Omraam Mikhaël Aïvanhov
La Ciudad celeste
Comentarios del Apocalipsis
Izvor 230-Es
ISBN 2-85566-629-5
Traducción del francés
Tituló original:
approche de la cité céleste
Commentaires de l’Apocalypse
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Principales lugares mencionados en este libro
I
VISITA A PATMOS
Hoy quisiera llevaras conmigo para volver a ver un lugar que cautivó mi corazón, así como el de todos los amigos que me acompañaban. Sí, quisiera llevaras para dar un paseo, muy lejos de aquí, a un lugar bendito llamado Patmos.
Patmos es una isla griega, pero está situada mucho más cerca de Turquía que de Grecia. Sólo es posible llegar hasta ella en barco, y la travesía desde Atenas dura casi trece horas. Sobre el mapa, Patmos es una isla muy pequeña, pero por su importancia espiritual, es una gran isla que nosotros quisimos explorar. Así pues, fuimos a conocer este lugar como si se tratara de una peregrinación, ya que allí vivió san Juan y escribió el Evangelio y el Apocalipsis.
A medida que uno se aproxima a la isla se queda maravillado a la vista de sus casitas, de una blancura inmaculada que resplandece aún más sobre el azul del mar y del cielo. Algunos pequeños pueblos se encuentran situados al borde del mar, otros, como por ejemplo Khora, donde se encuentra el monasterio de san Juan Evangelista con la gruta del Apocalipsis, están situados en las colinas. Alrededor de esta gruta donde san Juan vivió, se han ido construyendo poco a poco, a lo largo de los siglos, los numerosos edificios que forman actualmente el monasterio: la basílica de san Juan el Teólogo,* edificada sobre las ruinas de un templo de Artemisa, una capilla dedicada a san Christodoulos, el fundador del monasterio en el siglo XII, así como otras iglesias, capillas y celdas de monjes, un refectorio, una biblioteca, etc. Es un conjunto impresionante que puede verse desde cualquier lugar de la isla; está rodeado de muros fortificados que datan del siglo XVIII, pues en esta época era necesario protegerse de las frecuentes incursiones de los piratas.
* Nombre dado en griego a san Juan Evangelista.
Tras subir por algunos peldaños esculpidos en la roca, se accede a la única entrada del monasterio. Hay que atravesar corredores, patios interiores y frondosos jardines rodeados de celdas y de capillas; a continuación, después de bajar alrededor de unos treinta peldaños igualmente tallados en la roca, se pasa aún por delante de otras capillas, hasta penetrar por fin en la capilla de santa Ana que comunica con la gruta del Apocalipsis. Esta capilla fue el primer edificio construido. Al darle este nombre, Christodoulos quiso en primer lugar, honrar a santa Ana, la madre de María (madre de Jesús), pero también a la madre del emperador de Bizancio Alexis I Comnenos,* que igualmente se llamaba Ana.
* Fue el emperador Alexis I quién cedió a Christodoulos la posesión de la isla de Palmos.
En cuanto a la gruta del Apocalipsis, no es ni muy grande (pocas personas caben en ella), ni muy alta (alrededor de dos metros). Nos enseñaron un hueco donde, según la tradición, san Juan introducía su cabeza, así como una cruz situada sobre este hueco, que posiblemente él mismo la habría grabado en la roca. Nos mostraron también otra cavidad que debió ser el lugar donde san Juan se apoyaba cuando se levantaba, porque por aquel entonces ya era un hombre muy anciano.
En una parte de la roca que es muy recta y lisa, se distingue como una especie de pupitre donde se dice que Prokhoros, discípulo de san Juan, escribía el Evangelio que éste le dictaba. Sobre la bóveda de la gruta, puede verse una triple hendidura que podría haberse producido por el rayo que apareció en el momento de manifestarse la voz del Apocalipsis, y esta triple hendidura está considerada como un símbolo de la Trinidad. La gruta está también adornada con objetos sagrados e iconos ante los cuales alumbran diversas lámparas, pudiéndose leer fácilmente numerosas inscripciones en griego: “En el principio era el Verbo” y “Es aquí, en Patmos, donde se desarrollaron los acontecimientos”. Incluso esta otra “Este terrible lugar”.
El pope que nos guió durante nuestra visita, nos mostró grandes riquezas por todas partes: manuscritos magníficamente ilustrados, reliquias, iconos, objetos sagrados. Y cuando nos contaba la vida de san Juan según los testimonios de algunos discípulos que él formó aquí, en Patmos, estaba en un estado de inspiración y de exaltación extraordinarios, ni él mismo comprendía lo que le pasaba. Verdaderamente resplandecía.
Yo he visitado dos veces esta gruta para meditar y para reencontrar el espíritu de san Juan. El silencio allí es verdaderamente extraordinario. Después de dos mil años, a pesar de la multitud de personas que han pasado por allí, nada ha podido borrar las huellas fluídicas de san Juan Evangelista. Sentí muchas cosas. Ciertamente es un lugar sagrado, auténticamente puro y divino. Deseo que todos vosotros podáis también visitar esta gruta algún día.
Fue el mismo san Juan quien al comienzo del Apocalipsis reveló la razón por la que se encontraba en Patmos: “Yo, Juan, vuestro hermano, que formó parte al igual que vosotros, de la tribulación, del reino y de la perseverancia en Jesús, permanecí en la isla llamada Patmos debido a la palabra de Dios y al testimonio de Jesús...”
San Juan se encontraba en Efeso durante el reinado de Domiciano, y cuando tuvo lugar la persecución de los cristianos, fue enviado en cautiverio a la isla de Patmos. Le embarcaron completamente encadenado; y su discípulo Prokhoros le acompañó. Cuenta la tradición, que durante la travesía se desencadenó una violenta tempestad. Los marineros lucharon contra las olas tratando de mantener el barco a flote. De pronto, uno de los jóvenes soldados que también formaba parte de la tripulación, cayó al mar. Los pasajeros estaban aterrorizados y el padre del muchacho, desesperado, quería lanzarse al agua para seguir a su hijo en la muerte. Consiguieron retenerle con muchos esfuerzos. En medio de tanta tribulación, únicamente san Juan permanecía impasible, parecía incluso satisfecho. Le hicieron esta pregunta: “¿No te afecta la muerte de este muchacho? ¿No quieres hacer algo para ayudamos?” El les contestó: “¿Por qué no se lo pedís a vuestras divinidades? Ellas pueden salvarle.” Y respondieron: “Hace ya varias horas que les suplicamos, pero sin ningún resultado.” Entonces san Juan se puso a rezar, y algunos minutos después el muchacho reapareció vivo en el mar y fue salvado. Todos quedaron estupefactos. Rodearon a san Juan para agradecerle lo que había hecho y pedirle perdón por haberle encadenado. Le quitaron las cadenas y empezaron a considerarle con respeto.
Una vez llegado a Patmos, san Juan se alojó con la familia de un hombre llamado Myron. Allí, lo primero que hizo fue liberar a los niños de esa familia de los malos espíritus que se habían adueñado de ellos. Y como allí por donde pasaba hacía siempre el bien, su reputación se propagó, y la gente acudía cada vez más a casa de Myron para consultarle. Juan empezó a hablarles de Jesús, de quién fue, de todo lo que él mismo había visto y aprendido cerca de Él. Muchos se convirtieron, dando lugar a que la casa de Myron fuera el primer lugar de reunión de los cristianos.
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