Si bien Ireneo es responsable de la elaboración de una doctrina del Evangelio bajo cuatro formas con un criterio de exclusión de libros que circulaban entre los cristianos dando cuenta de la diversidad del cristianismo primitivo, hay que reconocer que la tradición del Evangelio tetramorfo se remonta más atrás del Obispo de Lyon, tal como lo atestiguan los «Recuerdos de los Evangelios» mencionados por Justino, las «Memorias» de Hegesipo que nos trae Eusebio de Cesarea y el Diatessaron de Taciano de Siria, una armonía de los cuatro evangelios. Además de los sinópticos y el de Juan admitidos por Ireneo, se conocían otros que diferían del género biográfico–narrativo propio de los mencionados y que, en cambio, revestían un carácter dialogado y comunes a ciertas corrientes judeocristianas y gnósticas, tales como el Evangelio de los hebreos, Evangelio de los egipcios, Carta esotérica de Santiago y Diálogo del Salvador. Por otra parte, dentro del género «Evangelio» se incluían escritos más antiguos que los anteriores y que se caracterizaban por contener una serie de palabras de Jesús sin explicaciones biográficas, entre los que cabe mencionar el Evangelio de Tomás y el famoso Documento Q que se encuentra en la base redaccional de los evangelios de Mateo y de Lucas. 17
El proyecto antiherético de Ireneo encuentra su base en Justino, quien en su obra perdida Sýntagma había desarrollado un extenso estudio contra las formas de interpretar la enseñanza cristiana que discrepaban de la que él consideraba como la única autorizada. Convocado a Roma por el obispo Higinio (138–142) para estudiar las distintas corrientes que se difundían en la orbe, Justino estableció una suerte de ortodoxia que en realidad respondía a una ortocracia basada en las aspiraciones de episcopado monárquico por parte de Higinio, quien se alejaba así del gobierno colegiado presbiterial de la Iglesia que se había sostenido hasta su antecesor Telésforo (125–136) con el que, no obstante, la tendencia al obispado unipersonal había comenzado a insinuarse.
A Justino debemos la transformación semántica del término háiresis , «herejía», que hasta entonces revestía el carácter moralmente neutro de «elección» por el significado peyorativo de «elección perversa», el cual habría de sostenerse en toda la historia posterior de la Iglesia. Justino también utiliza el término hairesis en el sentido neutro y general, como puede apreciarse en el siguiente texto: «Porque no puedo yo tener por verdadero lo que dogmatiza la que entre vosotros se llama herejía […]». 18Pero como iniciador de la ortodoxia romana emplea la palabra en el sentido técnico que adquirirá a partir de entonces en la historia del cristianismo: «Por lo demás, nosotros mismos hemos escrito una obra contra todas las herejías hasta el presente habidas, la que, si queréis leerla, pondremos en vuestras manos». 19Esta postura filosófica de Justino expresada en su Apología se proyectará más tarde en su Diálogo con Trifón :
Hay pues, amigos, y los ha habido, muchos que han enseñado doctrinas y moral atea y blasfema, no obstante presentarse en nombre de Jesús, y son por nosotros llamados del nombre de quien dio origen a cada doctrina y opinión. Y, efectivamente, unos de un modo y otros de otro, enseñan a blasfemar del Hacedor del universo y del Cristo que por Él fue profetizado que había de venir, lo mismo que del Dios de Abrahán, Isaac y Jacob. Nosotros no tenemos comunión ninguna con ellos, pues sabemos que son ateos, impíos, injustos e inicuos, y que, en lugar de dar culto a Jesús, sólo de nombre le confiesan. Y se llaman a sí mismos cristianos, a la manera en que los gentiles atribuyen el nombre de Dios a la obra de sus manos, y toman parte en inicuas y sacrílegas iniciaciones. De ellos unos se llaman marcionitas, otros valentinianos, otros basilidianos, otros saturnilianos y otros por otros nombres, llevando cada uno el nombre del fundador de la secta, al modo como los que pretenden profesar una filosofía, como al principio advertí, creen deber suyo llevar el nombre del padre de la doctrina que su filosofía profesa. 20
De esta lectura se desprende que una gran diversidad de maestros y de enseñanzas precedieron en el tiempo a la concepción considerada como la única verdadera y que pretende basarse sobre la predicación pública de los Apóstoles. De ahí que el criterio ampliamente difundido de que la ortodoxia precede a la herejía resulta anacrónico y erróneo. Por el contrario, el cristianismo surgió como una diversidad que encontraba su unidad en la experiencia comunitaria que se expresaba en diferentes liturgias de tipo iniciático. Desde este punto de vista estamos en condiciones de afirmar que la diversidad fue anterior a la unidad.
En los comienzos del cristianismo, la polémica atmósfera doctrinal estaba conformada principalmente por tres corrientes que, entre otras tantas, se presentaron como diferentes modalidades de la fe en Jesús como Mesías. Por un lado los protocatólicos conducidos por Pedro, a quienes se identifica con el nombre de «los Doce». Por otra parte, los judeocristianos conducidos por Santiago «el hermano del Señor» y, finalmente, los gnósticos, cuya presencia en la Iglesia puede detectarse ya desde la primavera del año 55, fecha en que se escribió la primera Carta a los Corintios, cuyo significativo capítulo 15 denuncia a ciertos cristianos «que no creían en la resurrección de los muertos», mención que constituye una clara referencia a la postura gnostizante de algunos miembros de la Iglesia. 21La carta a los Gálatas menciona a los que hasta ese momento eran considerados «columnas de la Iglesia», a los que Pablo pretende igualarse dividiendo la misión evangelizadora, por un lado, hacia los judíos por parte de Pedro y, por su parte, a los gentiles:
Antes, al contrario, viendo que me había sido encomendada la evangelización a los incircuncisos, al igual que a Pedro la de los circuncisos, -pues el que actuó en Pedro para hacer de él un apóstol de los circuncisos, actuó también en mí para hacerme apóstol de los gentiles- y reconociendo la gracia que me había sido concedida, Santiago, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé para que fuéramos a los gentiles y ellos a los circuncisos. 22
Santiago, hermano mayor de Jesús, ejecutado por el Sumo Sacerdote Anán según lo testifican Orígenes 23y Eusebio de Cesarea, 24fue sucedido en la conducción del grupo de los judeocristianos por otros que mantenían un vínculo sanguíneo con Jesús, a saber, su primo Simeón Bar Cleophas y Hegesipo, sucesivamente. 25
Pedro, por su parte, manifestaba una conducta oscilante entre los judeocristianos de Santiago y Pablo de Tarso, lo que le merece la reprensión de este último mencionada en Ga 2, 10.
Juan, el hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el menor, tenía en Efeso el centro de su comunidad en la cual se daba una pacífica convivencia con los cristianos gnósticos prerrogativamente personalizados en Judas Tomás, otro de los hermanos mayores de Jesús y autor del Evangelio de Tomás, 26hasta la ruptura que se menciona en las cartas joánicas, especialmente en la primera. 27
Hacia el tiempo de la Carta Primera del obispo–secretario Clemente I en la que exhorta a los corintios a guardar obediencia a los presbíteros y diáconos como ministros autorizados para guardar el orden de la comunidad de acuerdo a las enseñanzas paulinas, el reconocimiento de «columnas de la Iglesia» queda reducido a Pedro y a Pablo, lo que va insinuando una tendencia al ya mencionado episcopado monárquico de Roma que se concretaría más tarde en el obispo Higinio:
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