Juan Carlos Alby - Tiempo y acontecimiento en la antropología de Ireneo de Lyon

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El momento de la Antigüedad tardía en el que Ireneo escribió su monumental tratado anti-gnóstico constituye un período privilegiado para el investigador de la historia y de la fenomenología de la religión. En tal sentido, analizar la obra de San Ireneo no implica exhumar una pieza literaria proveniente de un pasado obsoleto; por el contrario, el contacto con el vigoroso pensamiento de este Padre del siglo II nos hace estar atentos a los signos de una de las preocupaciones religiosas más originarias del primer cristianismo, cuya aparición trajo aparejada una comprensión particular de las nociones de khrónos y kairós con las que se abre un horizonte de significación que involucra de manera decisiva al hombre, especialmente a partir de lo que conocemos como la Encarnación del Verbo. Esto explica el hecho de que la antropología cristiana primitiva se fuera configurando desde la cristología. Por lo tanto, para acceder a la concepción de hombre que está en la base de nuestra tradición cristiana occidental resulta indispensable indagar en las raíces de ese pensamiento. Como ninguno de sus predecesores y sucesores, Ireneo recoge el magisterio de Pablo y de Juan, quienes al relacionar a Cristo con Adán, colocan al hombre en el epicentro de la historia introduciendo de manera decisiva la carne y su temporalidad en el ámbito de la salvación. En este libro se analiza la polémica de San Ireneo con Marción y con los valentinianos desde las intuiciones de «tiempo» y de «acontecimiento» con la ponderación que los textos gnósticos merecen por su original metafísica cristiana, tantas veces denostada en las noticias de los heresiólogos, quienes revelan en muchas ocasiones no haberlos conocido lo suficiente.

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Clemente de Alejandría recoge un testimonio de la escuela valentiniana semejante al citado por Ireneo:

Habiendo (el creador) tomado polvo de la tierra, no de la seca (οὐ τῆς ξηρᾶς), sino una parte de la materia múltiple y compleja, fabricó un alma terrena y material, irracional y consustancial con la de las bestias. Tal es el hombre «a imagen». 62

Resulta curioso que los atributos con que los valentinianos de los Excerpta caracterizan a la materia, «múltiple y compleja» (τῆς πολυμεροῦς καὶ ποικίλης) sean los mismos que Ireneo señala para el páthos de Sophía alejada del Pléroma, quien sucumbió a todo tipo de sufrimientos «múltiples y variados». 63Según Orbe, esto induce a pensar que el epíteto paulino de Efesios 3, 10: «para que la multiforme (πολυποίκιλος) sabiduría de Dios sea dada a conocer...», pasó a significar para los valentinianos el páthos de la Sabiduría mundana, que se reflejó en la materia cualificada de Adán. Pero, al mismo tiempo e inversamente, la «materia compleja y múltiple» de donde provino Adán, representaba los elementos múltiples y complejos de los que procede el Hombre celeste. 64También utilizaban el texto paulino de 1 Co. 15, 50: «la carne y sangre no pueden heredar el reino de Dios», para aplicarlo al individuo carnal y visible procedente de la tierra árida, pero no al hombre hýlico simple, invisible, surgido de la tierra fluida. De este modo encontraban una justificación bíblica a sus prejuicios contra el cuerpo de carne.

Según los valentinianos, las tres especies se hallaban comprendidas en Adán, por tratarse del origen del género humano, y simbolizadas —como hemos visto—, en sus tres hijos: Caín, Abel y Set. Como resulta inadecuado atribuir la salvación propia del πνεῦμα a la ψυχή, y más aún, al σῶμα, los valentinianos consideraron hombre perfecto sólo al espiritual o pneumático. El alma no está incluida en la constitución del ἂνθρωπος τέλειος, y mucho menos aún el cuerpo. A pesar de convivir en el mundo y en un mismo individuo, estas tres especies operan en planos metafísicamente tan distantes como los que separan al Dios Bueno del Demiurgo, y a éste de la tierra. Los hombres hýlicos participan de la naturaleza irracional de los animales, de los cuales sólo se diferencian por tener cuerpo de hombre; los psíquicos participan de la sustancia de los arcontes del Demiurgo , distinguiéndose de ellos por su forma humana. En estas dos especies, la diferencia es externa, pero en el caso de los hombres pneumáticos , participantes de la naturaleza de los ángeles satélites del Salvador, la diferencia es de cualidad, pues, mientras estos ángeles poseen una esencia masculina no preparada para progresar en virtud, los hombres espirituales están dotados de una esencia femenina proveniente de Sophía , que los hace aptos para el progreso cualitativo.

Por lo tanto, el elemento común a estas tres especies de hombre es lo específicamente humano, es decir, la configuración externa o interna por la cual un hombre difiere de un animal, de un arconte o de un ángel. Recurriendo a la Escritura, se advierte que según Gen. 2, 7, el hombre hýlico fue el primero en aparecer y su forma humana es debida a la plásis del Demiurgo. A esta clase de hombre le sobrevino el psíquico , y a éste, a su vez, el pneumático. Por lo tanto, la condición humana de estos dos últimos linajes no está dada por su origen, sino por la forma adquirida en el plasma.

De este modo, según la antropología valentiniana, lo específicamente humano y determinante como tal, es la forma del organismo plasmado por el Demiurgo, la cual pertenece propiamente al hombre hýlico , por cuyo medio se pasa al psíquico y, de éste, al pneumático . Este pasaje de una sustancia a la otra está concebido de acuerdo a las pautas de la filosofía estoica, según la cual, la semejanza de los hijos con los padres y abuelos se debe a que las simientes proceden del cuerpo entero y del alma, y que los tipos y caracteres se configuran en virtud de los mismos orígenes, como si un pintor dibujara la imagen del ejemplar con los mismos colores. 65Todo hombre posee un σῶμα que lo circunscribe y delimita, y en la armonía y disposición de sus miembros hay algo que los hace aptos para el ejercicio del alma racional y de la gnosis. Precisamente, la única ventaja de un hombre hýlico sobre un animal radica en su organismo, ya que para un valentiniano, no hay diferencia entre el alma de esta clase de hombre y la de una bestia. Este hombre hýlico fue modelado a imagen del Demiurgo. A continuación, sobrevino la formación del hombre psíquico por inseminación del germen psíquico del Demiurgo en el hombre hýlico . Esta segunda clase de hombre, si bien imperfecto aún, era el verdadero hijo del Creador, quien le infundió la vida racional, es decir, el alma. Este es el hombre hecho a semejanza del Demiurgo, no a su imagen. Finalmente, se arriba al hombre pneumático , formado a semejanza de Sophía e inspirado por ésta en el hombre psíquico , previamente «sembrado» en el hombre hýlico.

En base a lo expuesto, se pueden adelantar algunas conclusiones. Primeramente, en oposición a Platón, que define al hombre por su alma, los valentinianos lo hacen por el σῶμα. En segundo lugar, lo que específicamente constituye al hombre como tal no está en la esencia ni en la cualidad, ya que tanto la ὕλη como la ψυχή y el πνεῦμα, son sustancias diferentes y, como tales, producen cualidades distintas. Las tres especies humanas difieren en su esencia y convienen en el cuerpo modelado por el Demiurgo. En tercer lugar, esta valoración del cuerpo por parte de los valentinianos obedece a dos razones: la primera, sostenida en la autoridad de la Escritura según la cual Dios plasmó a Adán; la segunda es de orden doctrinal, ya que consideran que Dios lo modeló de esa manera, porque tal distribución de sus miembros era la única que lo hacía apto para el ejercicio de la vida humana, es decir, el Creador configuró el plasma de acuerdo a su finalidad. El Demiurgo, consciente o no de su tarea, modeló al hombre conforme a la imagen del Ánthropos , Hijo de Dios o Forma Dei , que le fue impuesta por el Dios Bueno. Por lo tanto, el organismo humano no fue hecho a imagen y semejanza del Demiurgo o de sus arcontes, sino del Ánthropos , Hijo Unigénito, paradigma del hombre. Como tal, compendia en sí mismo la variedad y disposición armónica de sus miembros. Precisamente, las perfecciones orgánicas del hombre terrenal y carnal, responden al modelo de las perfecciones divinas o «miembros de luz» del Unigénito. Este Ánthropos de luz, además de ser Forma Dei , Imagen o «forma externa», posee una virtud divina a la que los valentinianos llaman Semejanza , es decir, la «forma interna» o principio de vida interior, por el cual actúa como Dios. Por ambas formas, externa e interna, el Ánthropos es paradigma del hombre en las tres especies en que lo conciben los valentinianos. El hombre hýlico imitará, de acuerdo a las leyes de la materia, la forma externa o Imagen mediante la figura corporal externa, y la Semejanza o forma interna, de acuerdo a la vida corporal interna, conforme a la figura humana que lo diferencia de las bestias y la particular disposición de sus miembros. El hombre psíquico despliega la imitación en un plano superior al primero, pero manteniendo ambos aspectos, el externo corporal y el interno psíquico. El hombre pneumático , por su parte, conservando los dos aspectos anteriores, realizará su imitación dinamizando la vida del pneûma .

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