Empero, también es una realidad que ser hombre y estar en el ámbito escolar no es sencillo, ya que la escuela es un «campo de prueba» para demostrar cuán masculinos son. Bajo una fachada (agresiva y temperamental), negando todo aquello que pudiera estar relacionado con lo femenino (dolor, emotividad, delicadeza). 51Puesto que para hacer valer su identidad masculina los chicos deberán afianzarse en tres pilares: 1) que no son una mujer, 2) que no son un bebé y 3) que no son homosexuales. 52
Entre tanto, los varones que no se ajustan al canon suelen ser objeto de acoso, burla y hasta de violencia (física y verbal) por parte de otros chicos, ya que éstos últimos aprovecharán cualquier ocasión para confirmar sus cualidades «masculinas» (superiores), frente a la vulnerabilidad del otro, con un lenguaje homofóbico, empleando calificativos como el de «cobarde», «nenita», «marica» o «afeminado». 53
Los grupos de pares también son importantes en la construcción de las diferencias sexuales. Ya que el tener amigos/as constituye una manera de adquirir conocimiento social, es decir, éstos son agentes de socialización de género. 54Es una forma de cultura informal, pues la información transmitida sobre las diferencias de género y sexo se filtran a través de estas agrupaciones. 55Por ejemplo, los grupos conformados sólo por chicos, comúnmente tienden a comunicarse poco verbalmente; pero en su juego destaca el contacto corporal (la pelea), la rivalidad, el enfrentamiento y la pugna. Juegan de manera muy física, es decir, dominan los espacios corriendo y persiguiéndose. 56Además, entre ellos está bien visto el que se les considere como promiscuos, «Don Juanes» e infieles. 57Aun siendo adultos, muchos varones siguen retándose entre ellos, tratando de descubrir «quién es más hombre»; hacen hincapié en su sexualidad, asociada más con el poder que con el amor.
Ahora bien, la violencia está ligada a la existencia de pautas culturales vinculadas a la socialización y a la educación de género. A unos y otros varones se les permite ser violentos en rangos y grados distintos. Es así que las masculinidades prevalecientes todavía están cargadas de violencia que se demuestra a través de los deportes, las competencias rudas, la política, las profesiones y hasta a través de los delitos. Es en este cuadro complejo de convivencia entre los géneros, donde se gesta la violencia, sobre todo de hombres contra mujeres. 58
El hombre agresor ejerce su violencia hacia la mujer por la convicción de que tiene derecho a someterla, a corregirla porque tiene superioridad moral sobre ella. Tal vez, si nos imaginamos la configuración de ese derecho tradicional y hegemónico en la mente del agresor, estaremos en mejores condiciones de entender la secuencia de violencia que conduce al feminicidio. 59
Asimismo, la violencia ha sido asumida como «normal» en la conducta de los varones, entretejida en las prácticas culturales y el arraigo del capital cultural (tradicional) histórico, y ¿por qué?, porque les sigue proporcionando privilegios. A éstos se les puede nombrar como «pactos patriarcales», conceptualizados como formas de pensar y obrar de complicidad entre los sujetos, donde el poder y la violencia se piensan como parte de la supuesta «esencia masculina». 60
Entonces, muchos hombres, a partir de esos privilegios se autodefinen como «dueños», «patrones» y «protectores», se creen con la capacidad de decidir el destino del cuerpo femenino, el que debe estar dispuesto a ser poseído, sometido, compartido o domesticado, según voluntad y antojo. 61
Asimismo, ciertos discursos (biologicistas) han pretendido justificar el ejercicio de la violencia por parte de los hombres hacia las mujeres, argumentando que responde a cuestiones naturales (como algo innato), de su carácter e identidad masculina. Pero es claro que las masculinidades (forjadas desde la infancia) son construidas en lo social.
Ante todo lo dicho, la violencia y el feminicidio no son sólo el resultado de una cultura machista, patriarcal y misógina, producto de la socialización diferenciada. También tiene que ver con la falta de recursos materiales y simbólicos para generar dinámicas sanas en las relaciones entre hombres y mujeres, ya que nuestro contexto alude a una sociedad fracturada e indolente, donde a través de las instituciones como la familia, la Iglesia, la escuela, el Estado y el trabajo subsisten recursos simbólicos que naturalizan formas de violencia y discriminación de lo femenino. 62
Los hombres, para hacer valer su función soberana se sentirán habilitados para censurar y disciplinar a las mujeres por medio de la muerte. Torturarán sus cuerpos como un signo de conquista de éstos (un territorio que se posee); éste será un espacio donde claramente se inscribirán los significantes del poder masculino. La violación tendrá que ver con el sometimiento y el cumplimiento del supuesto «derecho» de la exigencia del acto sexual como un deber femenino. 63
Por tanto, el feminicidio tendrá que ver con la negación de la subjetividad y el cuerpo de las mujeres. Es decir, el victimario de alguna manera afirma que aquella no es un sujeto de valor, acción y decisión, sino objeto que se puede ultrajar y desechar. 64
Esto alude a una supuesta masculinidad ultrajada por mujeres que se han permitido una mayor independencia sobre el sentido y uso de su vida (cambio en las relaciones de poder en el grupo familiar, trabajo femenino, mayores niveles de educación, mayor libertad en el ejercicio de su sexualidad, etcétera), siendo así, que cualquier liberación o resistencia incitará la violencia masculina, que no tiene por qué ser así. 65
De tal modo que, así como afirma Teresa Incháustegui, la violencia hacia las mujeres y los feminicidios estarían constituyéndose como un dispositivo de poder masculino para restituir y/o conservar sus lugares (privilegiados) de dominio (en lo individual y en lo colectivo); asimismo, para reducir el cambio actúa como un aparato de control y censura de las transformaciones de los tradicionales roles, estereotipos, códigos de género, expresiones de la sexualidad, así como de la incursión de las mujeres en espacios que simbólicamente eran considerados como propios de los hombres (la vida pública y el trabajo asalariado). 66
Para finalizar, es importante decir que los feminicidios no son perpetrados por meros desequilibrados. Más bien, personifican todos aquellos aspectos deformados de la sociedad: un claro desacuerdo con la construcción de las identidades femeninas, una rebelión ante el supuesto despojo de sus privilegios (como proveedores, autoridad, cabeza de familia y otras formas tradicionales de dominio frente a las mujeres). 67
Por un lado, se crea la falsa imagen de que todas las mujeres están en peligro y deben mantenerse a salvo bajo la tutela masculina; por el otro, como diría Rita Segato, el feminicidio lleva el mensaje de un claro aleccionamiento a las demás mujeres sobre los resultados que su conducta puede tener si desafían el orden masculino. 68
Ante todo, es preciso desarrollar nuestra capacidad de indignación e inconformismo ante las altas cifras de feminicidio. Ante la problemática urge la necesidad de desarrollar un pensamiento crítico, emancipador y contestatario. 69Descarnarnos de la razón indolente, perezosa y olvidadiza, pues estamos imbuidos en un sistema capitalista, en el que día a día se transgreden nuestros derechos, donde las personas se consuman en la posesión e individualidad. Es preciso construir nuevas formas de ser y pensar liberadoras, equitativas y justas (alejadas de discursos salvadores) que desarrollen la posibilidad de cuestionar nuestra posición actual, que no tenga que ver con un enjuiciamiento moral. 70
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