Hugo Hanisch Ovalle - Para hacer el cuento corto...

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Para hacer el cuento corto...: краткое содержание, описание и аннотация

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Para hacer el cuento corto…, Hugo Hanisch Ovalle nos sorprende con entretenidas y aventureras experiencias vividas en sus diversos viajes y trabajos alrededor de todo el mundo, acompañadas por maravillosas acuarelas de su propia y genial mano, que deleitarán al lector a medida que avance por cada una de las inolvidables anécdotas. Aunque concebido para dejar un testimonio a sus descendientes, ofrece un rico contenido que atrapará a todo tipo de lector. En su interior encontrará entretenidas anécdotas, descripciones llamativas, datos históricos y detalles sobre situaciones políticas, sociales y culturales. Elementos que muy bien coordinados permiten hacerse una idea del contexto de cada escrito según el país y el año en que ocurrió lo narrado.

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A pesar de calcular mil veces los imposibles números del campo, caí hechizado por esa tierra que mi madre me pedía defendiera como fuese posible, invocando todo tipo de argumentos, pero cuya razón principal era sin dudas, el no abandonar los restos de su hijo menor, muerto recién nacido y enterrado bajo un maitén de las casas. Sin embargo, mi padre estaba seguro de que nos sería arbitrariamente arrebatado, pues la agresiva agitación campesina era agobiante y se inventaban a diario conflictos que sirvieran de pretexto a la expropiación por parte de la Corporación de Reforma Agraria, durante la Unidad Popular.

Desde el año 1970 al 73, hice cuanto pude para administrar de la mejor forma posible esa tierra que adorábamos, pero que no producía más que gastos y angustias. Después de las clases de los viernes, en vez de tomar la “liebre” de vuelta a casa, tomaba el bus o el tren que me llevaba a Marchigüe. Llegaba de noche a la estación y camino al campo era frecuente escuchar altoparlantes difundiendo canciones panfletarias y esquivar mítines políticos que azuzaban la revolución vociferando contra los patrones. Al pasar nadie me miraba o lo hacían con desprecio, a pesar de haber compartido largas cabalgatas y sido un buen compañero de pichanga de muchos de los agitadores.

A pesar del terror, logramos sobrevivir los tres años que gobernó Allende. Sin embargo, en agosto de 1973, recibí una llamada urgente de nuestro administrador, advirtiéndome que al día siguiente se tomarían el campo. Se había enterado de oídas y esperaba instrucciones para resguardar lo que fuese posible. Salimos a medianoche desde Santiago con mi padre y un par de amigos llevando cada uno un revólver. La densa y baja niebla apenas nos permitió llegar al fundo cuando salía el sol y ya estaban apostadas varias camionetas con banderas y agitadores en la entrada.

Mi padre nos pidió que guardásemos las armas y nos retiráramos a una distancia prudente, pues él iba a conferenciar con los agitadores, dentro de los cuales no había absolutamente nadie del fundo. En algo más de una hora, los revoltosos se desbandaron pacíficamente y volvió mi padre con una sonrisa socarrona mostrándonos un papel firmado y sellado.

Lo último que hizo mi padre por ese campo, fue ofrecerlo en venta al Estado, sabiendo que el ministro de agricultura necesitaba construir allí, urgentemente gallineros para combatir el desabastecimiento. Fue muy astuto al valerse del comisario agrícola provincial para firmar una promesa de venta a un precio ridículamente bajo e incitar el orgullo del funcionario para demostrar su mérito ante sus jefes. Apenas fue advertido de la toma, llegó al campo y antes de una hora él mismo había desmantelado la inminente expropiación de la CORA que le habría arrebatado todos sus honores. El ardid dio resultado y la promesa firmada en un papel sellado, antes de un mes terminó siendo solo un pedazo de papel. El resto es historia.

La ciudad santa de Jerusalén

Un buen amigo me convenció en Islamabad de viajar a tierra santa. Dudé mucho en tomar la decisión, pues era casi imposible entrar a Israel con un pasaporte timbrado en Pakistán. Viajé primero a Dubái para allí transbordar con otro pasaporte a un vuelo de Royal Jordanian Airlines con destino a Amman y de ahí a Jerusalén. Esa compañía aérea era, junto a Turkish Airlines, las únicas aerolíneas de países musulmanes autorizadas a viajar a Israel. Eran tantas las recomendaciones que se narraban en Tripadvisor para evitar vejámenes fronterizos, que me inquietaba cambiar de pasaporte y tenía serias dudas de poder ingresar al país, por lo que planeé ese intricado itinerario

Afortunadamente nadie me dijo nada a mi llegada y al cabo de una hora estaba en mi habitación de un hostal árabe en el centro del Jerusalén histórico, donde no podían circular vehículos. Era un edificio de cuatro pisos entre la VI y VII estación del vía crucis, que a esa altura era un gran baratillo donde cientos de comerciantes vendían frutas y verduras, carne, zapatos, plásticos, artículos religiosos y ropa interior. El hotel tenía una azotea techada con vista panorámica a la ciudad vieja, desde donde, tomando un buen té, se podía observar toda la ciudad al son de las campanas cristianas y las plegarias de los muecines.

Después de salir a reconocer la impronta de la ciudad vieja, recorrí las catorce estaciones de la “Vía Dolorosa”, donde cada estación daría para una crónica: El huerto de Getsemaní en las afueras, la flagelación y el juicio de Pilatos en el barrio católico, toda la cuesta arriba del calvario con sus tres caídas, el manto de verónica y el apoyo del Cireneo en el barrio musulmán, para terminar en el barrio ortodoxo griego con toda la crucifixión bajo la ruinosa basílica del Santo Sepulcro, llena de cicatrices de su turbulenta historia. Hice y rehíce el calvario en una catarsis espiritual, escuchando desde La Pasión según San Mateo de Bach hasta Jesucristo superestrella.

Hacia el poniente está el barrio judío al lado del Muro de los Lamentos, donde es conmovedora la devoción de sus fieles guiados por unos viejos y venerables rabinos de barba blanca y ancho sombrero de piel. Cada esquina de la ciudad tenía un inmenso significado religioso que ojalá hubiese sido un remanso de paz, pero la tensión se cortaba con tijeras entre árabes e israelíes. En mi viaje a Belén sentí que esa tensión se hacía carne con el ignominioso muro que los separaba físicamente. Traspasar los amenazantes filtros de seguridad era cruel y tortuoso para los residentes, aunque yo apenas enseñé de lejos mi pasaporte.

Belén era una ciudad evocadora de paz, desde la cueva de los pastorcitos y la gruta de la leche, hasta la basílica de la natividad. Sin embargo, por su situación fronteriza estaba llena de estrictos controles que abrumaban a sus paisanos, muchos de los cuales eran cristianos.

Habiendo visitado Belén, debí volver a cruzar la frontera entre Palestina e Israel, pero a una hora punta que me significó tres horas en la fila. De nuevo nadie me pidió el pasaporte a pesar de que los palestinos eran sometidos a inspecciones vejatorias. No terminaba de entender por qué capeaba con tanta facilidad los tortuosos controles.

Llegué de vuelta a Jerusalén y al día siguiente inicié mi viaje de retorno a través de la puerta de Jericó. Casi perdí el avión, pues los judíos no trabajaban los sábados y había que buscar taxistas árabes, que no eran fáciles de encontrar en ese barrio, y la mochila me pesaba. Otra vez me inquietó enfrentar los controles migratorios y preparé el discreto recambio de pasaportes, pues recíprocamente, quien tenía timbrada una entrada a Israel, no podía ingresar a Pakistán.

Antes de entrar a la zona de embarque del aeropuerto, entre militares armados hasta los dientes, un muy amable policía de civil se me acercó y preguntó cómo había sido mi estadía en Jerusalén y si volvía ya a Pakistán (!). Aterrado, le contesté afirmativamente. Me deseó suerte y se despidió con un ¿Y qué tal fue su viaje a Belén ayer?

El tanquetazo Corría el mes de junio de 1973 y el país no daba para más - фото 25

El tanquetazo

Corría el mes de junio de 1973 y el país no daba para más. Allende no contenía ni a su propia gente y el extremismo desbordaba por la izquierda a un presidente que, por zafarse de su fama de burgués, cedía a los delirios del imaginario popular. Todo el mundo conspiraba, o jugaba a la conspiración si lo miramos con los ojos de hoy, y los camioneros, agricultores, estudiantes, mineros y profesionales se sumaban a diario a una nueva sedición. Yo fui uno de esos que adhirió a un partido de oposición que nos entrenaba en artes marciales de autodefensa mientras nuestra facultad estaba en paro.

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