Omraam Mikhaël Aïvanhov
El egregor de la Paloma o el reino de la paz
Izvor 208-Es
ISBN 978-84-939263-5-9
Traducción del francés
Título original:
L’ÉGRÉGORE DE LA COLOMBE OU LE RÈGNE DE LA PAIX
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Cada grupo, cada movimiento religioso, político, artístico, cada país forma un “egregor”. Un egregor es un ser psíquico emanado por una colectividad, formado por los pensamientos, los deseos, los fluidos de todos los miembros que trabajan para el mismo fin. Cada egregor tiene sus colores, sus formas particulares: para Francia, el gallo, para Rusia, el oso, etc. Pero ni el gallo, ni el oso, ni el tigre, ni el dragón van a resolver los problemas de todo el mundo. Frecuentemente, los egregores se oponen en los mundos sutiles – algunos clarividentes ven estos combates de los egregores – y algún tiempo después, estallan las guerras en la tierra entre los humanos... Es necesario, pues, que ahora la humanidad entera forme el egregor de la paloma que aporta la paz.
Omraam Mikhaël Aïvanhov
I
PARA UNA MEJOR COMPRENSIÓN DE LA PAZ
Un día asistí a un debate público sobre la paz. Tomaron la palabra varias personalidades muy cualificadas, instruidas, inteligentes, simpáticas, e incluso divertidas. Gracias a ellas aprendí que la paz es el estado más deseable para toda la humanidad, mientras que la guerra es el peor de los males. Verdaderamente estaba encantado, y me dije: “¡Puesto que, por fin, se ha comprendido lo beneficiosa que es la paz, evidentemente la humanidad se salvará!”
Sin embargo, quería saber de qué manera se iba a instaurar esta paz. Varios oradores expusieron sus proyectos. Uno propuso crear una policía mundial que impidiese a los países luchar entre sí. Lo cual es magnífico, pero, ¿cómo hacerlo? Este proyecto me hizo pensar en la Fábula de La Fontaine, en la que los ratones organizaban una asamblea para encontrar el medio de protegerse del gato. Después de muchas discusiones, el decano de los ratones presentó la siguiente solución: es necesario, decía, atar un cascabel al cuello del gato; de esta forma se le oiría venir de lejos. Esta maravillosa solución fue acogida con aplausos. ¡Desgraciadamente nunca se pudo encontrar un ratón lo suficientemente audaz cómo para atar el cascabel al gato! Lo mismo ocurre para este proyecto de policía mundial. ¿Dónde encontrar una fuerza internacional lo bastante honesta e imparcial para ejercer esta función y, además, cómo imponerla luego a todas las naciones?
Otro orador vino a decir que la paz sólo sería posible a través del federalismo y se extendió en toda clase de teorías en las que, verdaderamente, casi nadie comprendió nada. Un tercero tomó la palabra para acusar al Estado de abusar del poder y de transformar a los ciudadanos en esclavos... Finalmente, después de haber oído a muchos otros oradores, me vi obligado a concluir que la paz no vendría tan pronto, puesto que nadie la comprende e incluso no se sabe realmente lo que es.
Únicamente el punto de vista iniciático puede aportar luz sobre esta cuestión, porque para obtener la paz, hay que poseer un conocimiento profundo del ser humano. Diréis: “¡Oh, al ser humano ya lo conocemos!” No, no se conoce todavía su estructura psíquica con sus distintos cuerpos sutiles, ni sus necesidades definidas, ni sus aspiraciones que hay que satisfacer.1 Y, especialmente, no se conoce al ser humano en la forma que lo hemos presentado con sus dos naturalezas, el yo inferior y el Yo superior, la personalidad y la individualidad...2 Pues bien, hasta que no posean esta ciencia quienes quieren la paz, por más que hagan, la paz no vendrá a la tierra.
De momento vemos que hay mucha gente obstinada en acusarse mutuamente de ser un factor desencadenante de la guerra. De esa forma se imaginan que trabajan en favor de la paz. Para unos, los culpables son los ricos; para otros, son los intelectuales, los políticos o los sabios. Los creyentes acusan a aquellos que no pertenecen a su iglesia de ser heréticos y de llevar a la humanidad por el camino de la perdición, y los incrédulos acusan a los creyentes de fanatismo... Observad y veréis que siempre se trata de suprimir algo exterior a sí mismo, a las cosas o a las personas, y de esta forma cada cual cree poder instaurar la paz en el mundo. Y en eso se equivocan. Aunque se suprimiesen los ejércitos y los cañones, al día siguiente los humanos habrían inventado otros métodos para matarse entre sí. La paz es un estado interno que nunca se conseguirá suprimiendo algo externo. Primeramente hay que suprimir las causas de la guerra dentro de sí.
Veamos un ejemplo muy simple. Un hombre ingiere una copiosa comida a base de salchichas, jamón, pollo, todo ello acompañado con vinos variados. Después de la comida, se dice: “Ahora, voy a buscar un lugar tranquilo para reposar...” Efectivamente, encuentra un lugar tranquilo, pero siente dentro de sí algo que empieza a agitarse. Toma un cigarrillo, fuma, y después se distiende pensando que le gustaría tener junto a él una encantadora mujer. ¿Dónde encontrarla? En casa del vecino, naturalmente. Hay un muro, pero no importa, salta por encima. Ya podéis imaginaros la continuación de la historia... ¡Evidentemente no vale la pena seguir hablando de paz!...
La paz no es un estado que se puede lograr mecánicamente. Si buscáis la paz manteniendo al mismo tiempo en vosotros las condiciones de confusión y de malestar, nunca la encontraréis. La paz es un resultado, una consecuencia, significa que todas las funciones y las actividades interiores y exteriores del hombre están perfectamente armonizadas y equilibradas. Por lo tanto, hay que conocer los medios y los métodos capaces de producir la paz, y esto es toda una ciencia.
Desde el momento en que el hombre mantiene dentro de sí ciertos deseos, ciertas codicias, haga lo que haga, no puede estar en paz, porque a través de esos deseos y esas codicias ya ha introducido en sí el germen del desorden. Tomemos el ejemplo de aquél que ha cometido un robo: automáticamente piensa que alguien le ha podido ver, y no puede dejar de imaginarse todo lo que puede sucederle: le vigilarán, le detendrán, le pondrán en prisión... Nunca estará seguro de no haber sido visto, de no haber dejado algún rastro o de no haber hecho algún movimiento revelador de su acción, y ya no se siente tranquilo: pierde el apetito, el sueño, sólo piensa en esconderse. Otro ha pedido prestado dinero y ha prometido devolverlo, pero como es incapaz de privarse de algo para reunir la suma prestada, no lo devuelve, y helo aquí perseguido por su acreedor, del cual no sabe cómo escapar...
Otro dice algunas palabras duras e hirientes a un amigo, con lo cual se gana un enemigo. ¡Y la paz se esfuma una vez más! Inútil que continúe, se podrían encontrar centenares de ejemplos. Pues sí, las personas demuestran siempre un talento inaudito para perder su paz. Si os persigue una jauría de perros ladrando porque habéis robado, saqueado, o porque no habéis cumplido vuestras promesas, ¿cómo queréis tener paz? “Huyendo de mis acreedores”, diréis vosotros. De acuerdo, pero en cuanto a los acreedores que están en vosotros, las inquietudes, los remordimientos que os persiguen ¿cómo huir de ellos?... Razonar de esta forma representa una falta de saber y de verdaderos conocimientos. No os engañéis, el pensamiento siempre os perseguirá.
Aparentemente es muy fácil tener paz: es suficiente ir a las altas montañas en dónde reina el silencio y la soledad. Pero incluso ahí, el hombre no se siente en paz. ¿Por qué? Porque lleva consigo un transistor en la cabeza, sí, un transistor del que nunca se separa y que siempre funciona... Y, ¿qué oye? A menudo este transistor está conectado a emisoras del infierno en las que también hay música, naturalmente, pero, ¡qué música, qué ruido! Y sin embargo está allí, en las cimas, en la tranquilidad y en el silencio. Sí, externamente todo está en calma, pero internamente las tempestades y los huracanes hacen estragos. Entonces, ¿cómo conseguir la paz?
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