En el versículo 2, que es todavía parte del título, Juan no nos habla de lo que hizo en el pasado antes de escribir este libro. Podemos dar por sentado que ya se le consideraba profeta antes de su exilio en Patmos. Pero al decir esto debemos recordar que originalmente un «profeta» no era necesariamente quien predecía el futuro, sino cualquier persona que hablara en nombre de Dios. Y lo que entonces se llamaba «profecía» era muy semejante a lo que hoy llamamos «predicación». En otras palabras, si Juan recibía el título de profeta esto no se debería a que anunciara el futuro, sino sencillamente a que la iglesia reconocía que Dios le empleaba para hablarle a ella. Nótese además que hay una especie de cadena en cuanto al modo en que la revelación le llega a Juan, pues es revelación de Dios dada a Jesucristo y luego enviada a Juan por medio de un ángel.
Viene entonces la primera de siete bendiciones que aparecen en el Apocalipsis (además de esta que aparece en 1:3, las otras seis pueden verse en 14:13; 16:15; 19:9; 20:6; 22:7; y 22:14). Esta primera bendición es doble, pues incluye por una parte al que lee y por otra a los que «oyen» y «guardan» lo que aquí se dice. Al bendecir al lector, Juan no se está refiriendo a quien, como nosotros hoy, lee el libro en su casa. El libro todo ha sido escrito para ser leído en voz alta en la congregación de la iglesia. Por tanto, quien en este contexto «lee» es quien lo hace en voz alta en medio de esa congregación. Y las otras personas a quienes el pasaje bendice son quienes le escuchan. Esto es importante, puesto que hay una diferencia entre leer en privado y leer dentro del contexto del culto y la vida de la iglesia. Al tiempo que el estudio de las Escrituras en privado es importante y valioso, esto no debe hacerse en desmedro de la lectura pública en medio de la congregación, puesto que la mayor parte de la Biblia –y ciertamente el Apocalipsis– fue escrita para ser leída a la comunidad de fe reunida para adorar. El Apocalipsis se dirige a esa comunidad como un todo, y por eso es que la mayoría de sus verbos referentes a los creyentes están en plural. En este caso, son quienes «oyen» y «guardan».
El saludo: Apocalipsis 1:4-8
4Juan, a las siete iglesias que están en Asia: Gracia y paz a vosotros de parte del que es y que era y que ha de venir, de los siete espíritus que están delante de su trono, 5y de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos ama, nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre 6y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre, a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén.
7He aquí que viene con las nubes:
Todo ojo lo verá, y los que lo traspasaron;
y todos los linajes de la tierra se lamentarán por causa de él.
Sí, amén.
8«Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin», dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.
Estas líneas son típicas del modo en que comenzaban las cartas en la antigüedad. Hoy empezamos con la fecha, y siguen el nombre y dirección del destinatario, un saludo, el cuerpo de la carta, y por último el nombre y la firma de quien escribe. En tiempos del Nuevo Testamento el orden acostumbrado era muy diferente. Se empezaba diciendo primero quién escribía. Puesto que es probable que al leer este libro usted tenga abierta su Biblia al principio del Apocalipsis, retroceda un poco y notará que el libro que inmediatamente precede al Apocalipsis empieza con la palabra «Judas», el autor de esa epístola. Y el libro que antecede a Judas empieza identificando a su autor como «el anciano». Lo mismo veremos si estudiamos las demás epístolas del Nuevo Testamento, así como la carta que los discípulos reunidos en Jerusalén enviaron en Hechos 15:23.
En ese orden de las cartas de la antigüedad, tras el nombre del autor se mencionaban los destinatarios. Esto puede verse en los mismos ejemplos que acabamos de citar. En el caso del Apocalipsis, los destinatarios son «las siete iglesias que están en Asia». Puesto que el número siete se utiliza repetidamente en este libro, así como en toda la Biblia, para referirse a la perfección o plenitud de algo, bien puede pensarse que las «siete iglesias» no son solamente un modo de dirigirse a siete iglesias particulares, sino también a toda la iglesia. Sabemos que ya en esa época había otras iglesias en Asia, en ciudades cercanas tales como Colosas, Hierápolis y Troas. Pero también es importante recordar que en los próximos dos capítulos Juan se dirigirá específicamente a siete iglesias, enviándoles un mensaje a cada una de ellas. Luego, bien podemos decir que las siete iglesias son a la vez iglesias específicas y símbolo de todo el resto de la iglesia.
También vemos en el resto del Nuevo Testamento que normalmente tras mencionar al destinatario de una carta se le dan saludos, y que esos saludos van seguidos de una doxología. En este caso, la doxología tiene una extraña estructura trinitaria, puesto que Juan les desea a sus destinatarios gracia y paz (1) «de parte del que es y que era y que ha de venir» (2) «de los siete espíritus que están delante de su trono» y (3) «de Jesucristo, el testigo fiel…». La referencia a Dios como «el que es y que era y que ha de venir» parece haber sido relativamente común en círculos judíos, ya que aparece en alguna literatura hebrea de esos tiempos. Lo que sean «los siete espíritus» es más debatible. Posiblemente al emplear el número siete se está dando a entender que la referencia es a la plenitud del Espíritu. Por último, la tercera fuente de gracia y paz es Jesucristo (posiblemente desee usted comparar esto con el saludo típico Paulino, que normalmente les desea a sus destinatarios gracia y paz de Dios y de Jesucristo).
En todo caso, a esta doxología trinitaria le siguen primero un himno de alabanza (v. 7) y luego un mensaje procedente de Dios mismo (v. 8).
En tales doxologías el autor normalmente da algunos indicios de los temas principales de lo que ha de escribir. En este caso resulta importante notar que Juan les dice desde el principio mismo a sus autores que han venido a ser «reyes y sacerdotes para Dios». Esto es una referencia a Éxodo 19:6: «Vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa». Lo que es más, con estas palabras el autor da a entender que quienes escucharán sus palabras pertenecen no ya al Imperio Romano, sino que sirven más bien a Dios, y que ese Dios no es el emperador de Roma ni alguno de los diversos intereses de la sociedad circundante. Por eso es importante notar que en esta doxología es Dios quien tiene «gloria e imperio por los siglos de los siglos».
Tras esta fórmula trinitaria, la doxología pasa a un himno que se introduce con las palabras «He aquí». Juan está a punto de contar sus visiones. Pero al mismo tiempo está invitando a sus lectores a mirar ellos también de tal manera que ellos, como él, puedan ver el venidero triunfo de Jesús y su juicio sobre «todos los linajes de la tierra». Por último, esta doxología introductoria termina con unas palabras que vienen de Dios mismo, quien es «el que es y que era y que ha de venir, como ya se dijo en 1:4, y es además «el Todopoderoso». Este último título era el modo en que las traducciones de la Biblia hebrea al griego traducían el título de «Señor de los ejércitos».
Lo que Dios declara es «Yo soy el Alfa y la Omega». Puesto que estas son la primera y última letras del alfabeto griego, sería como decir hoy «yo soy de la A y la Z». La misma expresión aparece otra vez en 21:6 y 22:13. En este caso, esta palabra final de Dios cierra la doxología que precede al cuerpo del libro mismo.
En breve, el Apocalipsis empieza en forma de carta, y es en verdad una carta dirigida a las «siete iglesias» de Asia. También resulta notable que el libro termina también como terminaría una carta, en 22:21. Luego, aunque que el libro contiene una serie de visiones e himnos, así como siete cartas breves, dirigidas cada una a una de las siete iglesias de Asia, el apocalipsis en su totalidad toma la forma de una epístola más amplia, semejante a las de Pablo.
Читать дальше