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Terry Goodkind: La Piedra de las Lágrimas. La amenaza del custodio

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Terry Goodkind La Piedra de las Lágrimas. La amenaza del custodio

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Terry Goodkind

La Piedra de las Lágrimas.

La amenaza del custodio

A mis padres, Natalie y Leo

Agradecimientos

Quisiera dar las gracias a mi editor, James Frenkel, por tener la integridad de exigirme lo mejor de mí mismo; a mi editora británica, Caroline Oakley por su infatigable apoyo y ánimo; a mis amigos Bonnie Moretto y el Dr. Donald Schassberger, por sus consejos.

1

Rachel apretó contra el pecho su muñeca y se quedó mirando fijamente la cosa oscura que la observaba desde los matorrales. Al menos, a ella le parecía que la observaba, aunque era difícil decirlo, pues los ojos eran tan negros como el resto de la bestia, menos cuando la luz les daba de pleno; entonces eran dorados y brillantes.

La niña estaba acostumbrada a ver animales en el bosque —conejos, mapaches y ardillas—, pero eso era más grande, tanto como ella o incluso más. Tal vez era un oso, se dijo, pues los osos también son oscuros.

Pero no se hallaba en el bosque, sino en un palacio. Era la primera vez que se encontraba en un bosque bajo techo. Rachel se preguntó si en él vivirían también animales, como en los bosques al aire libre.

Se hubiera asustado si Chase no estuviera allí junto a ella, pero sabía que con él al lado estaba a salvo. Chase era el hombre más valiente que hubiera conocido nunca. No obstante, no podía evitar sentirse algo asustada. Chase le había dicho que era la niña más valiente que conocía, y ella no quería que pensara que se asustaba de un conejo.

Tal vez no era más que eso: un conejo muy grande sentado encima de una roca o algo así. Pero los conejos tienen orejas largas. Quizá sí que se trataba de un oso. Rachel se metió en la boca un pie de la muñeca.

Entonces se volvió y miró el sendero, las hermosas flores, los muretes cubiertos de plantas trepadoras y los prados, hasta que posó la vista en Chase, que hablaba con Zedd, el mago. Ambos estaban de pie junto a una mesa de piedra, miraban las cajas y discutían acerca de qué iban a hacer con ellas. Rachel se alegró, pues eso significaba que Rahl el Oscuro no las había conseguido y que ya nunca más haría daño a nadie.

Rachel dio media vuelta para asegurarse de que la cosa negra no se le acercaba, pero ya no estaba. La niña miró alrededor, pero no pudo verla.

— Sara, ¿dónde crees que puede haber ido? —susurró.

La muñeca no respondió. Rachel mordió el pie de Sara y echó a andar en dirección a Chase. Aunque tenía ganas de correr, no quería que Chase creyera que no era valiente; se había sentido muy bien cuando el guardián la había llamado valiente. Sin detenerse, echó una mirada por encima del hombro, pero no vio la cosa oscura por ninguna parte. Tal vez había regresado a su madriguera. Aún tenía ganas de correr, pero se contuvo.

Al llegar junto a Chase, se arrimó a él y le abrazó una pierna. Chase y Zedd estaban hablando, y Rachel sabía que era de mala educación interrumpir, por lo que esperó chupando el pie de Sara.

— ¿Qué pasaría si te limitaras a cerrar la tapa? —preguntaba Chase al mago.

— ¡Cualquier cosa! —Zedd alzó sus entecos brazos. Se había alisado el cabello blanco, pero aún despuntaban algunos mechones—. ¿Cómo quieres que lo sepa? El hecho de que sepa que son las cajas del Destino no significa que sepa qué hacer con ellas ahora, una vez que Rahl el Oscuro ha abierto una. La magia del Destino lo mató por abrir una, y podría haber destruido el mundo. Podría matarme a mí por cerrarla, o algo peor.

— Bueno —replicó Chase, lanzando un suspiro—, no podemos dejarlas aquí sin hacer nada, ¿verdad? ¿No crees que deberíamos hacer algo?

El hechicero observó ceñudo las cajas, absorto en sus pensamientos. Tras más de un minuto de silencio, Rachel tiró de una manga de Chase. El hombre bajó la vista hacia ella.

— Chase…

— ¿Chase? ¿No recuerdas las normas? —El hombre puso los brazos en jarras y torció el gesto, fingiéndose disgustado, hasta que la niña soltó una risita y se le agarró a la pierna con más fuerza—. Hace apenas unas pocas semanas que eres mi hija y ya estás incumpliendo las reglas. Ya te dije que debías llamarme «papá». No permito a ninguno de mis hijos que me llame Chase. ¿Entendido?

Rachel sonrió de oreja a oreja y asintió.

— Sí, Ch… papá.

Chase puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza, tras lo cual despeinó el cabello de la niña.

— ¿Qué quieres?

— Hay un animal muy grande entre los árboles; un oso o algo peor. Creo que deberías desenvainar la espada e ir a ver.

— ¡Un oso! ¿Aquí dentro? —Chase se rió—. Niña, estamos en un jardín interior, y aquí no hay osos. Será un truco de la luz.

— No, creo que no Ch… papá. Me estaba mirando.

Chase sonrió, volvió a despeinarla, posó una de sus manazas sobre la mejilla de la pequeña y le apretó la cabeza contra su pierna.

— En ese caso, quédate junto a mí, y no te molestará.

Rachel asintió con un pie de Sara en la boca, mientras Chase le mantenía la cabeza contra su pierna. Ahora ya no se sentía tan asustada, por lo que volvió a posar la mirada en los árboles.

La cosa oscura, que se escondía tras uno de los muretes cubiertos de hiedra, corrió hacia ella. Rachel mordió con más fuerza el pie de la muñeca y se le escapó un leve gemido al tiempo que alzaba el rostro hacia Chase. El hombre señalaba las cajas.

— ¿Y qué es esa cosa, esa piedra o joya o lo que sea? ¿Estaba dentro de la caja?

— Sí, pero prefiero no pronunciarme sobre lo que es hasta estar seguro.

— Papá —gimió Rachel—, se está acercando.

— Bien. —Chase bajó la mirada—. Tú vigílala por mí. ¿Cómo que prefieres no pronunciarte? —añadió, dirigiéndose al mago—. ¿Crees que tiene algo que ver con eso que dijiste sobre que el velo del inframundo seguramente se ha rasgado?

Zedd se frotó el terso mentón con sus enjutos dedos mientras contemplaba ceñudo la gema negra colocada delante de la caja abierta.

— Eso me temo.

Rachel miró el murete para comprobar la posición de la cosa oscura y dio un respingo al ver unas manos que se agarraban al borde del muro. Se había acercado mucho.

Aunque no eran manos, sino garras, unas garras largas y curvas.

La niña alzó los ojos hacia Chase y todas sus armas para asegurarse de que tenía suficientes. El guardián del Límite llevaba un montón de cuchillos alrededor de la cintura, una espada colgada a la espalda, una gran hacha sujeta al cinturón y otras cosas que parecían cachiporras, con pinchos afilados que sobresalían, también colgadas al cinto, además de una ballesta a la espalda. Rachel esperaba que bastasen.

Tantas armas asustaban a otras personas, pero no a la cosa oscura, pues seguía acercándose. El mago ni siquiera llevaba un cuchillo, sino simplemente una túnica muy sencilla de color marrón. Y era tan flacucho… No era un hombre fornido como Chase. Pero los magos tenían magia, y tal vez con magia podría ahuyentar a la bestia oscura.

¡Magia! La niña recordó entonces la cerilla encantada que el mago Giller le había dado. Se llevó una mano al bolsillo y cerró los dedos en torno a ella. Tal vez tendría que echar una mano a Chase. No permitiría que esa cosa hiciera daño a su nuevo padre. Sería valiente.

— ¿Es peligrosa?

Zedd alzó hacia Chase unos ojos enmarcados por tupidas cejas.

— Si es lo que creo y cayera en manos equivocadas, «peligrosa» sería quedarse corto.

— En ese caso, quizá deberíamos enterrarla en un agujero muy profundo o destruirla.

— Imposible. Podríamos necesitarla.

— ¿Y si la escondemos?

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