En cuanto a puertos, los planes de Fomento pasan por la inminente ampliación del de Sagunt, con el viejo sueño de la Autoridad Portuaria de Valencia de consolidar el Megaport. Otra obra imprescincible, según el puerto valenciano, es el acceso norte por carretera, que aunque ya está bastante definido (entrará en túnel desde Alboraia por las calles de Serrería y Doctor Lluch) no termina nunca de salir a licitación, con el retraso que conlleva para la ejecución del Balcón al Mar (la apertura de la dársena interior a los ciudadanos). La Zona de Actividades Logísticas, que parece paralizada, y el acceso sur ferroviario, completan sus necesidades.
El avión es otro asunto. Mientras el presidente de la diputación de Castellón, Carlos Fabra, sigue empeñado en construir un aeródromo en el interior de la comarca de La Plana Alta y ya ha recibido el apoyo de la Generalitat (no así de Fomento), el aeropuerto de L’Altet sigue su imparable aumento del número de pasajeros (según el ministerio se duplicarán en esta década). Y la ampliación prevista para Manises no parece que lo vaya a convertir en un aeropuerto internacional. Es más, si ya la apertura de la A-3 lo ha dejado tocada, los expertos auguran que una verdadera red de trenes de alta velocidad lo dejarían bajo mínimos.
Esos mismos expertos apuntan que, bajo las premisas europeas de fomentar una auténtica intermodalidad entre distintos medios de transporte, en el futuro el aeropuerto internacional de Valencia será el de Barcelona, siempre que finalmente se garantice para el eje mediterráneo una parada de alta velocidad en el Prat. Y si no, pues a seguir viajando a Barajas para coger los aviones de largo vuelo.
Esa intermodalidad de la que habla Bruselas es la que hace conveniente abundar en las ciudades en el fomento del transporte público. Nuevos recorridos para el metro (como la línea 5 de Valencia, que enlazará el centro con el puerto al este y con el aeropuerto al oeste; o la T-2, que llegará a Orriols), trenes de cercanías con más paradas, y más líneas de autobús para dar servicio a los barrios que resultan del crecimiento incontrolado de las ciudades, deberán mestizarse en estaciones intermodales diseñadas para olvidarse del coche. La prueba de fuego será la operación del Parque Central de Valencia, con línea de ave, estación pasante bajo el centro de Valencia, conexión con el metro y terminal de autobuses.
Las estrategias del transporte, no hay duda, se esfuerzan por eliminar vehículos de la carretera y expulsar menos CO2 a la atmósfera. Pero las del sector energético pueden dar al traste con todo el esfuerzo. Sin contar con el aumento previsto del tráfico, sólo los proyectos para construir centrales térmicas de ciclo combinado en la Comunidad Valenciana (que suman 4.800 megavatios de potencia) supondrán aumentar las emisiones de CO2 valencianas en más de un 50 %. Según Industria, la demanda energética de la autonomía (que apenas cubre el 60 % de sus necesidades con producción propia) crece a un 8 % anual, muy por encima de su capacidad. Los numerosos cortes de suministro durante el verano han dado vía libre para fomentar todo tipo de centrales térmicas de gas natural, como las de Castellón, Sagunt, Catadau, Alicante... El apoyo del Consell a esta energía es firme ya que su única preocupación hasta el momento ha sido la batalla (que podría acabar en acuerdo) entre Iberdrola y Unión Fenosa por construir, en Castellón o Sagunt respectivamente, una planta de regasificación de gas licuado traído en barcos metaneros. En esta tesitura, y aunque Medio Ambiente asegura que los valencianos emiten la mitad de CO2 que la media europea, será casi imposible que España en general y la Comunidad Valenciana en particular cumplan el Protocolo de Kioto. En estos casos se dice que cada palo aguante su vela. Pero la realidad es que los humos de la vela valenciana perjudican a todos.
1Federico Simón es periodista.
CAÍN Y LA FALTA DE INFRAESTRUCTURAS
Gregorio Martín 1
«Fer País i/o Comunitat» (¡maldita semántica!) es más que promocionar y amar una lengua y una cultura, supone, también, trabajar para que el territorio cuente con equipamientos que proporcionen calidad de vida. Los pueblos activos se han pertrechado de infraestructuras públicas, como mecanismos de solidaridad. Sus gentes han peleado y debatido por sus instalaciones, las han mantenido y cuidado, han castigado a quien las maltrataba o las diseñaba sin buen criterio técnico y las han mostrado al exterior con orgullo y confianza en el futuro.
Desgraciadamente, en este campo, nuestra Comunidad no tiene hechos los deberes. Incluso las infraestructuras relacionadas con las avenidas de agua, cuya necesidad está impresa en el código genético del valenciano, no han sido debidamente resueltas, con la excepción, ya lejana del Plan Sur. Nuestra vida económica se produce en una larga franja, casi chilena, de una treintena de kilómetros de anchura, paralela al Mediterráneo y sólo contamos con la A-7, es decir con el coche, como único medio de comunicación entre los extremos del territorio. Ni los gobiernos autonómicos han sido muy proclives a apostar por infraestructuras que enfrentaran esta situación, ni tenemos nada que agradecer a los ex ministros Borell y Arias Salgado en esta materia.
La falta de infraestructuras ha acabado abocándonos a un cierto cainismo entre centros urbanos. Nuestras ciudades, pujantes en su vida diaria, pero mal comunicadas (entre sí y con Europa) al desarrollarse en un sistema de red, en la que fallaban las conexiones, han pretendido ser minicapitales polivalentes y autónomas. Como resultado hemos registrado continuos intentos de ubicar en cada ciudad, además de todo lo que se podía, lo que no se debía racionalmente, al ignorar lo que ya poseía una ciudad próxima. Todo un ejemplo de la envidia por la virtud del hermano. Como los recursos son limitados, el resultado ha sido una competencia más bien estéril, ya que la única opción parece estar en la especialización y la sinergia, dentro del sistema, que llamamos Comunidad Valenciana.
Algunos ejemplos al respecto.Mientras aquí discutíamos obviedades sobre trazados de AVE, trasunto de una pugna cainita entre Valencia y Alicante, el Madrid-Valladolid empezaba sus obras uniendo dos polos tecnológicos complementarios y Pujol conseguía enlazar sus cuatro capitales. Resultado: Valencia seguirá por ahora a 500 kilómetros de Madrid y el cambio de ancho de vía férrea, se hará en Salou (¿Qué hemos ganado?). Al mismo tiempo, Elche desgarra a Alicante con infraestructuras universitarias discutibles y Castellón reclama una planta gasificadora existiendo ya una, un poco más al Sur y se empeña en construir un aeropuerto a 60 km de otro, nada saturado.
Como hay que pensar que éste no es un ejercicio de iniquidad y estulticia, sólo la carencia general de infraestructuras y las malas condiciones de movilidad, pueden explicar esta sucesión de decisiones ineficientes y de falta de solidaridad. Una situación que la Comunidad Valenciana tendrá que superar de forma inmediata, mas allá de episodios políticos, que cada uno sabrá valorar.
Mientras Madrid, Cataluña, Valladolid y otras regiones del Estado consiguen importantes inversiones, el retraso en infraestructuras civiles incide en nuestro desarrollo dentro de la Sociedad de la Información, explicando, en particular, el porqué las empresas de tecnología punta no hayan recalado por estos lares. Como resultado somos una Comunidad tristemente exportadora neta de tecnólogos. Nuestros mejores ingenieros ni siquiera sufren el cainismo, sencillamente trabajan fuera de la Comunidad Valenciana. Con estos mimbres, poco i+d hay que esperar. Cuando se reclama modernidad hay que hablar de infraestructuras, sin ellas no hay proyecto de innovación que se sostenga.
Defendamos nuestras bazas. Cuando bajamos a lo largo de la antigua Vía Augusta, pasamos gradualmente de Vinaròs a Orihuela, compartiendo una misma cultura, sin tropezar con zona deprimida alguna. La traza es un itinerario continuo de núcleos urbanos laboriosos, con ciudadanos que esperan con ansiedad poder trabajar de forma articulada, conscientes, que no pueden resolver los grandes retos de la Sociedad del Conocimiento en los cada vez más borrosos límites del termino municipal.
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