Gladys Liliana Abilar - Las lágrimas de Tánato

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Joaquín Benito de la Fuente (alias Tánato), catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras, es un hombre correcto, metódico, de firmes convicciones morales y muy enamorado de su esposa y de su pequeño hijo. Una tarde, al volver a casa antes del horario habitual, encuentra a su mujer revolcándose en la cama con un hombre y enceguecido por la ira, manotea un revólver y lo descarga sobre ellos.
Ya en la prisión escribe una suerte de diario en el que, entre amargas reflexiones y recuerdos de su vida anterior, se van acumulando episodios y anécdotas del mundo carcelario. Por las páginas desfilan convictos de diversa catadura, algunos ruines y perversos, y otros que, como él, llegaron al delito como resultado de una desgracia fortuita.
Desde su dramático comienzo hasta la página final, esta novela impresiona por la vigorosa descripción de un espacio y una atmósfera siniestra así como por la sucesión de situaciones cuya violencia e intensidad mantienen una tensión que no decae a lo largo de todo el relato. Las historias están marcadas por un realismo sobrecogedor y por los variados rasgos psicológicos de los personajes que la autora revela con insoslayable eficacia.
Gladys Abilar, considerada como una de las realidades más promisorias en el panorama de la nueva narración argentina, exhibe una destreza narrativa y excelencia literaria poco comunes.
"Las lágrimas de Tánato" promete al lector un conmovedor desenlace y la sensación de haberse involucrado en una historia que, no por sórdida, deja de estar impregnada por una estremecedora humanidad.

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Cedí mucho de mi tiempo y de mi voluntad a merced de María para que ella fuese feliz. La acompañaba a casi todos lo seminarios sobre paisajismo. Una vez, tras los pasos del célebre Burle Marx, fuimos a visitar los jardines de Brasilia y las veredas de Copacabana, para luego asistir a los cursos dictados por él en distintas ciudades del cono sur. Como consecuencia casi lógica -para María-, terminamos compenetrados con la estética paisajística de Marta Iris Montero, discípula predilecta del maestro. Ella llevó a cabo interesantes proyectos los cuales aún hoy persisten en Buenos Aires y en Copacabana. María era fanática de Marta Montero.

En una de las disertaciones de Marx, mientras mostraban audiovisuales, yo me abstraí; mucho no entendía sobre lo que se hablaba. No soy indiferente al arte, pero se enfocaban datos técnicos que me sacaron de tema y empecé a imaginar las infinitas expresiones de la belleza congregadas en la persona de María. Ella me llamó la atención:

- ¡Joaquín! ¿Dónde estás? ¡Mirá esas bellezas en la pantalla!

- Si la belleza está a mi lado, ¿para qué buscar más lejos? – le respondí.

- Te amo – dijo ella con ternura y me besó.

Dedicada con entusiasmo y compromiso al paisajismo, María demostró enorme talento. Me contaba cada detalle de su trabajo con verdadera pasión. Atendía jardines y parques de importantes casas. Residencias de la zona norte, y de otros lugares también. En la medida que el poder adquisitivo de sus clientes aumentaba, más se exigía ella en brindarles excelencia. María bregaba por su propia superación. Me aseguraba que no era lo mismo presupuestar un trabajo en Bernal que en San Isidro, donde las dueñas de casa piden setos de Boj , macizos de Thuja , borduras de Juníperus o algún Chamaeciparis , sin discutir lo onerosos que pueden llegar a ser. “Las orquídeas son una fiesta para los ojos”, decía con entusiasmo, lejos de reparar en la pila de apuntes que me esperaba sobre la mesa y que debía investigar para mi clase del día siguiente. Ella continuaba como si fuera el mismo centro del universo, y como para mí casi lo era, yo postergaba mis obligaciones para escucharla:

-Acabo de venderle a Bettina de Olaguer veinte Oncidium para intercalar entre los árboles; quedan preciosos en los alcanforeros.

-¿Tienen algo que ver con el alcanfor que mamá usaba para curar mis catarros?

-Por supuesto, amorcito. Me encanta que te intereses por mis cosas. El alcanfor tiene uso medicinal, entre otros. Igual que el Eucaliptus cinerea, aparte de fusionar su color plateado-ceniciento con el entorno, despide un aroma muy agradable. Seguramente tu madre habrá preparado nebulizaciones caseras con alguna de ellas. ¡Ay, de lo que me estoy acordando! Hace dos años le puse los Oncidium a los Pérez Ludueña, y me pasó algo tan desagradable… yo tuve la culpa por descuidada. Debí advertirle al inútil ése de qué se trataba. Me tuve que tragar el sapo nomás.

- ¿De qué hablás? ¿Qué te pasó?

- Resulta que estas plantas, las orquídeas, florecen durante dos, tres, o cuatro meses según la especie y luego queda sólo un tallo que parece muerto, pero no lo está. Hay que esperar hasta el próximo año que vuelva la floración. Pancho, mi asistente en aquel momento, desprendió todas las orquídeas que estaban adheridas a los troncos de los árboles como si fuera cosa muerta y las tiró a la basura. No te lo conté, pero tuve que reponer de mi bolsillo el daño causado por el inepto. ¡Qué bruto! Ese día lo eché a patadas.

Así era ella, apasionada y comprometida con su quehacer.

Poco y nada entendía yo de ese mundo que ella atesoraba, pero se había propuesto mostrármelo para que yo gustara de él. Acostumbrado como estaba a mirar mi universo hacia dentro, desde las páginas de los libros, siempre encerrado en mi escritorio entre parvas y parvas de volúmenes analizando el pensamiento del hombre, preocupado por los vericuetos de la mente y sus consecuencias, entendí que un abismo insondable me separaba de María. Ella también lo sabía. Intentó arrancarme del espacio casi abstracto de mi morada para conectarme con el suyo, más tangible. Y lo logró; de la ignorancia absoluta, en el reino vegetal, pasé a ser un buen alumno. Aprendí lo que jamás imaginé. Al principio me invitó a una de sus visitas-controles, para hacerme entrar en tema. Yo como intruso, por supuesto. Para darle el gusto me trepé a su camioneta cargada con bolsas de humus, turba, tierra, herbicidas y fertilizantes. Partimos hacia un country en Tortugas. Era fin de semana y a mí me venía bien alejarme de mi rutina. Yo seguía su desenvolvimiento con interés. Ella dirigía a los peones, daba órdenes con absoluta idoneidad, hablaba con la dueña de casa sobre las especies a elegir mientras recorrían el lugar:

- Pensalo bien, Costanza, el Acer atropurpúrea es muy bonito desde la primavera hasta el otoño. Luego, olvídalo, es caduco y se pela. Justo en este sector que es donde hace falta una covertura. Te entiendo, estás encapricahda desde que lo viste en lo de Carla, ya sé que es de los árboles más vistosos del jardín, pero tenemos que resolver el área desnuda que quedó pendiente. Además, ya tenés un Liquidámbar cerca y sus colores son similares, es más de lo mismo, ¿entendés? Yo te propongo unos buenos ejemplares de Phoenix canariensis , o Raphia. O alguna Copernicia de hojas flexibles, y perennes por cierto.

- Pero…nada que ver. Estaba convencida de otra cosa. Aunque, no es mala idea.

- Vos entendés de esto, no te voy a engañar. Mi consejo es que pongas palmeras, las que te nombré son de gran impacto visual y aseguran un follaje interesante, tanto en color como en textura. El movimiento suave de sus hojas genera un clima muy agradable. Tenés que tenerles paciencia ya que son de lento crecimiento, pero el jardín se va a destacar, te lo prometo. Si querés te las presupuesto. Son caras, eso sí.

- Bueno, averiguame precios. Confío en tu criterio, aunque me tomaste de sorpresa –aceptó la señora, resignada-. Voy a estudiar tu propuesta, me está gustando…

- ¿Qué le pasó a las clivias? ¡No me digas! Se escaparon tus dogos de Burdeos y se revolcaron encima. ¡Lo sabía! ¡Qué desastre! – enfatizó María, muy molesta.

La próxima parada fue en la residencia de Zulema Jalikán de Seranossian, esposa de un millonario armenio, quien se había instalado en el país durante la década del cincuenta, capo de una petroquímica abastecedora de los laboratorios de punta. Zulema era una señora de modales finos, gestos nobles y amabilidad permanente. María se preguntaba si en algún momento del día esa dulce señora: “¿pierde el control de su equilibrio?”. Para ella logró diseñar un macizo multicolor de anuales, perennes y gramíneas. Me mostró un cerco alto de Callistemon saligna , en plena floración. Belleza total. María supo dirigir la poda de una manera particular para que esa especie oficiara de seto. Delineado contra ese fondo de flores coloradas se dibujaba un decorativo gazebo octogonal por donde trepaban rosas blancas y rojas, luego se proyectaba en una pérgola en dirección a la laguna habitada por flamencos y cisnes. El parque de la armeña era un espectáculo.

En otra casa del country , al final de la avenida de las casuarinas, vivía la clienta más exigente. Su mansión se distinguía del resto por los metros cuadrados, la vegetación copiosa de sus árboles y el murmullo del agua de una cascada. Las oí discutir entre los arbustos:

- Ya te dije, Felicitas; las Ostas que querés no se consiguen fácilmente. Me costó mucho. Tené paciencia y esperá porque vas a lucir las mejores; las encargué en un vivero de Escobar y llegan, posiblemente, la próxima semana.

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