Silvia Bleichmar - Psicoanálisis extramuros

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Este libro tuvo su germen histórico en 1985, y verá el lector cómo se va desplegando el pensamiento de Silvia Bleichmar a lo largo del curso que dictó a un grupo de profesionales, a pedido de Unicef, en ocasión del terremoto de México acontecido aquel año.

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Estos planteos teóricos tuvieron su germen histórico en aquel terremoto de 1985, y verá el lector de este libro, cómo se va desplegando el pensamiento de Silvia Bleichmar a lo largo del curso que dictó a un grupo de estudiantes y profesionales a pedido de UNICEF (3) y que hoy Entreideas publica.

La experiencia particular en que se basó el ciclo intentaba dar cuenta de cierto procesamiento teórico y de la práctica realizada con los damnificados. Aquella experiencia, en la que tuve el privilegio de participar, no sólo le permitió a Silvia realizar un verdadero asentamiento con relación a ciertos conceptos de la teoría y la práctica grupales, sino que nos obligó a ambos a revisar y elaborar una serie de cuestiones de exclusiva pertinencia del campo psicoanalítico. Conceptos como el de “neurosis traumática”, “neurosis de angustia” o “causa desencadenante de la neurosis” fueron repensados en el marco de un trabajo que sometía, en vivo y en caliente, los esquemas teóricos a la forja de una práctica en la cual nuestros errores no se limitaban al tête à tête de una conversación entre colegas, sino que eran revelados a la luz de una exigencia pública que definía la eficacia de nuestras acciones. No someterse pasivamente a la demanda de las instituciones estatales ni encerrarse en la imposibilidad de toda acción social fueron las premisas que rigieron nuestra búsqueda de nuevas vías de trabajo, cuando gran parte de los conceptos con los que veníamos trabajando ya habían encontrado un cierto perfil de rigurosidad pero aún no habían sido sometidos a la prueba de una experiencia tan extrema.

En circunstancias como las que vivieron los habitantes de la ciudad de México (4), se debió tener en cuenta, en la elaboración de un proyecto de trabajo, que la población afectada no era sólo aquella que había tenido pérdidas directas —la cual fue, por supuesto, especialmente considerada—, sino también aquella que, de uno u otro modo, fue o se sintió partícipe, aun a distancia, de la situación sufrida. No podemos dejar de señalar al respecto que un elemento que contribuyó, de modo decisivo al nivel de trabajo y compromiso manifestado, fue, posiblemente, el hecho de que todos quienes tuvieron a su cargo la misión de desarrollar las tareas propuestas —incluidos aquellos que tuvimos a nuestro cargo impartir y supervisar clases y grupos— compartimos la situación que asoló a la población en su conjunto. Todos fuimos “traumatizados”, en mayor o menor grado; todos nos vimos sometidos al acoso de los acontecimientos que en aquellos días se precipitaron sobre la ciudad de México. Y es en parte debido a ello, que todos nos vimos en la necesidad de salvaguardar el aparato psíquico de las víctimas, al mismo tiempo que recuperábamos el propio.

No fue la caridad lo que estuvo en juego, tampoco una “conciencia cívica” en abstracto, sino la necesidad de cada uno de reparar, rescatar, restaurar los efectos de la situación vivida, en una identificación al semejante que pone en marcha los complejos resortes psíquicos de aquello que, en nuestro lenguaje cotidiano, llamamos “solidaridad”.

El terremoto y sus consecuencias nos brindaron la oportunidad de pensar en la condición humana a través de múltiples facetas de lo sucedido. El tema del hombre frente a la tragedia: el horror, el caos, la desesperación, el pánico, la inseguridad, la vulnerabilidad, pero también ese otro aspecto más reparador y más vital: los lazos sociales solidarios, el entramado de un tejido de conjunto comunitario (5).

Vivimos en circunstancias donde, en el mundo, acontecen catástrofes a diario, por eso, a diario también, nos topamos con la banalización de las mismas; habituados a leer noticias sobre ellas, ya no asombran, ya no conflictúan. Pero, a quien le haya tocado vivirlas, sabe que es una realidad imposible de ser transformada en relato. Carlos Franz, chileno radicado en España, escribió después del reciente terremoto sufrido en Chile (6):

Ese cambio que la naturaleza puede producir en la conciencia lo experimentó el joven Darwin, en Chile. En 1835 vivió un gran sismo y maremoto que arrasó esa misma zona de Concepción. Y escribió sobre ello: “Un terremoto destruye nuestras más viejas presunciones: la tierra, el emblema mismo de la solidez, se ha movido bajo nuestros pies, como una delgada costra sobre un fluido. En segundos se crea una extraña idea de inseguridad, que horas de reflexión no habrían producido” (7).

Quiero invocar a Silvia Bleichmar para terminar este Prólogo. Ella, varios años después de aquel terremoto de 1985 en México, en un Panel en el que participó y en el que validaba la práctica extramuros del psicoanálisis, dijo:

Es un acontecimiento abrir un debate público sobre la cuestión del traumatismo (...) Probablemente uno de los problemas más graves que estamos padeciendo es la naturalización de las catástrofes sociales o históricas, su presentación como algo del orden de lo natural, como algo del orden de lo imposible de ser enfrentado; sin embargo, sabemos muy bien que muchas catástrofes naturales son efecto del descuido, negligencia o falta de responsabilidad de los gobiernos en los que se producen.

En el terremoto de México gran parte de los edificios que cayeron fueron los edificios de la corrupción. Eran los edificios que estaban peor hechos, es decir, sin la concepción antisísmica propia de zonas pasibles de sufrir terremotos. Una enorme cantidad de hospitales y edificios públicos fueron los primeros en producir víctimas.

(…) Todos sabemos también que las inundaciones en nuestra ciudad o en el interior del país, son efecto, no sólo de las lluvias, sino de descuidos de distintos tipos. De todos modos, hay una especificidad de las catástrofes sociales que es necesario pensar.

Es indudable que el concepto de catástrofe a nivel social da un marco amplio y desde el punto de vista del psicoanálisis es necesario precisar lo siguiente: el carácter general de una catástrofe se define en última instancia por los modos con los cuales abarca a sectores importantes de una población; pero el traumatismo determina el modo por el cual estas catástrofes padecidas en común, atacan la subjetividad o impactan la subjetividad de manera diferente en aquellos que la padecen.

Pero ¿son válidas las herramientas que tenemos para trabajar en procesos traumáticos?, ¿de qué modo podemos definir una metapsicología del proceso traumático? Acostumbrados los analistas a trabajar en el desmantelamiento de la defensa, en el levantamiento de la defensa, en la desarticulación de los modos defensivos del sujeto, ¿qué ocurre cuando estos estallan espontáneamente?, ¿cuál será entonces la función de un terapeuta o de un psicoanalista frente a estas cuestiones? (8)

En este Curso, dictado entre fines de 1985 y comienzos de 1986, Silvia Bleichmar intentaba dar respuesta a estas y muchas otras preguntas que ya entonces se hacía. Por eso nos pareció de un valor inestimable darlo a conocer, por su carácter precursor en un campo que aún debe seguir siendo explorado.

Carlos Schenquerman

1. Para que el lector tenga una idea de la magnitud: una de las diversas apreciaciones de los entendidos, en cuanto a la energía que se liberó en dicho movimiento, fue su equivalente a 1114 bombas atómicas de 20 kilotones cada una.

2. Publicado posteriormente como Coloquio Temporalidad-Determinación-Azar. Lo reversible y lo irreversible , Buenos Aires, Paidós, 1994.

3. Este Curso de Formación-Asistencia para terapeutas de Población en Situación de Emergencia se llevó a cabo entre los meses de octubre a febrero, fue impartido bajo nuestra guía, y para el cual Trabajo del Psicoanálisis, que era una institución que Silvia y yo creamos y dirigíamos, contó con el aval de UNICEF.

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