1 ...8 9 10 12 13 14 ...18 Sorribes se proclama municipalista, en el sentido de que el municipio es un invento que dio origen a la ciudad, y que es el primer ámbito de actuación política y de servicios con un referente muy claro, que es el alcalde, pero existen muchas actuaciones que no tiene sentido mantenerlas en los municipios. «No puede ser que cada ayuntamiento haga su planificación urbanística sin tener en cuenta a sus municipios vecinos, porque se pierden muchas oportunidades y se crean muchos problemas innecesarios», razona.
En opinión de Sorribes hay «un exceso desequilibrante» en los ayuntamientos en lo que respecta a la «gestión urbanística y la gestión hacendística». «Se podrían tener en un ordenador todos los planes de ordenación urbana de todos los municipios urbanísticos, y saber qué es urbanizable y qué no, y de quién es la parcela catastral, si se han cedido los viales...», apunta. De acuerdo con su esquema, los ayuntamientos deberían funcionar «como las sucursales bancarias», en las que todos los datos son accesibles desde cualquier punto, «simplificando recursos humanos». Sorribes reclama una nueva mentalidad para evitar que zonas densificadas como L’Horta tengan 44 administraciones hacendísticas y urbanísticas diferentes, «lo que revertiría en un aumento de la calidad de los servicios personales y en el ahorro».
Ello obligaría a un rediseño de las plantillas de los ayuntamientos en función de las nuevas realidades. Así, recuerda que en algún país europeo se suprimieron de un plumazo la mitad de los ayuntamientos como entidades administrativas y como resultado se ha ganado en efectividad. Pero esta reforma choca con los intereses políticos creados en las distintas administraciones, a la vez que plantea un profundo interrogante sobre la actual función de los concejales, que «no tocarían papeles ni otorgarían subvenciones, lo que obligaría a hacer política de calle».
Para José Miguel Iribas los «territorios funcionales» de la Comunidad Valenciana son muy claros. «La distribución es muy homogénea y permite dividirla en 15 áreas, aunque de éstas hay dos que son excesivas, pero realmente sí tienen una vinculación funcional de todos los componentes con la cabecera», explica, y ejemplifica: «El mapa de hipermercados casi te da a entender estas áreas, porque un hipermercado para funcionar necesita unos 70.000 clientes». Estas «comarcas de gestión», como prefiere llamarlas Sorribes, deberían agrupar a un mínimo de 100.000 habitantes, lo que les supone una capacidad económica para disponer de arquitectos, economistas, ingenieros... para hacer el trabajo de un modo centralizado y complementado desde el municipio. Sorribes las simplifica en 13. «La gestión centralizada en este sentido no va en contra de la proximidad ni de la democracia», defiende.
Mirando hacia afuera, Gregorio Martín se muestra convencido de que el eje mediterráneo es una franja ininterrumpida de ciudades más relacionadas entre ellas de lo que realmente creen. «Esa necesidad se consolidó con la Autopista del Mediterráneo y es necesario buscar una alternativa en vías de comunicación que vaya más allá de la planificación de área metropolitana, porque hay una sucesión de áreas comunes en la costa», analiza. Bajo su criterio, hay un concepto de geopolítica que debería de incorporarse «en una época de competencia entre megápolis y en una situación de mercado». «Valencia debería saber que tiene una situación policéntrica, a diferencia de otras comunidades, y que deberá llegar a un acuerdo razonable de ciudades», indica. El futuro, para el director del Instituto de Robótica, plantea la necesidad de «una red integrada de ciudades que dejan de competir y se sienten parte de una realidad, si no se quiere geopolítica, geoeconómica». «Porque Alicante, Valencia y Castellón son ciudades absolutamente complementarias. Si estas ciudades no se dotan de buenas relaciones frente a una capital bien estructurada, que es Madrid, tendrán un futuro muy duro», advierte.
Pero esta estructura metropolitana, hacia adentro, impone también un sentido de ciudadanía y de respeto, y una gran necesidad de seguridad, disciplina, de compatibilizar los derechos individuales con los colectivos. «Estamos frente a una gran necesidad de definir las reglas del juego», sugiere Martín, mientras Iribas se muestra tajante: «El único fundamento que tiene la ciudad es que sea el espacio de lo colectivo, que sea de todos. Si es el espacio de la acumulación, no sirve para nada. Tiene que haber contacto dialéctico, tráfico de ideas... La cristalización de ese debate es la planificación democrática, que exige olvidarse del oscurantismo y del lenguaje de los planes, estimular los procesos de participación de la gente», sostiene.
Otra discusión de calado en la Comunidad Valenciana es qué pasa con los pueblos intermedios, que hasta ahora han sido un activo muy importante, en un momento en que la agricultura, que es la que los sustentaba en gran parte, ha dejado de ser un activo (apenas el 3,7 % de PIB valenciano). Por ejemplo, Burriana, cuya deslumbrante actividad naranjera de finales del XIX y principios del XX secretó la exagerada equiparación local de «Borriana-París-Londres», hoy no podría sobrevivir sin el empleo de las industrias cerámicas de Vila-real. Idéntico camino lleva Alzira, con el agravante de que la industria alimentaria, que suponía una alternativa, tiene competidores muy fuertes del exterior o es totalmente multinacional. Lo mismo ocurre con algunas poblaciones con producciones manufactureras en fase de agotamiento o en proceso de trasvase hacia otros polos, como es el caso de Alcoi, cuya potencia se escinde hacia Cocentaina. Y un problema similar tienen ciudades cuya especialización fue el comercio, como Xàtiva o Gandia, en las que la reducción de las distancias con Valencia a través de la autovía y la autopista ha supuesto un serio aviso a sus estructuras, aunque el turismo, en el caso de la capital de La Safor, ha amortiguado de momento el golpe. Sin la agricultura como activo y sin el vigor de los soportes industriales tradicionales, muchas ciudades intermedias se enfrentan a un horizonte cargado de incertidumbres.
En una estructura mundial en la que los territorios urbanos juegan un papel fundamental, «la competitividad interna exige conocer cuál es el plus de excelencia de cada ciudad», asegura Iribas. «Cada ciudad debe saber a qué se tiene que dedicar, en qué es más competitiva y cuál es el factor que debe explotar para tener posibilidades de sobrevivir en esa sociedad hacia la que nos dirigimos», avisa. Para este objetivo es necesario un trabajo de urbanismo interno que, según Iribas, no se está haciendo: «Que las ciudades sean bellas, que estén bien equipadas, que sean cómodas, que tengan buen transporte, que tengan unas ofertas culturales y deportivas impresionantes...». A su juicio, no se trata sólo de un problema de grandes infraestructuras, sino también de regeneración del tejido interno, de recuperación de los cascos antiguos y de apuesta por la escena urbana, en la que será determinante «el plus de excelencia». «Las ciudades intermedias sólo pueden funcionar si se especializan mucho, como es el caso de Vila-real, Benidorm o Ibi». «De momento no hay ningún mecanismo de reflexión para prevenir esta situación», se duele Iribas: «Los alcades están viendo un proceso de continuidad».
1Miquel Alberola es periodista.
TRES CAPITALES EN BUSCA DE SU PERFIL
Miquel Alberola 1
El sociólogo José Miguel Iribas, autor de las directrices de varias comunidades autónomas y de diversos planes territoriales parciales, en los que ha desarrollado diagnósticos, programas y propuestas de usos, insiste en que el principal reto de cada ciudad es definir cuál es su perfil para encajarse en el futuro. Los intrumentos que se han tenido hasta ahora para trabajar con los perfiles han sido los planes estratégicos, y según Iribas «se han revelado como instrumentos inadecuados porque hacen apreciaciones de la realidad con base sectorial, y propuestas tienen que responder a los déficit». Por tanto, se trata de «planes remedialistas» que aceptan la realidad y no se anticipan.
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