En esta carta, Juan deja claro que la visión que ha tenido no es para él solo, sino también para quienes han de escuchar sus palabras en las siete iglesias y, por extensión, también para nosotros hoy. Por tanto, pasemos a considerar no solamente lo que él «ha visto» (v. 2), sino también lo que nos está invitando a ver con su frase «he aquí» (v. 7).
La gran visión: Apocalipsis 1:9-20
Al igual que varios de los antiguos profetas, el libro que Juan escribe comienza con una gran visión que marca la pauta para toda la obra. Y, también al estilo de aquellos profetas, Juan empieza contando las circunstancias de su visión (cf. por ejemplo Is 6:1 y Ez 1:1-3).
La situación (1:9-11)
9Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la perseverancia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo. 10Estando yo en el Espíritu en el día del Señor oí detrás de mí una gran voz, como de trompeta, 11que decía: «Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea».
Juan se identifica a sí mismo, no sobre la base de un título o autoridad, sino más bien sobre la base de solidaridad con sus lectores. Es su hermano y comparte con ellos «en la tribulación, en el reino y en la perseverancia». Lo que aquí se traduce como «tribulación» también puede entenderse como «persecución». Luego, no está del todo claro si se refiere a que hubiera ya una política general de perseguir a los cristianos, si se trata solamente de una política que se seguía en la provincia de Asia, o si era sencillamente el sufrimiento de todo grupo marginado en la sociedad. En todo caso, no cabe duda de que se trataba de tiempos difíciles para los cristianos.
Es notable el hecho de que junto a la tribulación Juan mencione el reino y la perseverancia. Para la población en general, el reino le pertenecía a Domiciano, y consistía en un orden político en el que Juan y sus lectores no tenían gran importancia. Pero Juan les dice que comparte no solamente la tribulación, sino también el reino (recordemos que en 1:6 Juan ya ha declarado que Cristo les ha hecho «reyes y sacerdotes»). Este reino, al tiempo que ya está presente, está todavía escondido bajo circunstancias de persecución o sufrimiento. Por lo tanto, los creyentes que viven en la tensión entre el sufrimiento y el reino han de responder mediante la perseverancia, hasta que los propósitos de Dios se cumplan. Esto constituye un recordatorio por parte de Juan, no solamente para sus lectores de entonces, sino también para los de hoy, quienes vivimos a partir de la visión gloriosa del reino, pero al mismo tiempo en medio de los sufrimientos y la injusticia del orden presente.
Juan se encontraba en la pequeña y escasamente poblada isla de Patmos «por causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo». No dice exactamente que se tratara de un exilio, pues las palabras del texto pueden interpretarse en el sentido de que había ido a esa isla a predicar. Por otra parte, sería difícil entender por qué Juan, que vivía en una de las provincias más pobladas de todo el Imperio, se puede haber sentido impelido a predicar en Patmos más bien que en algunas de las otras ciudades principales de la región. Además, no hay noticia alguna de una iglesia en Patmos ni en tiempos de Juan ni poco después de él. Por lo tanto, la interpretación más tradicional, que Juan estaba en Patmos como exiliado, parece muy probable.
La afirmación de que estaba «en el Espíritu» quiere decir que estaba en comunión extática con Dios y que por tanto estaba listo para la visión que estaba a punto de venir. La referencia al «día del Señor» fue bastante común en la iglesia antigua como un modo de nombrar el primer día de la semana, día de la resurrección del Señor. Era en ese día que la iglesia se reunía para compartir el pan de la comunión. Luego, no es sorprendente el que tanto de lo que Juan dice se relacione estrechamente con el culto. Puesto que no podía estar presente adorando junto a sus amadas iglesias, tiene una visión que le lleva más allá de la tribulación presente al reino y a su culto celestial. El que le llegara «una gran voz, como de trompeta» se entiende en este contexto, pues a través de todo el Antiguo Testamento la trompeta significa la presencia de Dios en el culto (cf., por ejemplo, Lv 23:24: «Una conmemoración al son de trompetas y una santa convocación»).
Lo que la voz dice marca la pauta para todo el resto del libro: Juan ha de escribir lo que ve y mandárselo «a las siete iglesias que están en Asia», en las ciudades que se mencionan a continuación (sobre estas siete iglesias, tanto colectiva como individualmente, véase el comentario sobre 2:1–3:22).
La visión (1:12-20)
12Me volví para ver la voz que hablaba conmigo. Y vuelto, vi siete candelabros de oro, 13y en medio de los siete candelabros a uno semejante al Hijo del hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y tenía el pecho ceñido con un cinto de oro. 14Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos, como llama de fuego. 15Sus pies eran semejantes al bronce pulido, refulgente como en un horno, y su voz como el estruendo de muchas aguas. 16En su diestra tenía siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos y su rostro era como el sol cuando resplandece con toda su fuerza.
17Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: «No temas. Yo soy el primero y el último, 18el que vive. Estuve muerto, pero vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades. 19Escribe, pues, las cosas que has visto, las que son y las que han de ser después de estas. 20Respecto al misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y de los siete candelabros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candelabros que has visto son las siete iglesias.
Todo este pasaje nos recuerda a Daniel 7:13-14 y 10:5-10 (textos que sería bueno leer ahora como trasfondo a lo que Juan dice). Los siete candelabros, como se le explica a Juan al final de la visión, simbolizan las siete iglesias a las que debe escribir. El hecho de que quien es «semejante al Hijo del hombre» está «en medio de los siete candelabros» quiere decir que el Cristo celestial no es un dueño ausente, sino que está presente entre las iglesias.
La descripción de aquel que ve Juan es majestuosa y sigue el patrón de Daniel 10. Este ser «semejante al Hijo del hombre», lleva las vestimentas típicas de un sumo sacerdote o de alguna persona de gran autoridad. Su cabellera blanca y sus ojos «como llama de fuego» son señales tanto de su gran edad como de su perenne fuerza y autoridad. Sus pies están hechos de una aleación de metal que la RVR traduce como semejante al «bronce pulido». Probablemente esto se refiera a una aleación de alto valor que existía entonces, y que se producía particularmente en Tiatira. Como en Daniel, donde la voz se compara con «el estruendo de una multitud», aquí se compara con «el estruendo de muchas aguas».
Las siete estrellas que este personaje tenía en su diestra son «los ángeles de las siete iglesias», como se le explicará al propio Juan. Se ha discutido mucho acerca de lo que puedan significar estos ángeles (cf. el comentario sobre 2:1). En todo caso, no cabe duda de que al menos esto quiere decir que este personaje tiene las siete iglesias en la mano y por tanto cuida de ellas y tiene poder sobre ellas. La «espada aguda de dos filos» que sale de su boca es una manera bastante común de referirse a la Palabra de Dios, dando a entender que con esa arma basta. Por último, el rostro «como el sol cuando resplandece con toda su fuerza» es la referencia a la gloria divina, que nadie puede ver y, sin embargo, seguir viviendo (Ex 33:20).
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