Omraam Mikhaël Aïvanhov
El zodíaco, clave del hombre y del universo
Izvor 220-Es
ISBN 2-85566-426-8
Traducción del francés
Tituló original:
le zodiaque, clé de l’homme et de l’univers
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I
EL ÁMBITO DEL ZODÍACO
La Ciencia iniciática enseña que vivimos sumergidos en un océano fluídico, al que ha llamado luz astral. Este fluido es tan sensible que todo queda inscrito en él: el más insignificante de nuestros actos, la más tenue de nuestras emociones, el más fugaz de nuestros pensamientos. Según la tradición esotérica, esta luz astral está compuesta de una materia extremadamente sutil que desprenden todas las criaturas: los seres humanos, los animales, las plantas, e incluso las estrellas. A este fluido, Hermes Trismegisto lo llamó Telesma, y refiriéndose a él, dijo: “El sol es su padre, la luna es su madre, el viento lo ha transportado a su vientre y la tierra es su nodriza”. Evidentemente no hay que concebir el sol (fuego), la luna (agua), el viento (aire) y la tierra únicamente como los cuatro elementos materiales conocidos, sino como los principios cósmicos básicos a partir de los cuales se ha constituido la materia.
Los hindús denominan akasha a esta materia fluídica. Pero, en realidad, poco importa los nombres que se le den: electricidad cósmica, serpiente original, fuerza Fohat... Dado que cada criatura que piensa, siente y se mueve le imprime nuevas vibraciones,, es imposible determinar y nombrar todas sus formas desde la creación del mundo. Su naturaleza es extremadamente misteriosa y todo lo que puede decirse sobre ella es, a la vez, verdadero y falso. Este akasha tiene, pues, la propiedad de registrar todo lo que sucede en el universo. Y, por otra parte, la prueba de que todo queda registrado está en que los clarividentes pueden leer sobre un objeto los acontecimientos que sucedieron a su alrededor, e incluso el destino de una persona que tuvo este objeto entre sus manos durante uno o dos minutos. Hablo, evidentemente, de los verdaderos clarividentes. La existencia de esta clarividencia es un argumento extraordinario: si los sabios materialistas la tuvieran en cuenta, se verían obligados a modificar sus puntos de vista sobre la naturaleza de la materia.
Este fluido, este akasha en donde todo se imprime, en donde todo se refleja, se extiende hasta los confines del Universo, que son para nosotros los límites del zodíaco, pues el círculo del zodíaco representa, simbólicamente, el espacio que Dios delimitó para crear el mundo. Por otra parte, según la Ciencia iniciática, la sucesión de los 12 signos del zodíaco (Aries , Tauro , Géminis , Cáncer , Leo , Virgo , Libra , Escorpio , Sagitario , Capricornio , Acuario , Piscis ) revela las diferentes etapas de la creación.
Aries da el impulso, es la fuerza indomable que brota y quiere manifestarse, cueste lo que cueste, como los brotes en primavera. A esta fuerza bruta, Tauro aporta la materia, pero esta materia no está aún organizada, no es más que una masa informe de elementos indiferenciados. Cuando veáis que se está preparando una obra para la construcción de una casa, se trata de la etapa de Tauro. Pero, con estos elementos, es preciso realizar algo. Es por esto que Géminis comienza a establecer una red de comunicaciones, para que el trabajo pueda hacerse: las carretillas, las poleas, las grúas que transportarán los materiales de un extremo a otro de la obra.
Cuando Cáncer llega, establece los cimientos, una base sólida de “hormigón armado” en la naturaleza; esta base es el germen, el núcleo hacia el cual van a converger diversos elementos que contribuirán a su desarrollo. Sobre este núcleo Leo comienza entonces a trabajar, introduciendo una fuerza centrífuga. Aumenta el calor, así como la intensidad del movimiento. Se produce entonces una explosión y la masa comienza a brillar y a proyectar rayos en el espacio. Cuando llega Virgo, declara que es preciso introducir orden y organización en este conjunto. Se pone, pues, a trabajar y cada cosa se coloca en su lugar. Pero el orden es insuficiente, falta un elemento de estética, de armonía, y Libra aporta este elemento. Es el séptimo día (el séptimo signo) y el trabajo se interrumpe para que los obreros puedan descansar y divertirse. En este clima de regocijo, ciertos obreros se olvidan del trabajo y se dejan llevar por la pereza y la desidia. Así es como comienzan a introducirse elementos de disgregación: Escorpio, produciéndose desavenencias y hostilidades. Entonces suena la hora de Sagitario, que posee el don de reconciliar a los seres entre sí y de vincularlos al Cielo. Cuando aparece, canaliza este exceso de energías ardientes, orientándolas (el arco y la flecha que sostiene el Centauro), y poniéndolas al servicio de una actividad superior. Ahora, este mundo bien ordenado, cuyas ruedas funcionan perfectamente, tiende a cristalizarse y a cuajar bajo la influencia de Capricornio, y la vida comienza a alejarse. Entonces, para que no sea destruido por el materialismo, Acuario pone en acción las corrientes poderosas del espíritu. Cuando llega, Piscis proyecta la paz sobre el mundo. En esta paz y en esta armonía universales, la vida se vuelve pura, sutil, hasta que todo se funde y regresa al Océano de los orígenes.
Todos los que penetran en el ámbito del zodíaco, quedan sometidos a los imperativos del tiempo (períodos, ciclos) y del espacio (localización dentro del ámbito). Sólo los espíritus puros son libres: no están encadenados por el tiempo ni por el espacio. Pero desde que se encarnan, entran en el ámbito del zodíaco y son atrapados en el círculo mágico del implacable destino que encadena, incluso, a los seres más luminosos, a los grandes Hijos de Dios.
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