Omraam Mikhaël Aïvanhov
La Balanza cósmica
El número 2
Izvor 237-Es
ISBN 978-84-936717-8-8
Traducción del francés
Tituló original:
La balance cosmique
Le nombre 2
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I
LA BALANZA CÓSMICA – EL NÚMERO 2
I
El 21 de Marzo, el sol entra en el signo de Aries. Es el equinoccio de primavera. Los días y las noches tienen igual duración. Después del reposo del invierno, la naturaleza se despierta: las semillas empiezan a germinar, los brotes aparecen en los árboles. Y mientras el sol prosigue su marcha a través de los signos de Tauro, de Géminis, de Cáncer, de Leo y de Virgo, vemos que la tierra se cubre de hojas, de flores y de frutos. Cuando, el 23 de Septiembre, el sol entra en el signo de Libra, es el equinoccio de otoño. De nuevo, los días y las noches tienen igual duración, pero, en esta época, se efectúa la siega, se recogen los frutos, y la naturaleza entra en reposo. Después de la fase ascendente (de Aries a Virgo), empieza la fase descendente (de Libra a Piscis).
Libra es el séptimo signo del círculo del zodíaco. ¿Por qué hay una balanza en el cielo, y qué nos enseña? En medio de esta sucesión de criaturas vivientes, de seres humanos y de animales, que representa el zodíaco, la balanza es sólo un objeto, y más exactamente todavía, un instrumento para pesar, como si, con sus dos platillos, mantuviese en equilibrio los poderes de la luz y los de las tinieblas, los poderes de la vida y los de la muerte. A Libra, le precede Virgo, una muchacha que lleva unas espigas de trigo, y le sigue Escorpio, animal con un aguijón venenoso que puede matar. Esta oposición está también subrayada por el hecho de que, en Libra mismo, es Venus la que domina, mientras que Saturno está en exaltación. Venus y Saturno, ¡qué asociación! Venus, una joven muchacha que encarna la gracia, los intercambios armoniosos, los placeres, y Saturno, anciano austero, que se complace en la soledad y que, armado con una hoz, siega la vida de las criaturas.
Libra, en el zodíaco, es un reflejo de la Balanza cósmica, este equilibrio de los dos principios opuestos pero complementarios, gracias a los cuales el universo apareció y continúa existiendo.
Está escrito en el primer libro del Zohar: “Ya dos mil años antes de la creación del mundo, las letras estaban ocultas, y el Santo, bendito sea, las contemplaba y se deleitaba con ellas. Cuando quiso crear el mundo, todas las letras, pero en orden inverso, vinieron a presentarse ante Él... De esta manera, Tav, Shin, Resch, Qof, Tsadé, Pe, Ain, Samesch, Nun, Mem... se presentaron, una tras otra, ante el Creador y le expusieron las cualidades que las hacían dignas de ser instrumentos de su creación. Pero Dios no las aceptó. Lamed, Kaf, Iod, Teth, Heth, Zain, Vav, He, Daleth, Ghimel, se presentaron también, y Dios tampoco las aceptó. Finalmente, se presentó la letra Beth, la segunda letra del alfabeto, y Dios le dijo: “Me serviré de ti, efectivamente, para operar la creación del mundo, y tú serás, así, la base de la obra de la creación...” Por eso, las dos primeras palabras del Génesis, “Berechit bara”, empiezan con la letra Beth.
Diréis: “¿Y la letra Aleph? ¿Por qué no la menciona Vd.?” Pues porque Dios le dio a la letra Aleph, un destino especial. “La letra Aleph dice el Zohar, se quedó en su sitio sin presentarse. El Santo, bendito sea, le dijo: “Aleph, Aleph, ¿por qué no te has presentado ante mí como todas las demás letras?” Ella respondió: “Dueño del Universo, viendo que todas las letras se presentaban ante ti inútilmente, ¿por qué iba a presentarme yo también? Luego, cuando vi que ya decidiste darle este don precioso a la letra Beth, comprendí que no es propio del Rey Celestial quitar el don que ha dado a uno de sus servidores para dárselo a otro...” El Santo, bendito sea, le respondió: “¡Oh! Aleph, Aleph, a pesar de que me vaya a servir de la letra Beth para operar la creación del mundo, tú tendrás compensaciones, porque serás la primera de todas las letras, y sólo tendré unidad en ti; tú serás la base de todos los cálculos y de todos los actos hechos en el mundo, y no se sabrá encontrar la unidad en ninguna parte que no sea en la letra Aleph...” Aleph, la primera letra del alfabeto, representa el número 1, la unidad de Dios.
Y puesto que en el alfabeto hebreo las letras representan también a los números, la segunda letra, Beth, corresponde, por tanto, al número 2. Así pues, la creación es la obra del 2. Pero, ¿qué es el 2? Es el 1 polarizado en positivo y negativo, masculino y femenino, activo y pasivo. Desde el momento en que hay manifestación, hay partición, división. Para manifestarse y darse a conocer, el 1 debe dividirse. La unidad es el privilegio de Dios mismo, su dominio exclusivo. Dios, para crear el 1, tuvo que convertirse en 2. En el 1 no puede haber creación, porque no puede haber intercambios. Dios se proyectó, pues, fuera de Sí mismo polarizándose, y el universo nació de la existencia de estos dos polos. El polo positivo ejerce una atracción sobre el polo negativo, e inversamente. Es este mecanismo de acción y de reacción recíproca el que desencadena y mantiene el movimiento de la vida. La detención de este movimiento conllevaría el estancamiento y la muerte, el retorno al estado de indiferenciación primera. Las primeras líneas del libro del Génesis revelan que la creación se operé mediante divisiones sucesivas. El primer día de la creación, Dios separó la luz de las tinieblas. El segundo día, separó las aguas de arriba de las aguas de abajo. El tercer día, separó las aguas de la tierra firme. Y en el otro extremo de la creación, la célula, que es el más pequeño elemento de todo organismo vivo, se reproduce por desdoblamiento, por división en 2.
El 1 es una entidad encerrada en sí misma. Para salir, debe convertirse en 2. En la ciencia de los Iniciados, el 2 no es 1+1, como en aritmética, sino el 1 que, para crear, se ha polarizado en positivo y negativo. Sólo que, para comprender los términos “positivo” y “negativo”, cuando se trata de los dos principios, no hay que darles un significado psicológico o moral (es positivo lo que es bueno, constructivo; y es negativo lo que es malo, destructivo). Hay que interpretarlos acordándose de que estos términos pertenecen, en primer lugar, al vocabulario de las ciencias físicas en donde las dos grandes fuerzas son la electricidad y el magnetismo. En ambos casos, encontramos la polarización en positivo y negativo, es decir, emisivo y receptivo: un enchufe eléctrico tiene dos polos, un imán también. Cuando transponemos estos términos del dominio de las fuerzas de la naturaleza al plano psíquico o espiritual, aplicamos el carácter positivo o emisivo al principio masculino, y el carácter negativo o receptivo al principio femenino.
En el Árbol sefirótico, Hochmah, la sabiduría, es la segunda séfira. El 1, Kether, se divide allí en positivo y negativo. En Hochmah, el nombre de Dios es Iah, que está compuesto de dos letras, Iod (principio masculino) y He (principio femenino) que han engendrado el universo.
A la segunda letra del alfabeto hebreo, Beth, corresponde la segunda carta del Tarot: la Papisa. Entre otros detalles relevantes, descubrimos que lleva en la cabeza una tiara sobre la que hay una media luna cuya forma se parece a la de una balanza, y que está sentada ante dos columnas, entre las que hay tendido un velo. Estas dos columnas representan, simbólicamente, los dos pilares del Templo de Salomón: Yakin y Boaz. A la derecha se levanta Yakin, y a la izquierda Boaz. Uno es azul y el otro rojo, lo que revela su diferencia de naturaleza. En nuestros días, las cartas del Tarot son consideradas, sobre todo, como un juego en el que algunos tratan de leer el futuro. Pero los Iniciados del pasado que las crearon, depositaron en estas cartas una gran parte de su ciencia bajo forma de símbolos. Aquellos que saben interpretar estos símbolos ven abrirse ante ellos un inmenso campo de reflexiones y de descubrimientos.
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