El patrimoni cultural de la Universitat de València està constituït pels béns mobles i immobles de valor històric, artístic, arquitectònic, arqueològic, paleontològic, etnològic, documental, bibliogràfic, científic, tècnic o de qualsevol altra naturalesa cultural existent a la Universitat de València.
La Universitat es compromet a conservar i difondre els diferents valors d’aquest patrimoni i, en particular, la seua biblioteca històrica (Decret 45/2013, de 28 de març, del Consell de la Generalitat Valenciana, pel qual es modifiquen els Estatuts de la Universitat de València-Estudi General, Títol Preliminar, Article 12).
En resumen y como señala Ruiz Brox (2014: 26), según el marco normativo propio de la Universitat, la cultura se desarrolla en tres ámbitos diferenciados en función de los destinatarios a los que se dirige y de las actividades que promueve: «1. Ámbito orientado hacia fuera: extensión/difusión cultural a la sociedad. 2. Ámbito interior de innovación/creación cultural para su comunidad universitaria. 3. Ámbito patrimonial de conservación y difusión de sus bienes».
Más allá de sus Estatuts , los distintos planes estratégicos son también documentos clave en la definición y concreción de la misión cultural de la Universitat de València. Así, el Pla Estratègic 2012-2015 recogía como líneas de trabajo prioritarias «millorar el coneixement de les demandes de la comunitat universitària i de la societat valenciana en el camp de la cultura» (p. 31), «desenvolupar una programació integrada del conjunt de l’oferta cultural de la Universitat» (p. 32) y «dissenyar un pla de participació cultural a la UV» (p. 33) (Universitat de València, 2015). Por su parte, en el Pla Estratègic 2016-2019 se concibe la cultura en sentido amplio como todas aquellas actividades culturales, editoriales, deportivas, de bibliotecas o del Pla d’Igualtat que se desarrollan en el seno de la institución, y se propone entre sus objetivos estratégicos, orientar la acción cultural a la promoción de los valores de responsabilidad social y desarrollar actividades culturales que potencien la inclusión social de colectivos desprotegidos, además de incrementar la dimensión internacional de todas estas iniciativas. A ello hay que añadir el objetivo institucional de «reorientar l’activitat cultural de la UV, d’acord amb les potencialitats de les TIC, 8 per adaptar-les a les missions de la Universitat» (Universitat de València, 2016: 41).
En este sentido, al hablar hoy en día de cultura universitaria se ha de tener muy presente –y parece que la Universitat de València lo está haciendo– 9 la transformación profunda que está afectando en los últimos años a los procesos de producción y transmisión de conocimiento y a la propia cultura –auténtico fenómeno multimodal–, 10 especialmente debido a las inmensas posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (NTIC). Malagón Plata (2006) afirma a este respecto que dichos procesos son cada vez menos jerárquicos y dependientes, y más colaborativos e interactuantes. Por ello y de forma creciente, los saberes serán recibidos y apropiados de diferentes maneras –ya lo están siendo–, tanto dentro como fuera de la Universidad: «la creatividad, la imaginación, la reflexión y el trabajo colectivo constituyen estrategias para el trabajo cognoscitivo. El campus universitario no tendrá límites y el aprendizaje será durante toda la vida, sin restricciones de tiempo y lugar» (p. 88).
En otro orden de cosas, cabe apuntar que, además de las universidades, instancias como la administración pública, el tercer sector o el mercado poseen competencias en materia de cultura, por lo que desde la política y la gestión universitaria se debe colaborar con estos sectores, siempre y cuando compartan sus valores y se enmarquen o subordinen a su misión y objetivos (Ariño, 2017). No obstante, hay que tener en cuenta que, nuevamente en gran medida por los cambios profundos en el paradigma comunicativo, la Universidad está experimentando en este sentido una pérdida de protagonismo debido a la proliferación de otros centros de saber, que además son muy heterogéneos; a lo que se añade el hecho de que dicho saber adopta cada vez más una lógica de tipo cooperativo (la lógica de la Web 2.0). Ante esta realidad, la institución universitaria solo puede abrirse al cambio y trabajar para ser más universal y al mismo tiempo más diversa, y en este contexto, «las posibilidades para la tercera función de la universidad son inconmensurables» (Ariño, 2007: 32-33).
Si históricamente las universidades han sido organizaciones dedicadas a la producción y transmisión del saber, posteriormente convertidas también en espacios para la investigación científica y técnica –sin olvidar su misión de liderazgo y representación social, a la que ya apuntaba Ortega y Gasset–, en los últimos tiempos han aparecido nuevos ámbitos de acción que redefinen el modelo universitario tal y como era concebido hasta hace solo unas décadas. Entre ellos destaca el creciente peso de la innovación tecnológica y la transferencia del conocimiento, por un lado, y el discurso de la responsabilidad social universitaria, por otro. Respecto al primero, especialmente desde los años ochenta del siglo XX se produce un auge de la investigación que tiene su reflejo en la proliferación de institutos y parques tecnológicos y científicos, empresas emergentes, etc. Una de sus derivadas será el surgimiento de las «universidades-empresa», centradas en esta supuesta «tercera misión» (transferencia económica de conocimiento) y orientadas a la productividad, que reducen el compromiso social de la Universidad a su capacidad como agente de desarrollo de las economías locales (Ariño, 2017). En este contexto en el que innovación se entiende exclusivamente como innovación tecnológica, obviando su dimensión sociocultural, es importante recordar lo que apunta el Dictamen del Comité Económico y Social Europeo (CESE) sobre La enseñanza superior europea en el mundo (2014): las universidades deberían estar «no solo en el centro de las políticas de investigación científica y de innovación tecnológica, sino también en el centro de la investigación capaz de contribuir a la producción de políticas sociales innovadoras y de cohesión social» (p. 72).
Por otro lado, el segundo discurso más en auge sobre el compromiso social de la Universidad con su entorno es el de la responsabilidad social universitaria (RSU), 11 que en España surge para compensar el énfasis de la transferencia empresarial como tercera misión. En términos generales, ha habido una proliferación de actuaciones en este sentido, especialmente en Latinoamérica, 12 pero no existe un marco normativo claro, aunque ha sido incorporada en ciertas áreas de conocimiento, equipos de gobierno universitarios y en la «Estrategia Universidad 2015» del Ministerio de Educación (Ariño, 2017: 92). 13 En este último caso, en el documento La Responsabilidad Social de la Universidad y el Desarrollo Sostenible (2011: 10), el Ministerio apunta lo siguiente:
La simplificación de una Tercera Misión que se limitaría a un enfoque de transferencia, comercialización y participación en procesos de innovación ha sido analizada ampliamente, y, en algunos casos, contestada, por olvidar aspectos fundamentales de la nueva Universidad.
En el contexto, la Estrategia Universidad 2015 propugna una Universidad que equilibre esta Tercera Misión en dos direcciones. Por un lado, en el sentido clásico […] y, por otro, en relación con la «Responsabilidad social de la Universidad y el desarrollo sostenible» . Esta perspectiva permite reconocer el papel de la Tercera Misión en el caso de aquellas actividades universitarias que, sin conllevar una actividad económica en el proceso de relación con la sociedad o la empresa (transferencia), suponen una contribución social respecto de ámbitos como la cooperación al desarrollo, la sostenibilidad ambiental, la integración y accesibilidad, u otras.
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