Justo L. Gonzalez - Cómo leer el Apocalipsis

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El libro
Cómo leer Apocalipsis de Justo L. González y Catherine Gunsalus González le ayudará a evitar los errores comunes y las malas interpretaciones del libro del Apocalipsis. Perfecto para pastores y miembros de la iglesia por igual. La primera palabra de todo el libro es «Apocalipsis», que quería decir «revelación». Esta palabra ha venido a ser, no solamente el título de este libro en particular, sino también, el nombre que se le da a todo un género de literatura que resultó común en los círculos judíos unos pocos siglos antes del advenimiento de la fe cristiana. Los cristianos adoptaron este género para su propia literatura. El primer caso, y el que le dio nombre a todo el género apocalíptico, fue el Apocalipsis de Juan. En general, la literatura apocalíptica se enfrenta a la cuestión del sufrimiento de los justos en manos de los injustos, y lo hace empleando un lenguaje altamente simbólico que combina un frecuente uso de la metáfora con números que reciben significados misteriosos. Este libro de Justo L. González y Catherine Gunsalus González explica con gran claridad todo el contexto histórico y también la exégesis del libro del Apocalipsis; con gran erudición, pero de forma muy clara y pedagógica, conectando, también, nuestras circunstancias semejantes a las del siglo primero. La injusticia y la idolatría todavía se pasean en nuestra sociedad y sobre la faz de la tierra. Por esas razones, resulta ser una gran bendición el que el Apocalipsis, con sus advertencias aterradoras para quienes prefieren la comodidad y el éxito antes que la fidelidad, sea parte de nuestro Nuevo Testamento. Aquí, dos de los historiadores más importantes, ofrecen a los lectores un comentario altamente accesible, perfecto para los líderes de estudios bíblicos o el propio estudio personal. Un estudio del libro del Apocalipsis de Juan, como guía para la fe y la práctica cristiana. Se explica el libro bíblico y explora su significado para vivir con fidelidad hoy.

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En primer lugar, hemos perdido el idioma. Con esto no queremos decir que no nos sea posible traducir lo que el autor dice en su griego un poco particular. El problema no radica en eso. No se nos dificulta entender las palabras ni la gramática, y por tanto tenemos traducciones excelentes. Lo que hemos perdido es el gran número de puntos de referencia que tenían en común Juan de Patmos y sus lectores. Se ha dicho que cada versículo del Apocalipsis incluye al menos una referencia a las Escrituras hebreas –y en algunos casos varias de ellas–. Juan y sus discípulos estaban sumergidos en el Antiguo Testamento y sus imágenes de tal modo que las palabras que empleaban espontáneamente traían a su mente imágenes y conexiones que ahora se nos hace difícil reconocer.

En segundo lugar, hay en el Apocalipsis muchas referencias a condiciones específicas tanto en la geografía como en las circunstancias políticas, económicas y sociales que les eran familiares tanto a Juan como a sus primeros lectores. Aunque cualquier referencia velada o pasajera a tales realidades sería fácilmente entendida por los lectores de entonces, no podemos descubrir esas referencias sino mediante un cuidadoso examen y reconstrucción de las circunstancias de aquellos tiempos. Y aún entonces, cuando mediante la investigación cuidadosa llegamos a entender buena parte de lo que Juan les está diciendo a sus lectores, el hecho mismo de que se nos hace difícil llegar a ese entendimiento nos dificulta leer el Apocalipsis participando de las mismas conexiones emotivas e intelectuales que tendrían para quienes primero lo oyeron leído en voz alta.

Esto se puede ilustrar fácilmente mediante el siguiente ejemplo. Supongamos que alguien que sabe el castellano perfectamente bien, pero no conoce su literatura y la historia de nuestros países, escucha a un orador decir «Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte…; salgamos a la lid lanza en ristre desfaciendo entuertos, tomando en cuenta que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son». Si esa persona no conoce las Coplas de Jorge Manrique, ni el Quijote de Cervantes, ni La vida es sueño de Calderón, no podrá entender lo que se le dice. Ciertamente podrá entender las palabras, pero no su carga emotiva ni las muchas otras ideas que vienen a la mente para quien conoce esas obras. Tal persona ciertamente podría estudiar entonces a Manrique, Cervantes y Calderón para así llegar a entender lo que se quiere decir. Pero aun entonces su experiencia al leer esas palabras no será la misma de aquel que las escucha estando imbuido en la literatura castellana.

Los autores del presente libro somos bien conscientes de esa situación. Nos criamos en dos culturas diferentes, ambos en hogares donde se respiraba un profundo amor por las letras, particularmente la poesía. Cada uno de nosotros puede entender perfectamente el idioma del otro. Pero al mismo tiempo nos duele la experiencia de saber que se nos hace difícil y hasta imposible llegar a apreciar como es debido la poesía y tradiciones de la otra persona. Podemos explicar las palabras, la gramática y las imágenes. Pero así y todo algo se pierde. Es como cuando alguien nos cuenta un chiste y después tiene que explicarlo.

Basándose en todo esto, para entender el Apocalipsis, aunque sea en cierta medida, tenemos que tratar de descubrir y entender las referencias que en él hay a las Escrituras hebreas así como a las circunstancias particulares de aquel momento. Esto es un trabajo difícil que por su propia naturaleza nos dificulta leer el libro como lo deseaba quien lo escribió: en voz alta, como una narración fluida, con imágenes y perspectivas imprevistas. Por esa razón, hoy tenemos que aprender de nuevo a leer el libro no solamente tratando de descifrar cada una de sus palabras y metáforas, sino también en algunas ocasiones de una manera diferente, leyendo grandes porciones de corrido, sin preocuparnos demasiado si aquí o allá aparece alguna frase o imagen que no entendamos. De ese modo recuperaremos algo de la fluidez, el ritmo y la emoción con que debe haberlo escrito el autor y lo escucharían las iglesias a las que iba dirigido.

Por lo tanto, al escribir este libro lo hacemos con la esperanza de que el lector o lectora no permita que los puntos que siempre permanecerán oscuros en su interpretación opaquen la intensa luz del Apocalipsis como un todo. Trate de entender tanto como pueda. Posiblemente se sorprenderá ante lo mucho que comprenderá. Y aquello que no le sea posible entender, ¡sencillamente gócelo! Después de todo, es así que la poesía debe leerse. Como alguien ha dicho, parte del problema está en que nos acercamos al Apocalipsis para diagramarlo como si fuera un tratado teológico y nos encontramos ante un himno que se entiende mejor cantándolo.

El hecho mismo de que nos hayamos descarriado tanto en la interpretación del Apocalipsis dice mucho; pero no tanto acerca del libro mismo, como acerca de nosotros. Parte de lo que acontece es debido a que durante largos siglos las condiciones en que han vivido los cristianos que han interpretado este libro han sido muy diferentes de lo que eran para aquellos cristianos a quienes Juan dirigió su libro. Aquellos cristianos de finales del siglo primero eran principalmente personas marginadas que no tenían modo alguno de progresar en el mundo en el que vivían. Residían en algunas de las ciudades más ricas de un gran imperio y, sin embargo, no participaban del poder de ese imperio, ni tampoco de sus riquezas. Vivían bajo la constante amenaza de persecución. Pero después, según fue pasando el tiempo, el libro ha sido tradicionalmente interpretado por personas para quienes la fe no ha sido cuestión de vida o muerte. Ha sido interpretado desde una postura cómoda en la sociedad en la que vivimos. Nos interesa mucho que esa sociedad progrese y, al tiempo que nos duelen las injusticias que todavía perduran, la mayoría de quienes nos dedicamos a leer e interpretar este libro no sufrimos tales injusticias directamente. Por tanto, un libro que trata acerca del juicio final de Dios sobre el mundo, un libro que busca ser una palabra de consuelo y promesa de salvación para sus lectores originales, frecuentemente viene a parecernos más bien una amenaza o un anuncio desastroso de que mucho de cuanto ahora amamos pasará.

Pero la verdad es que la situación de los cristianos hoy no es tan diferente de la de aquellos cristianos del siglo primero como nos imaginamos. Aunque no tengamos que enfrentarnos a la persecución, sí nos encontramos frecuentemente ante decisiones que por un lado nos llaman a ser fieles y por otro nos llaman a transitar por otro camino que promete éxito en la sociedad. Frecuentemente tenemos que decidir entre la fidelidad y la popularidad. Además, somos parte de una iglesia que se esparce por todo el mundo y que en muchas regiones vive en circunstancias semejantes a las del siglo primero. La injusticia y la idolatría todavía se pasean por nuestra sociedad y sobre la faz de la tierra. Por esas razones, resulta ser una gran bendición el que el Apocalipsis, con sus advertencias aterradoras para quienes prefieren la comodidad y el éxito antes que la fidelidad, sea parte de nuestro Nuevo Testamento. Al estudiarlo, veremos que nos dice mucho más que lo que podamos imaginar.

El autor

Al leer el Apocalipsis vemos que hay cuatro lugares en los que el autor se da a sí mismo el nombre de Juan (1:1, 4, 9; 22:8). No reclama para sí otro título que el de «siervo» de Jesucristo (1:1) y el de ser «vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la perseverancia de Jesucristo» (1:9). La única autoridad que reclama explícitamente es la de ser «el que oyó y vio estas cosas» (22:8). Muy probablemente en su tiempo lo llamaban «profeta» –título que se le daba a quien le hablaba a la comunidad en el nombre de Dios–, es decir, a quien predicaba (cf. 19:10; 22:9). En todo caso, al leer el libro resulta obvio que Juan debe haber tenido cierta estatura y respeto en las comunidades a las que se dirigía.

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