que los etólogos denominaban psicosomáticos . Cada vez había más unicornios tristes, incluso deprimidos, con ansiedad, con sensación de vacío y sin encontrar sentido a sus vidas. También padecían notables problemas de relación e interacción. Algunos abusaban y rechazaban a otros unicornios, generalmente a los que eran en algo diferentes. Otros incluso se portaban mal con sus parejas o con sus crías.
El sabio Ocelote los saludó con amabilidad y con la serenidad de quien ha encontrado profundas certezas. Los invitó a sentarse y comenzó a explicarles.
—Sé que ha pasado mucho tiempo desde que me pediste ayuda, querido Rey de los Zopilotes, pero éste era un asunto lo suficientemente importante como para analizarlo con calma —dijo con serenidad el sabio.
—Espero con avidez conocer tus conclusiones y poder ponerlas en práctica lo antes posible para recuperar la salud de mis unicornios.
—En realidad creo que ustedes tienen el conocimiento, así que voy a intentar que entre los tres consigamos que salga a la luz —le respondió el sabio—. Rey Zopilote, ¿puedes contarnos cómo son tus polluelos al nacer y cómo van desarrollándose? —prosiguió.
—¿Nuestros polluelos? ¿Tiene esto algo que ver con los problemas de nuestros unicornios? —preguntó sorprendido.
—Tiene todo que ver. Cuéntanoslo, por favor, y podrás ir averiguándolo por ti mismo —perseveró el sabio Ocelote.
—De acuerdo, te lo explicaré. El primer día de vida de nuestros polluelos es muy difícil para ellos, puesto que nacen indefensos, tienen los ojos abiertos desde el nacimiento y bastante plumón cubriendo su cuerpo, pero ese primer día no pueden percibir ni hacer prácticamente nada. En su segundo día ya pueden ver, son capaces de pedir comida y están alerta ante todo lo que sucede a su alrededor. En su tercer día comienzan a picotear, pueden comer el grano que les dejamos a su lado, ya no necesitan que les metamos la comida dentro del pico. Incluso pueden lavarse por sí mismos. Alrededor de los dos meses de vida, todos los zopilotes han conseguido caminar y salen a explorar por los alrededores de nuestros nidos. Y a los tres, sucede la magia y comienzan a volar.
—Y ¿cómo los cuidan? —preguntó el sabio Ocelote.
—Pues el primer día estamos a su lado todo el tiempo, a ratos los metemos entre nuestras plumas para que nos sientan y se sepan protegidos. Pero ya a partir del segundo día nos alejamos de ellos para que aprendan a valerse por sí mismos. Estamos pendientes de ellos, los vigilamos, pero desde lejos para que no se den cuenta de que estamos.
—Reina Pantera, ¿puedes, ahora tú, contarnos cómo son sus cachorritos al nacer, cómo van desarrollándose y cómo los cuidan? —pidió el sabio.
—Creo que nuestras crías felinas son bien diferentes. Nuestros cachorros nacen ciegos, tardan varias semanas en poder abrir los ojos y meses en poder ver con nitidez. Necesitan un año para aprender todos los movimientos de una pantera adulta. No pueden valerse por sí mismos sino hasta que tienen tres años. Durante ese tiempo necesitan que los alimentemos, que vigilemos por ellos el trozo de selva en el que están para alejarlos de peligros que ellos aún no perciben, que les enseñemos a cazar, a lavarse, que les indiquemos los lugares en los que pueden beber y en los que no, a distinguir entre la hierba que sirve para purgarse y la venenosa. Nos necesitan tanto que, por encima de todo, lo que verdaderamente demandan es saber que estamos ahí a su lado, totalmente disponibles para traerles comida si tienen hambre, para socorrerlos si se caen y no se pueden levantar, para enseñarles lo que, de repente, al darse cuenta de que no conocen, les da miedo. Por todo esto, criamos a nuestros cachorros estando todo el tiempo a su lado y, lo más importante, haciéndoles sentir que estamos a su lado. En el primer año esto requiere mucho trabajo porque hay unos primeros meses en los que no ven, por lo que tenemos que hacerles sentir que estamos a su lado acariciándolos mucho. Cuando ya ven, los siguientes diez meses su cerebro inmaduro no puede comprender que si nos vamos seguimos existiendo y seguimos dedicados a su cuidado, por lo que no podemos separarnos de ellos durante mucho tiempo. Y en los siguientes dos años, los felinos que hayan cuidado a su cachorrito tienen que seguir siendo quienes los cuiden y enseñen, puesto que los cachorros se unen a sus cuidadores emocionalmente de una manera muy fuerte durante ese primer año, los quieren muchísimo. Esto los lleva a sufrir un gran dolor si no sienten que sus primeras figuras de cuidado están disponibles para ellos, para seguir cuidándolos, enseñándolos y acompañándolos la mayor parte del tiempo.
—Ahora respóndame ambos una pregunta: ¿han cuidado a los unicornios de la misma manera en que cuidan a sus propios hijos?
—Sí, claro —respondieron al unísono.
—Veo que en los dos reinos han puesto el mismo amor y preocupación por el cuidado de los unicornios. Pero en cada reino lo han hecho de un modo muy distinto, y claramente se comprueba que uno de ellos no es el adecuado.
—¿En nuestro reino no cuidamos bien a los unicornios, viejo sabio, a pesar de cuidarlos del mismo modo y con el mismo amor que a nuestros hijos? —preguntó algo molesto el Rey Zopilote.
—Así es.
—Pero ¿por qué lo adecuado para nuestros polluelos no lo es para los unicornios?
—Porque, aquí llegan las certezas, los unicornios no se parecen en nada a las aves. Esto es lo que he aprendido bien durante todo este año de investigación. Los unicornios nacen como los felinos, profundamente inmaduros, no pueden satisfacer sus necesidades por sí mismos. Necesitan mucho tiempo para desarrollar las capacidades que, finalmente, les permitirán cuidar de sí mismos, cubrirse sus propias necesidades.
—Pero, sabio Ocelote, si los unicornios son los animales más especiales de todo nuestro mundo, ¿cómo es posible que nazcan más inmaduros que los polluelos zopilotes?
—Precisamente son especiales por esa inmadurez. Gracias a nacer tan inmaduros, pueden aprender posteriormente aquello que exista en el reino en el que les toque vivir. Son máquinas de aprendizaje perfectas. Pero para que el aprendizaje sea infinito es necesario nacer casi en blanco. A que si un zopilote naciera en un estanque de ranas no podría aprender a nadar —apostó el sabio.
—No, no podría —respondió el Rey Zopilote negando con la cabeza.
—Sin embargo, pensemos qué pasó con los unicornios que fueron regalados al reino de los colibríes, ¿lo recuerdan?
—Sí, sí, esos unicornios, cuando se hicieron adultos, construyeron unas alas que adaptaron a su cuerpo y pudieron volar. Se les llamó unicornios Pegaso —dijo la Reina Pantera.
—Pero a esos unicornios los cuidaron aves como nosotros y criaron unicornios sanos —replicó el Rey Zopilote.
—Claro, esos unicornios fueron, efectivamente, cuidados por aves, pero no los criaron como si los unicornios fueran aves. Ésta es otra de las cosas que estudié. Los colibríes me explicaron que ellos averiguaron algo fundamental para cuidar bien a sus unicornios. Descubrieron que, a pesar de dar de comer al unicornio bebé, mantenerlo calentito, fresquito en verano, y protegido de las enfermedades y de los peligros, si no se conseguía hacer sentir a los unicornios que había, al menos, un colibrí disponible para él, para cuidarlo, a pesar, pues, de tener el resto de necesidades cubiertas, los unicornios empezaban a sentir algo que ellos denominan frío emocional .
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