Pero la cosa no salió mal y, quizás, por ello, me tocó volver a Sevilla cuando en marzo de 1997, se nos concedió el único campeonato del mundo al aire libre que hemos organizado. Allí estuve, de nuevo, desde finales de 1997 hasta diciembre de 1999, pero por en medio me tocó, también, ser el Coordinador General del campeonato europeo de atletismo en pista cubierta de Valencia de 1998, hasta que me fui a Sevilla y me sustituyó el Presidente de la FACV en ese momento, Pepe Campos, aunque me mantuve de adjunto suyo hasta la celebración del campeonato la última semana de febrero de 1998.
Este último, fue para mí, el campeonato que mejor nos ha salido organizativamente, pero falló en dos cuestiones fundamentales para que un evento se perciba como exitoso: la asistencia de público, que no llenó ni las 4.000 escasas localidades del Palau-Velódromo Luis Puig, y los buenos resultados deportivos españoles, que no pasaron de discretos, pues se sacaron 3 medallas, ninguna de oro, cuando se esperaban al menos 6. La sociedad valenciana, ni, sus autoridades obviamente, apostaban entonces por los grandes eventos y, así nos fue.
La dificultad de un campeonato en pista cubierta tampoco es la misma que el de un campeonato al aire libre, y el trecho entre un europeo y un mundial también es grande, y si a ello se le suma que no existía un estadio, las cosas se presentaban bastante complicadas cuando me hice cargo de la Coordinación General del 7º Campeonato del Mundo de Atletismo de Sevilla. En efecto, el campeonato que se concede en marzo de 1997 no disponía de estadio, sino de un gran «agujero» en la Isla de la Cartuja. Era un estadio cuya construcción se previó para la Expo de 1992, pero no se hizo finalmente. ¿Se imaginan Vds., organizar un gran evento, como es el mundial de atletismo, con sólo dos años y medio de tiempo, y sin estadio? Pues se hizo. Con problemas, con zonas sin finalizar totalmente, incluso, con otras terminadas in extremis, sin conocer el estadio, sin saber su nivel real de ocupación de espectadores, con dificultades en los accesos…Para qué seguir. Cuanto más lo pienso, más increíble me parece, pues en primer lugar, fue el campeonato que se concedió con menor tiempo entre la fecha de concesión y la de celebración; en segundo lugar se diseña un estadio pensando en unos posibles Juegos Olímpicos (Sevilla presentó su candidatura para la ediciones de 2004 y 2008, adjudicadas la primera en 1998 y la segunda en 2001) y su utilización por los dos clubs de fútbol, Sevilla y Betis, pero nunca en el atletismo; ese estadio cuenta con un aforo excesivo de 58.000 localidades, y con 4 torres pensadas para otras actividades sociales y/o comerciales (un hotel, en funcionamiento, cines, que nunca se pusieron en marcha, un centro para federaciones, que está en proyecto y locales para la administración deportiva local y autonómica), que nunca llegaron a tiempo y que retrasaron la obra por su volumetría.
Sin embargo, a diferencia del europeo de Valencia, y a pesar de las graves dificultades organizativas, sobre todo provocadas por la instalación, el campeonato fue un éxito, porque tuvo las dos bazas que faltaron en el velódromo Luis Puig: público, pues acudieron 452.000 personas en sus 9 días de actividad, y los nuestros sacaron 4 medallas, dos de ellas de oro.
Las tareas organizativas me llevaron con posterioridad a alejarme de nuevo de Valencia, y es que, definitivamente, se puede decir no solo que se ha convertido en casi un hábito, sino que esa transformación que se ha ido produciendo en la profesión, desde la inicial orientación académica y de entrenamiento a la de gestión, me ha afectado de forma total. En el campo de la gestión de eventos, además, los traslados y cambios de domicilio son constantes, como bien saben los que se dedican a la organización de los mismos, de modo que hay que estar con la maleta preparada, como quien dice.
Así, en julio de 2000 me trasladé a Almería para organizar los Juegos Mediterráneos de 2005, ya que en febrero de ese año, el Comité Permanente del COJMA 2005 (Comité Organizador Juegos Mediterráneos Almería 2005), me había elegido como Consejero Delegado por unanimidad, siendo ratificado en el mes de abril por el pleno de ese Comité. El bagaje de Sevilla fue importante. En esta ocasión, aún siendo ciudades distintas, conocía el medio, puesto que dos de las instituciones que componían el Comité (CSD y Junta de Andalucía) eran las mismas que en Sevilla, aún con personas distintas, y contaba con un fuerte apoyo del organismo deportivo, que en este caso no podía ser otro que el Comité Olímpico Español, y nunca agradeceré bastante ese apoyo por parte de su Presidente, Alfredo Goyeneche, en el momento del aterrizaje en Almería, que es cuando más se necesita. Su sucesor, José Mª Echevarría también mostró ese apoyo continuamente, algo importante para la estabilidad de este tipo de organizaciones, que cuando se conceden a 6 años vista pasan por distintos avatares políticos y cambios en su composición.
No podía ser de otro modo en Almería, puesto que la competición, muy al contrario que el Campeonato del Mundo de Sevilla, dispuso de bastante tiempo. Los Juegos se concedieron en abril de 1999 y se inauguraron el 24 de junio de 2005. Hubo, por tanto, más de seis años por delante, y el primer cambio en la composición del Comité ya se produjo antes de su total conformación y legalización. En junio de 1999 hubo elecciones municipales y cambió el equipo de gobierno municipal. El PP que dirigía el Ayuntamiento con mayoría absoluta, perdió ésta y una coalición PSOE/IU gobernó hasta 2003. En ese momento el PP retomó el gobierno municipal, pero sin mayoría absoluta sino en coalición con el GIAL (Grupo independiente de Almería), encabezado por Juan Megino, el alcalde que consiguió los Juegos, siendo militante del PP. Pero en setiembre de 2002, este partido decidió presentar como candidato al entonces Presidente de la Diputación y después alcalde de Almería, Luis Rogelio Rodríguez-Comendador. El pacto en estos dos grupos no fue sencillo y afectó a la estructura de los Juegos: para el PP la alcaldía, para Juan Megino (GIAL), la primera tenencia de alcaldía y urbanismo, y la presidencia de los Juegos, lo que obligaba a cambiar los Estatutos, ya que en los mismos constaba que el Alcalde era el Presidente.
Cuento todo esto, para que nos demos cuenta de lo complicado que supone, en ocasiones organizar un evento, y de qué manera los cambios políticos en las instituciones pueden afectarle. Porque la cosa no quedó ahí. De una presidencia del PSOE entre 1999 (el Comité se creó definitivamente en Octubre de ese año) y 2003, pero mayoría del PP en el Comité, debido a la representación de la Diputación y del Estado, se pasó a una mayoría del PSOE con Presidencia de un independiente coaligado con el PP, después de las elecciones generales y andaluzas de 2004. A nivel estatal ganó el PSOE, por lo que cambiaron los 3 representantes del CSD, y este partido obtuvo la mayoría absoluta en Andalucía, de modo que los 3 representantes de la Junta de Andalucía también fueron de este partido (antes gobernaba en coalición con el Partido Andalucista y dado que la Consejería de Turismo y Deportes estaba en manos de ellos venían 2 representantes del PA por 1 del PSOE).
Precisamente, teniendo en cuenta todos estos cambios, era fundamental mantener el equipo de trabajo, el Comité Técnico, como se le denominó y en esa estabilidad jugó una baza clave el COE. Sin embargo, cabe decir que los representantes institucionales, a todos los niveles, de un signo o de otro, supieron estar a la altura, presionaron muy poco para provocar cambios en los directores del evento y eso fue, a la postre, una de las bazas más importantes para el éxito de los Juegos. Es más, ese buen comportamiento institucional y la unión entre las instituciones, con sus discrepancias lógicas, que mayoritariamente se quedaron entre bastidores dentro del Comité, se ha convertido en un aval para los organizadores de eventos a la hora de pedir competiciones internacionales. Es más, Jaime Lissavetzky, Secretario de Estado para el Deporte, con cuyo apoyo conté desde el primer día, ha acuñado ese estilo de trabajo como el «spanish model», una característica que vendemos por ahí fuera.
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